“Nadie acabará con los libros”, juran, sostienen, desafían Umberto Eco y Jean-Claude Carriere en su reciente trabajo a dúo publicado por Lumen. Pero si de alguien podemos estar seguros de que no hará nada contra ese “conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”, ése es Matías Serra Bradford.
Este escritor, traductor y crítico nacido en Buenos Aires en el 69 del siglo pasado, es de los que ven en una biblioteca el paraíso perdido al que no alcanzará una vida o dos para reconquistar.
Su intento, acaso su utopía, de dar un orden al caos de la lectura apasionada, se titula “La biblioteca ideal” (La Bestia Equilátera, 2009). Novela fragmentaria que se asienta en cuatro lectores (Silvio, Bruno, Theo, Lucio) que buscan dar forma a esa imposible biblioteca perfecta, tan caprichosa como borgeana en el devenir de su azarosa arquitectura.
Pasen y lean. Sus estantes son numerosos y variados. Las librerías en su más amplio y generoso menú: especializadas, de viejo y “comerciales”. Los libreros, esos otros personajes: los sabios, los ignorantes, los mezquinos, los generosos, los escribas frustrados. Los ámbitos de lectura: a la cabeza, los cafés (por mística y confort). Pero también los trenes y los parques y la playa y la pieza y … Los lectores, disparadores y razón de todo círculo vicioso: el adicto, el ansioso, el obsesivo, el egoísta, el generoso. Lecturas: de viaje, de vacaciones, de infancia, de ocasión. El clima y el entorno: la escenografía para toda entrega.
Serra Bradford no deja perfil del lector sin apuntar. Pareciera que nada se le escapa en su afán por registrar cada detalle de la amorosa relación con el objeto libro.
Dada la estructura símil diario personal, toda “La biblioteca ideal” es una invitación al lápiz o el resaltador. Algunas líneas para compartir o subrayar: “Lo suyo con los libros es una enfermedad como cualquier otra”; “La clase de huella que Silvio no quisiera dejar. Ni muchos subrayados, porque obstruyen la lectura, ni pocos, porque se volverían falsamente significativos”; “No tiene con qué comparar su adicción a los libros porque no tuvo otra”; “Quería ser otro y tuvo que ir a buscarlo a los libros”; “No importa cuántas afinidades haya entre un lector y otro, siempre, en lo mismo, van a estar buscando distintas cosas”.
La maravilla -o el peligro- de vivir tantas vidas como libros caigan en sus manos lleva al autor de “Manos verdes” o a su otro yo a escribir: “Tiene todos los libros que quiere tener, le falta su historia”. Lector y personaje serían aquí uno solo; ese mismo que merecería perderse en una isla para resignarse indefectiblemente a ese único libro que habrá de acompañarlo hasta el fin de sus días.
Un consuelo para aquellos que logren zafar de la isla pero no de los ¿sobrevaluados? e-books: “El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor”, asegura el italiano de “El nombre de la rosa” en ese libro que Serra Bradford seguramente ya leyó, subrayó, disfrutó y cuestionó. No podemos menos que hacernos eco de Umberto.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 12 de setiembre de 2010)