Junto a Raymond Carver y Richard Ford, Tobias Wolf integró algo así como la delantera más efectiva, profunda y habilidosa del malinterpretado “realismo sucio” o “minimalismo” norteamericano.
El equívoco, aclararon y siguen aclarando hasta el hartazgo los señalados, viene de ese tipo de simplificaciones en que suelen caer algunos periodistas y críticos literarios cuando encontrar una etiqueta efectista exime de dar mayores precisiones.
A Bill Buford, piloto editorial de la revista “Granta”, le debemos tal rótulo por titular “Dirty realism” (realismo sucio) al número 8 de la publicación de la Universidad de Cambridge. En esa edición que haría historia estaban, entre otros, los nombres de Carver, Wolf y Ford. Los críticos neoyorquinos se entusiasmaron con este incipiente “dream team” de minimalistas y de ahí a la comodidad de encontrar un nuevo quiosco estilístico hubo un solo paso.
Carver, autor de “Catedral”, decía por entonces: “Es posible escribir sobre cosas comunes usando un lenguaje común pero preciso, para llenar a esas cosas comunes de un poder inmenso, sorprendente”. Eso y nada más que eso es lo que antes y después harían sus compañero de campo Tobias Wolf y el Ford de “El periodista deportivo”.
Wolf (Alabama, 1945) ocupa hoy el indiscutible sitial de maestro de la narrativa de EE.UU. Avalan sus laureles una obra de gran solidez, conformada por novelas como “Vieja escuela”, “Vida de este chico”, “En el ejército del faraón” y “Ladrón de cuarteles” y libros de cuentos como “Cazadores en la nieve”, “De regreso al mundo” y “La noche en cuestión”.
Para quien aún no tuvo el placer de toparse con sus páginas, ya está en castellano el imprescindible “Aquí comienza nuestra historia”, una selección personal que recopila 21 cuentos ya editados más diez que permanecían inéditos.
Cuentos que suelen girar en torno de dilemas morales aunque, como bien aclaraba su amigo Raymond, “sus historias no son didácticas ni cautelares. Algunas de ellas son divertidas, otras escalofriantes. Todas hablan de la condición humana de una u otra manera”. Wolf cuenta, y a la vez filosofa, sin impostar la voz porque tiene la gracia (nunca más precisa la palabra) de saber contar una historia. Una buena historia. Tan simple y tan complejo como eso.
“Todo el mundo dice siempre que es estupendo que los seres humanos sean tan adaptables pero no sé. En Estambul un amigo mío vio a un hombre andando por la calle con un piano de cola sobre la espalda. Todos se limitaban a evitarle y seguían su marcha. Es horrible a los que nos acostumbramos”, leemos en “La casa de al lado”. Más, mucho más de sus respuestas sin preguntas, en las restantes 460 páginas.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 1 de agosto de 2010)