Con la energía que gastan cientos, miles, de personas en joderles la vida a los demás se podría mover las turbinas de Yacyretá, enderezar la torre de Pisa o empujarlo a Aguilar para que abandone de una buena vez la presidencia de River.
Cada día, entre cinco mil y seis mil de esos malentretenidos no tienen mejor idea que llamar en broma al 911, ese número que por yanqui que nos suene debería ser nuestra salvación ante la incansable industria del delito.
Estos émulos de "una jodita para Tinelli" siguen impunes porque aunque está contemplado, no se aplica el Código de Faltas. El martes, el ministro de Seguridad empezó a mover el avispero para que estos pavotes no se la lleven de arriba. De cumplirse la norma, deberían recibir un castigo de hasta 30 días de arresto y $1.000 de multa.
Para que el escarmiento sea aún más ejemplificador sería preferible que se los condene a realizar trabajos comunitarios. Sugerimos algunos: limpiar acequias, pintar escuelas, barrer veredas, cuidar e higienizar ancianos, podar árboles, colaborar en hospitales y comedores comunitarios.
Otro caso del búmeran que vuelve, es decir desaprovechar o destruir un servicio público gratuito, se da con aquellos que apedrean las ambulancias o agreden a sus conductores cuando ingresan a los mentados "barrios bravos" con el único fin de asistir a alguien que lo necesita. Los demagogos que hacen campaña subrayando la marginación (real) de estos sectores, ¿les plantearán alguna vez con la misma verba encendida que con actos así son ellos mismos quienes se segregan?

Los sátrapas dejan huella
Hace unos días, el Gobierno provincial colocó señales táctiles en las paradas de micros de la plaza Independencia para que los ciegos cuenten con información sobre transporte. Los videntes piolas no demoraron en dejar impresas allí bonitas piezas poéticas como "Lepra puta", "HLH tira flecha", "Tomba" y otras un tanto crípticas.
Los vándalos, secta creciente que no descansa ni domingos ni feriados, tienen un amplio menú de ámbitos para atacar, con especial atracción por paredes de escuelas, centros de salud, vidrieras, y su gran debilidad: las señales viales.
Quemar y robar colegios, pintarrajearlos o defecarlos antes de huir se ha convertido en una práctica delictiva que ya es figurita repetida en la sección policiales.
Pasando al capítulo graffiti, éste no sólo incluye las consabidas arengas futboleras o los mensajes de Romeos enamorados o arrepentidos. Los estudiantes que reclaman el medio boleto, por ejemplo, no tuvieron mejor idea que "pedirlo" pintando una de las columnas del puente construido para agilizar el ingreso a la ciudad.
Cada una de estas sandeces tiene además un costo económico. Por daños a las señales de tránsito en calles y rutas en lo que va del año se llevan gastados (llevamos gastados) cerca de $300 mil. Ni pensemos cuántas cosas se podrían haber hecho con el dinero malgastado culpa de estos sátrapas.

Serios en serio
Como sagas de ese culebrón intitulado Jodiéndoles la vida a los demás, podemos sumar a algunos especímenes que atienden en las estaciones de servicio, quienes aprovechándose de la falta de combustible negocian con los sufridos clientes zafar del cupo de $30 a cambio de un "plus" de $10 o ¡una gaseosa! De cuarta.
Tampoco nos olvidemos de los trabajadores de la salud que, amparados en su legítimo derecho de reclamar, vienen afectando la atención de los sectores más castigados de la sociedad, eternos rehenes de cuanto pataleo salarial estatal ande dando vueltas. Esto, sin contar el caos de tránsito que generan cuando cortan las calles.
Alejandro Carrió, autor de Digamos basta, si queremos ser serios en serio, considera que "a los argentinos no nos parece tan grave violar la ley, y si hay algo que queremos evitar a toda costa es que nos endilguen el mote de tontos. La avivada cuenta con un ranking elevado en nuestro esquema de valores".
Casos como el de Leonel Martín Crescitelli, el pibe de 10 años que devolvió una billetera repleta de dólares, confirman que los "tontos" también pueden ser noticia. Por suerte, hay muchos Leoneles enderezando la nave. Muchos más que los cinco mil o seis mil marcando graciosamente el 911.