¿Se puede escribir de otra cosa que no sea del incansable tira y afloja entre la obstinada Cristina y el testarudo campo? ¿Se puede sin que se lo acuse a uno de marciano o apátrida? ¿O lo tilden de gorila o golpista, como sueltan a cada rato quienes no aceptan la más mínima disidencia con el modelo K? Se puede. Y se debe. La Argentina, como sabe hasta Barack Obama, son muchas Argentinas. Se puede, por ejemplo, hablar de aquello que quedó en segundo plano, detrás de las bravuconadas de D’Elía, de la omnipotencia de los que cortan rutas y de la falta de leche, harina, aceite y, especialmente, cordura.
Son aquellos temas que, como el avión que llega a destino, para muchos no son noticia pero forman parte de esa reserva (¿moral?) que sostiene este “país rasti” al que cada uno arma según le place o le conviene.
Frente a los miles de centímetros que se llevaron la Plaza del Sí, la Mesa de Enlace y Lilita pidiendo que recemos, el reparto de las informaciones “extra conflicto” fue tan magro como el índice de fe. Estado de situación que el Observatorio de Medios no detectó por estar más atento a que la figura presidencial no sea mancillada con supuestos y arteros gorilismos.
Página más página menos, hay demasiados protagonistas anónimos, “argentinos y argentinas” (como gusta llamarlos la señora Fernández), que la reman a diario y sin embargo tienen menos prensa que los desmemoriados sojeros. Ellos también son carne de información.
Stop a la muerte. En San Rafael, un grupo de chicos y chicas cansados de ver a los de su edad morir en absurdos accidentes de tránsito (Mendoza es la tercera provincia con más muertos por esa causa) decidieron salir a la calle con una campaña de concientización vial. Un auto destruido luciendo el cartel “Tomá conciencia” y el reparto de folletos con consejos básicos les sirven para llamar la atención de quienes transitan a los piques por calles y rutas sureñas.
Ver más allá. Diez estudiantes ciegos recibieron notebooks parlantes para que puedan estudiar sin quedar al margen de los avances tecnológicos y a la vez facilitarles su formación. La Comuna de Rivadavia invirtió U$S25.000 para equipar a estos alumnos, que ahora navegarán por internet como cualquier hijo de vecino.
Ojo al hilo. Tejedoras e hilanderas rurales de todo el país cruzaron agujas hace unos días en Malargüe. Además de compartir experiencias, mates y puntos, plantearon la necesidad de enhebrar una red nacional para luego darle forma a una cooperativa y así poder mejorar la venta de sus productos. Garantizarse que ese oficio ancestral se les transforme de una vez por todas en trabajo rentable.
Para imitar. Otra muestra de que en los colegios no sólo se producen quema de bancos, robos de computadoras o roturas de calefactores es lo hecho por los alumnos de 3º 1ª de la escuela Mercedes A. de Segura, de San Rafael. Por diseñar novedosos materiales didácticos para niños y adolescentes autistas, como reconocimiento fueron invitados al II Encuentro de Escuelas Solidarias del Mercosur. Además de elogios recibieron una mención de honor y el impulso para extender su ejemplar tarea.
Distraídos con suerte. Es cierto que aquello que se repite pierde efecto, por lo tanto es “menos” noticia. Sin embargo, ante la publicitada pérdida de valores aquellos que encuentran dinero y lo devuelven no dejan de ocupar espacio en los medios. Esta vez al podio de los honestos subieron el dueño de un bar de San Martín y su empleado. Devolvieron $37.000 que había olvidado un trabajador de una compañía de seguros. Por el papelón del desmemoriado, la firma premió a los que no se quedaron con lo que no era suyo.
Los mejores pilotos. ¿Será casualidad que en la mayoría de estas historias los protagonistas sean jóvenes? Un dato que periodistas, funcionarios y docentes deberíamos manejar con mayor visión de futuro. Aunque queda claro que no lograrán opacar titulares como “Colectiveros cobran más que docentes, policías y médicos”, “Por año cada legislador dispone de $43.000 para viajes y personal” o “Se roban $200.000 de una joyería de San Martín”, de a poco ellos van llenando butacas en ese avión de las buenas noticias que por cierto aún nos pasa demasiado alto.