Noticias que marcaron la semana, que impactaron, que coparon las redes sociales. En todas subyace una promesa. Que la cumplan es tarea de todos.

A riesgo de ser tildado de militante del desencanto, me reconozco cada vez más escéptico. Se puede atribuir tal vez a la profesión periodística, eso de siempre desconfiar, nunca dar por sentado lo que se dice, buscar la quinta pata.
Al revés de aquel relato bíblico en el que ante un perro muerto unos no veían más que un cuerpo en descomposición y otros reparaban en la blanca y bella dentadura del malogrado can, la realidad (o eso que llamamos realidad) se empeña en que nos cueste ver esos envidiables dientes.
A las pruebas me remito. Varios hechos que ocurrieron esta semana dejan un margen para que el escepticismo los vampirice por aquí y por allá. Por las dudas, echo mano al diccionario para recordarme/les el significado: “Escepticismo: incredulidad o duda acerca de la verdad o eficacia de cualquier cosa”. Eso, incredulidad, duda, como reacción ante declaraciones, gestos, promesas, “acting”, de políticos, funcionarios, adláteres.

Tribilín es malo malo. En ese eterno déjà vu que es nuestro país, de tanto en tanto una noticia provoca tal impacto que por varios días no se habla de otra cosa, hasta que otra similar la desplaza y pasa rápidamente al olvido. La denuncia del maltrato de niños en el jardín de infantes Tribilín, en Buenos Aires, conmocionó porque se trataba de pequeños que podrían ser los de cualquier lector, pero ante todo puso en evidencia la peligrosa falta de controles, especialmente pedagógicos, en esos lugares.
Salvo mínimos trámites municipales –la habilitación del local como prioridad–, no hay lupa sobre estos establecimientos y cualquiera que no esté en sus cabales puede estar al frente, como ocurrió en este jardincito de San Isidro. Bastó que un padre con ínfulas de Sherlock Holmes grabara a escondidas a las violentas encargadas (no hablemos de docentes) para certificar la violenta relación con los chicos. Una vez más, diario en mano, legisladores de allá y acá corrieron a ver cómo se puede legislar este tipo de espacios que están tan fuera de control.
Los medios hablaron del “jardín del horror” (Página/12 ironizó con “El jardín de Violencia Rivas”) y la indignación se viralizó a través de las redes sociales.
Qué se dijo: “La directora de Cultura y Educación bonaerense abrió un sumario administrativo y separó de sus cargos a las inspectoras regional y distrital de San Isidro. Y prometió investigar a fondo”. Vamos anotando.

El peor karaoke. Con esa tremenda visibilidad que posibilita internet, cada vez es más difícil sostener el concepto de privacidad. Y no sólo por los videos hot de actrices o vedettes que dejan atrás las cuatro paredes de la intimidad para multiplicarse en miles de computadoras gracias a hackers con ganas de hacerse unos pesos extras, ni por los mismos protagonistas que buscan –y obtienen– sus magros 15 minutos de fama. En esta ocasión, quien encendió la mecha virtual fue un turista de esos que filman todo lo que se mueve. Lo que registró en Viña del Mar fue el paso de unos marines chilenos que trotaban entonando a voz en cuello un rítmico “Argentinos mataré, bolivianos fusilaré, peruanos degollaré”. Una vez “colgado” ese material, poco faltó para que los países en cuestión no corrieran a la frontera armas en mano. En la tierra de poetas como Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Enrique Lihn, estos chicos malos hacían ostentación pública de su fiereza.
Al otro día aparecía en la misma red la réplica xenófoba con sello cuyano, a cargo de cadetes de la Policía de Mendoza. Escuchemos: “Chilenito, chilenito, ten cuidado, ten cuidado, que una noche oscura a tu casa entraré. Y tu cuello cortaré y tu sangre beberé”. Sí, parece inspirado en Stephen King, en el peor Stephen King.
Declaración oficial en Chile: “Vamos a investigar para determinar responsabilidades y aplicar las medidas disciplinarias que sean pertinentes” (Alfonso Vargas, ministro de Defensa).
Declaración oficial en Mendoza: “Vamos a investigar el video, su autenticidad y sancionaremos a los responsables” (Leonardo Comperatore, director del Instituto de Seguridad Pública).
Empieza la cuenta regresiva. Tomen nota para ver cuántos días pasaron para castigar a los responsables. ¿Ya se sentaron a esperar?

Tras su manto de neblina. El canciller Héctor Timerman pasó los últimos días en Inglaterra con el objetivo de reabrir el debate con ese país para acercar posiciones por Malvinas. Allá tuvo reuniones con 18 grupos pro diálogo, representantes de igual cantidad de países. La información dijo: “Grupos europeos acordaron en Londres tratar la soberanía de las islas con sus eurodiputados, generar el debate en sus países y avanzar en la posibilidad de lograr un acercamiento con los habitantes del archipiélago”.
Entusiasmado, Timerman vaticinó que “dentro de los próximos 20 años las Malvinas volverán a estar en poder de la Argentina”.
El gobernador británico en las islas, Nigel Haywood, recogió el guante y le contestó: “Los isleños responderán en el referéndum del mes próximo si la Argentina podrá controlar el archipiélago en menos de 20 años”.
A pesar del mensaje anticolonialista del canciller K, el mundo no parece muy interesado en sacar a los piratas de sus ancestrales conquistas. ¿2033 dijo? Sigan anotando por favor.

Para el tiempo de cosecha. Es todo tan previsible que cuando se planifica el calendario vendimial, además del cine en el Parque, los recitales, la Vía Blanca y el Carrusel, también se incluyen: la protesta de los productores vitivinícolas, las marchas de docentes por reclamos salariales, los ecologistas en contra del proyecto minero del momento. Nada nuevo bajo el sol.
El arranque de las paritarias puso nuevamente frente a frente al SUTE y al Gobierno y, calcado de años anteriores, las primeras reuniones fracasaron, las cifras expuestas no convencieron y la amenaza de paro resurgió como para ir marcando la cancha.
La repetida declaración de guerra fue “si no hay aumento no comenzarán las clases”. Lo que sigue podría resumirse así: la próxima negociación habrá un acercamiento pero no una solución y ésta recién llegará al borde del inicio de clases. No hace falta ser Alicia Contursi para decodificarles los astros a los dirigentes y a los emisarios del Gobierno. Se sabe que una vez superada la guerra de nervios, habrá acuerdo, abrazos y pipas de la paz.
Mientras tanto, nuestros títulos acerca del tema bien podrían ser los de 2012, 2011, 2010 y así sucesivamente.

Espectadores no. Los casos testigo expuestos, ocurridos en los últimos días, sirven –al menos a mí me sirven– para ejemplificar el porqué del escepticismo. Hay más, claro que hay más, pero tampoco es cuestión de seguir fomentando el “dispárese usted mismo”. En todos estos hechos de amplia difusión periodística subyace un compromiso epidérmico, más bien un salir al paso de las críticas y los reclamos para ganar tiempo y dejar que, como tantas noticias que son enterradas por otras, la gente se olvide. Dar una vuelta de página y aquí no ha pasado nada. Lo que molesta, lo que ofende la inteligencia de la mayoría es que se diga con tono grave y gesto adusto los gastados “se va a investigar”, “vamos a ir hasta las últimas consecuencias”, “los tenemos identificados”, bla bla bla.
Aún está fresco el recuerdo de la triste resolución del caso Marita Verón, que quedó sin culpables. Esa impunidad en mayor o menor escala es tan cotidiana que preocupa. Lo peor que podemos hacer es no ponerlo en evidencia, escaparle al debate, a la reflexión. A nadie le sirve un país con meros espectadores. Recuperar el protagonismo es básico para crecer y alguna vez ser esa sociedad evolucionada donde la desigualdad y la injusticia sean cosas del pasado. Es la única forma de que el escepticismo no sea esa palabra que engorda cada día un poco más, casi tanto como el ego de cuanto pavote/ta pisa el programa de Tinelli.

(En Diario UNO, 10 de febrero de 2013)