El poeta Luis Benítez sorprende con Sombras nada más, una novela sobre dos cantores de tango en los tiempos de la muerte de Evita.
 
Al prolífico Luis Benítez (Buenos Aires, 1956) se lo conoce más por su sólida producción poética que por su narrativa y su ensayística (recordar aquí su muy recomendable Digresiones). Esto genera aún más interés en abordar la lectura de su última novela, Sombras nada más, obra que nos revela a un autor con un universo propio y un claro objetivo: contar una buena historia, “como las de antes”.
¿Qué significa esto último? Algo muy simple: Benítez no se cuelga de ninguna vanguardia, ni apela a un argot seudomoderno para dotar lo que cuenta de un ropaje pretencioso que termine ocultando lo esencial del relato.
En Sombras nada más, ya desde su título con resonancias tangueras, encontramos pistas de lo que vendrá.
Pero es esa suerte de ¿aclaración? ¿advertencia? entre paréntesis que reza “una novela del peronismo mágico” lo que funciona cual imán para introducirnos al libro sin más preámbulos.
El eje de Sombras… es la muerte de Eva Perón y las resonancias humanas, políticas y sociales que provoca ese duelo sin fecha de vencimiento.
Dos cantores de tangos, Aldao y Fabián del Mar, quienes parecen escapados de una novela del Gordo Osvaldo Soriano, son un par de saltimbanquis porteños que salen a la ruta a estafar a incautos de los pequeños pueblos.
Allí montan una puesta en escena con falsos concursos de tango que, cual realities de los que hoy cunden en la tele mundial, prometen fama y honores que no son más que fuegos de artificio y una garantía de pronto olvido.
A este periplo propio de una road movie lo concretan al volante de un auto tan particular como quienes lo conducen, cuyo nombre está acorde al imaginario peronista que atraviesa todo el relato: “El Justicialista”.
A la par de estas estafas que les permiten sobrevivir con más holgura que cuando cantaban en la radio y en los piringundines del bajo fondo, ambos maceran una venganza que, en un paradójico punto, es el motor de sus vidas lánguidas, siempre al borde del tiro del final.
“Yo me veía a mi mismo como alguien hecho por entero de años vacíos”, confiesa un Del Mar involuntariamente metafísico.
Finalista en el año 2008 del Premio Clarín de Novela, con un jurado capitaneado por José Saramago, Sombras nada más es una historia de perdedores que se ganan la empatía del lector porque a pesar de la borgeana resolución orillera con que se desencadenan los hechos, no dejan de ser dos tipos a los que no es difícil imaginarlos a toda velocidad por las rutas argentinas cantando a dos voces y a bordo de “El Justicialista” los versos de
José María Contursi: “Quisiera abrir lentamente mis venas / Mi sangre toda vertirla a tus pies / para poderte demostrar que más no puedo amar / y entonces/ morir después / ¡Sombras, nada más, acariciando mis manos!/ ¡Sombras, nada más, en el temblor de mi voz!”.

(En suplemento Escenario, Diario UNO, 13 abril de 2013)