Mendoza podría ser la ciudad maravillosa a la que piden votar. Eso sí, habría que dormir menos siesta.

Para el tiempo de cosecha qué lindo se pone el pago. Verdad irrefutable. Mendoza parece otra. Es otra. Parece despertar de una larga siesta y se despereza para ponerse más guapa que de costumbre.
Se viste de fiesta porque sabe que llegan las visitas. Esconde los ruleros y se produce para lucir radiante cuando la tomen las cámaras del país y el mundo. Hasta se anima a bailar cuando la sacan, porque hasta eso logra el milagro de la Vendimia: que Mendoza salga a la calle, pasee, cante y hasta mueva el esqueleto.
El pago se pone lindo porque al menos por esta época nos olvidamos por unos días de cuán montañeses somos y salimos de la madriguera para disfrutar de ese amplio menú de actividades que se multiplican generosamente de enero a marzo.
Aquí, el lugar común de que hay “para todos los gustos” suena tan cierto como que nuestra Fiesta de la Vendimia es la segunda más importante, en cuanto a dimensión, en el mundo. Repasemos: festivales folclóricos como la Tonada o la Cueca y el Damasco, fiestas vendimiales departamentales, Rivadavia Canta al País, ciclos como Cine en el Parque y Jazz en el Lago, Megadegustación en Capital, Festa In Piazza, los recuperados carnavales, paseos de artesanos, Americanto y el moño final, los actos centrales de la Fiesta Nacional de la Vendimia. Algunas, tal vez las más convocantes, de las opciones que ofrece Mendoza no sólo a los turistas sino también a los propios mendocinos.
Esto que a priori se relaciona directamente con el disfrute como espectadores va de la mano con un fuerte impacto en la economía local.
Detrás de cada una de estas propuestas hay un hacedor, un laburante, un proveedor, una empresa, que por lo general multiplica su volumen de trabajo gracias a los eventos vendimiales o propios de esta época. Ni hablar de la gastronomía y la hotelería que tienen casi completo su cupo gracias a esta fiesta que a muchos mendocinos aún les hace fruncir el ceño.
Convengamos que no a todos les dibuja una sonrisa escuchar el Canto a Mendoza, esa pegadiza banda sonora que desde niños nos resuena insistente como una molesta mosca.
Sin embargo, hasta el menos afecto a nuestro máximo festejo envasado en origen desconoce el benéfico aporte que significa para nuestras arcas y hasta para nuestro humor social.
Por eso no es ilógico que en las más altas esferas de este gobierno con pocos meses de rodaje ya se estén planteando seriamente extender estos festejos. Su claro objetivo es que los turistas elijan Mendoza no sólo el fin de semana en que el Frank Romero Day también vence su modorra y se pone sus mejores pilchas de fiesta para abrir su casa a invitados de todas las razas y todos los idiomas.
Si se lo propone, Mendoza puede ser Vendimia todo el año. Digo, puede tomarse en serio alguna vez que ya no es una provincia “con” turismo sino que “es” una provincia turística. Para esto todavía hacen falta cambiar actitudes un tanto pueblerinas que poco aportan a dar ese paso clave.
Por ejemplo, que los comercios abran los días feriados. Es una triste imagen ver a los turistas caminando por el centro mirando vidrieras enrejadas y preguntándose en voz alta cómo puede ser que no abran cuando llegan los visitantes.
El impulso a los feriados largos para que traccionen en las economías regionales no parece estar en sintonía con buena parte de los comerciantes, que prefieren perder ventas a tener que pagarles el día a sus empleados.
Cuando todos nos pongamos el chip de que Mendoza ya no es una gran aldea y que tenemos mucho más que el Aconcagua para tentar a los visitantes, tal vez recién ahí seamos esa “ciudad maravillosa” que se quiere ser a través de una página de internet.
Voto por ella, pero la voto instando a otra campaña, a una más real y sentida, la de abrirnos al mundo en serio. Seguir siendo montañeses pero durmiendo un poco menos de siesta.

(En Diario UNO, 5 de marzo de 2012)