Entre las tantas reacciones que desató la muerte de cinco chicos en un accidente de tránsito en Guaymallén, tal vez una de las más importantes haya sido aquella en la que muchos padres, conmovidos por la pérdida de estas cinco vidas, aprovecharon la tragedia para hablar con sus hijos. Una buena ocasión para volver “a bajar línea” en cuanto a salidas, horarios, seguridad, responsabilidad y otros tantos temas considerados plomos si son los viejos quienes los lanzan sobre la mesa.
Lo que ocurrió con estos cinco chicos reabrió un incómodo debate, aunque más no sea a escala familiar, de cómo abordar la vuelta de un boliche, sobre todo cuando quien maneja ha tomado alcohol. No son pocas las campañas que desde hace años apuntan a tomar conciencia de que al volante sólo debe ir aquel que esté sobrio. La realidad, o las dolorosas estadísticas, demuestran que no bastan consejos publicitarios ni de la casa para hacerse eco de esta obviedad.
Como tampoco alcanzan los escasos controles viales, por más que desde la policía se asegure que hay un buen número de ellos y que “no se puede estar en todos lados”.
Si los días de salidas arrancan mayormente los jueves, al menos en este lado del mundo, lo más lógico sería instalar puestos fijos (no un mes sí y el otro no) en las vías cercanas a las zonas de los boliches y utilizar los alcoholímetros para bajar a quien no está en condiciones de seguir manejando. Pero ya se sabe, hacer cumplir la ley es remar en la arena.
Tras una desgracia como la del otro día, se impone volver a la carga para reclamarles a los demás que manejen con responsabilidad, que cumplan con los controles, que no tomen si van a conducir, que usen los cinturones de seguridad, pero pocas veces les reclamamos eso mismo a nuestros hijos.
Sabemos que nos vamos a encontrar con el previsible rechazo ante la “consigna” de ser más concienzudos con un tema tan delicado (quién no tuvo esa edad en la que nos las sabíamos todas), pero si está en juego ni más ni menos que la vida vale bancarse el desafío. Si algo tan preciado no nos moviliza, a ellos y a nosotros, entonces sí que ya podemos considerarnos fracasados.
Leer en los muros de Facebook los mensajes que amigos y conocidos de los chicos les dejaban apenas se iban enterando de sus muertes fue realmente conmovedor. Tan conmovedor que seguramente a muchos de ellos les hizo ese necesario clic y de ahora en más no les dé lo mismo viajar más de cinco en un auto, conducir borrachos o a mil por hora como si fueran eternos.
Eso mismo que, como una canción repetida, muchos hijos escuchan decir a sus padres cada vez que salen hacia una noche cada vez más peligrosa.

(En Diario Los Andes, 1 de julio de 2011)