Para el DNI, sólo para el DNI, era Carlos Cayetano. Para nosotros, siempre fue el Carlitos o el Gordo. Así de simple, como era él. El tipo no te andaba con vueltas; te podía decir cuánto te quería o mandarte a cagar con la misma sonrisa sincera y demoledora.
Una personalidad arrolladora, templada por su propia discapacidad, lo llevó desde muy chico a marcar territorio; a anunciar “aquí vengo yo” pero no con prepotencia sino para decir “soy uno más, esas muletas vienen conmigo”. Siempre fue a su modo y todos supimos de inmediato cuáles eran las reglas. Pueden dar fe de esto sus compañeros de secundaria, cuando el Gordo se prendía en los picados y te sacaba una pelota al ángulo con su bastón de superhéroe. O haciendo llorar de la risa con su torpe interpretación en guitarra de “La sonrisa de mamá”. Lo que se diría un personaje carismático. Y querible, sobre todo querible.
También pueden dar testimonio de su generosidad como anfitrión de innumerables asados, sus compañeros de la facultad, quienes cada vez que eran convocados por el Carlitos era como si los llamaran para jugar en la Selección. En uno de esos inolvidables encuentros se acuñó una frase que quedó inmortalizada: “Donde no se pasa miseria es en lo de Brizuela”. Expresión que sintetizaba la excesiva oferta gastronómica del dueño de casa. Es imposible no decir esto y a la vez no recordar su risa inconfundible, tan estruendosa como contagiosa.
Otra muestra de su personalidad avasallante fue su militancia en el radicalismo. También allí el Gordo puso una gran cuota de esa pasión que todos, de algún modo, secretamente le envidiábamos.
Y en eso de superar obstáculos, de los tantos que tuvo en su vida, vale recordar cuando se propuso aprender a manejar. No sólo lo logró y bien, sino que aquel mítico Duna se convirtió en una suerte de embajada de amigos, recién conocidos y agraciadas señoritas.
Si en algo podía ser mezquino era en mostrarse vulnerable. Sus dolores, sus penas, sus grises, los guardaba celosamente a punto tal que rara vez se lo veía caído o bajoneado. Carlitos era un toro y no iba a dejarse ver como un perro apaleado. Si había un ejemplo de tipo peleador frente a las adversidades, ése era el Gordo. Así fue hasta hace muy poco, cuando decidió voluntariamente bajar la guardia y decir para adentro “hasta aquí llego”. Y lo hizo a su modo, sin que lo viéramos, en silencio, como diciendo quiero que me recuerden bien, como el guerrero que fui, ése David que más de un vez revolcó al grandulón de Goliat. Así te vamos a recordar Gordo querido, ¿tenías alguna duda de que iba a ser de ese modo?

(En Tiempo del Este / Nº 304, 8 de julio de 2011)