
Para quienes crean que el big bang de este formato literario se produjo en la web, digamos que hay miles de libros que encontraron en el precepto -no siempre cierto- de que “lo bueno, si breve, dos veces bueno” para demostrar que esta literatura en grageas ex

Bic invita a un (micro) recorrido por autores que en algún momento de su producción necesitaron decir mucho con poco o simplemente experimentar en un formato en apariencia, sólo en apariencia, menos exigente, más relajado. A veces, en el laxo límite de la fábula, la viñeta, el relato, el monólogo o la prosa poética. Etiqueta más, rótulo menos, el objetivo nunca varió: pintar la aldea o a sí mismos como parte de la aldea universal.
“La oveja negra”, de Augusto Monterroso. Un clásico del guatemalteco-mexicano que fue uno de los mayores cultores de la forma breve, con una maestría que deparó más clones que auténticos continuadores de su obra. De este exquisito bestiario dijo Gabriel García Márquez: “Este libro hay que leerlo manos arriba: su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada y la belleza mortífera de la falta de seriedad”. Dígase una vez más que su mítica composición “Cuando despertó,

“Luna halcón”, de Sam Shepard. Deudor confeso de los escritores beatniks, el polifacético Shepard (baterista, actor, escritor, autor teatral, guionista) se vale de relatos cortos, prosa experimental, poemas y monólogos para reflejar la ebullición de la América (léase EEUU) de fines de los sesenta. Una versión romántica de su temporada en el infierno, con infaltables dosis de sexo, droga y rock & roll. El recurso del patchwork se profundiza -incluyendo fotos- en sus célebres y autobiográficas “Crónicas de hotel”, esas historias rotas que sirvieron de punto de partida para su guión de “París-Texas” (1984), dirigida por Wim Wenders.
“Historia de cronopios y de famas”, de Julio Cortázar. Uno de los libros en qu

“La vida imposible”, de Eduardo Berti. Cortos y cortísimos, cuentos con una falsa impronta “periodística” y toques de humor e ironía donde lo fantástico tiene vía libre, tanto como el azar o lo monstruoso. El autor de “La sombra del púgil” abreva en Wilcock, Silvina Ocampo y Borges, entre otros, con el talento suficiente para que no se note más que ese hilo invisible que conecta más con la tradición que con la influencia lisa y llana.
“El libro de los monstruos, de J.R. Wilcock. Como en el recomendadísimo “El

(En suplemento Cultura, Diario Los Andes, 28 de mayo de 2011)