Si hay una época del año propicia para ponerse al día con aquellos libros que fuimos comprando y acumulando impunemente durante meses sobre la mesa de luz, es precisamente la de las vacaciones. O el verano en general, cuando el ritmo se relaja, los compromisos suelen reducirse y el margen para entregarse a la lectura es más que generoso.
Con este amable contexto a favor, la idea es -además de echarle mano a lo que ya tenemos- salir en busca de otros libros que nos sigan convenciendo de que leer es ganarle tiempo a la muerte, vivir esas vidas que no pudimos o simplemente pasar un grato momento. Si es junto al mar, la montaña o el jardín del fondo, no es relevante. Después de todo, leyendo, el mundo debería adaptarse a nosotros.
Si queremos arrancar de a poco, no con una novela o un sesudo ensayo, nada mejor que los "Cuentos reunidos" de Felisberto Hernández. Este uruguayo, que durante mucho tiempo se ganó la vida tocando el piano pueblo por pueblo, empieza a salir del olvido con una serie de reediciones que incluyen esta antología de Eterna Cadencia y "Las Hortensias y otros relatos" (Cuenco de Plata).
Su falsa ingenuidad, su humor sutil y su talento para encontrar lo oculto a simple vista (algo así como "el alma de los objetos") justifica ser uno de esos lectores a los que se refiere Elvio Gandolfo en el prólogo; es decir, aquel afortunado que todavía no conoce algo de este autor y tiene ante sí la felicidad de sumergirse en la obra de Felisberto. Allí encontrará clásicos como "Nadie encendía las lámparas", "El cocodrilo", "El acomodador" o "La casa inundada", varios de ellos públicamente admirados por Julio Cortázar.
La poesía también merece su lugar entre las recomendaciones, ése que por lo general le niega la miopía de los libreros. "Herejía bermeja" es uno de esos libros que no se ve pero está latiendo en un lejano estante. Se trata de una minuciosa compilación de la enorme producción del poeta de La Pampa, Juan Carlos Bustriazo Ortiz. Más de sesenta libros -y apenas seis editados en pequeñas tiradas- justifican rastrear a este maestro oculto.
Editada por Ediciones en Danza, esta singular antología le hace justicia a una obra que tiene mucho de profética, de canto sensual e invocación a los fantasmas de la nocturnidad. El habla criolla y la tradición poética de los españoles son tamizados por su propia lengua dando como resultado un idioma único, un universo sólo habitado por el poeta. Vale la pena arrimarse a él; primero como tímido turista, luego como un merecido habitante con derecho a escuchar las "Elegías de la piedra que canta" o los ecos del "Hereje bebedor de la noche".
Y si queremos una novela de largo aliento, de esas que una vez abierta la tapa no se pueden abandonar, esas que uno marca frases y párrafos enteros con resaltador para volver a leer de tanto en tanto, esa novela es "Los detectives salvajes", del chileno Roberto Bolaño (1953-2003). Un libro excepcional que en los últimos años alcanzó el merecido status de clásico en el parnaso de la literatura latinoamericana.
Arturo Belano y Ulises Lima son ese par de falsos detectives que van detrás de las huellas de Cesárea Tinajero, una escritora que desaparece misteriosamente en el México post revolución. La búsqueda cubre dos décadas (1976 a 1996), donde caben el amor, la muerte, la política, la locura, la traición y, siempre latente, la escritura como otra forma de vida.
No es noticia que en los últimos años la obra de Bolaño se ha extendido como un virus en las nuevas generaciones de escritores y lectores, al punto tal de que no hay canon serio que se atreva a excluirlo. Virus al que sugerimos no contradecir con un simple antídoto. Caer en cama leyendo al autor de "El gaucho insufrible" puede resultar una opción por demás placentera

(Publicado en el suplemento Cultura, Diario Los Andes, 2 de enero de 2010)