Ya sea por el afán de síntesis o por la búsqueda del impacto, los periodistas rara vez nos detenemos a pensar que detrás de las frías estadísticas de los accidentes viales hubo una historia, una vida. La había en el caso de Vanesa Acevedo (18), quien murió atropellada cuando iba con su bebé en brazos a comprar algo para la cena. También en el de Estefanía Puentes (16), arrollada mientras caminaba por la orilla del carril Godoy Cruz. O en el de Juan Gómez (24), cuya moto quedó bajo una camioneta.
Una muestra de que las cifras no nos hacen reaccionar es que a pesar de que en 2007 hubo 423 mendocinos caídos en esa absurda guerra de volantes, al momento de escribir estas palabras el 2008 ya acumula 145 muertos. Números que lejos de detenerse se disparan tan veloces como los canallas que dejaron abandonados a Vanesa, a Estefanía y a Juan.

Dales un arma y te (o se) matarán. Una sola vuelta por el centro o los ingresos a la ciudad alcanza y sobra para confirmar lo mal que se maneja, la enorme cantidad de imprudentes que zigzaguean temerariamente, que no ponen el guiñe, que van hablando por celular como si estuvieran en el café, que pasan en rojo como el más inocente de los daltónicos, o que frenan sobre la senda peatonal y encima insultan si se los mira desafiantes reclamando lo que es un derecho del peatón. Suicidas que obligan a los demás a un bienvenido manejo preventivo para evitar males mayores.
Vale preguntarse por qué se les entrega el carnet de conducir con tanta facilidad y se lo usa con tanta irresponsabilidad. Es como darles un arma, aunque la metáfora suene exagerada. La Ley de Tránsito que impone una licencia por puntos busca ponerles límites a esos imprudentes. Sin embargo habrá que esperar seis meses más para que entre en vigencia y ver si acusan recibo. Mientras tanto, hacen falta más controles en las rutas, más conitos naranja recordándonos que el cinturón debe estar rodeándonos y que la aguja no debe marcar más de lo que nos advierten los carteles.

Educar la conciencia. Como tantos aspectos en rojo que acumula la Argentina, la educación vial no es la excepción. A pesar de las campañas del estilo "Si tomás no manejés", seguimos llorando las muertes de pibes que vuelven del boliche con el suficiente alcohol como para no ver quién viene enfrente y mucho menos intuir el previsible final.
Las aulas son un ámbito ideal para debatir estos temas. Se sabe que las prohibiciones nunca logran buenos resultados, por eso recordarles cómo funciona lo de elegir un conductor responsable o ayudarles a pensar en el cuidado propio y ajeno es más simple y efectivo para generar conciencia que lamentar más chicos malogrados por la imprudencia. Algo tan elemental como valorar la vida no figura en ningún plan de estudios, pero dónde está escrito que no puede hablarse del tema hasta en la hora de Matemática.
Hablar, por ejemplo, de que el 8 de octubre de 2006, cuando volvían de un viaje solidario a una escuela rural del Chaco, 9 alumnos y una docente del colegio Ecos murieron al chocar el micro en el que viajaban con un camión cuyo chofer manejaba alcoholizado. Conmovido por esa tragedia, un histórico referente del rock como Luis Alberto Spinetta se puso a la cabeza de la campaña "Conduciendo a conciencia" para que se convierta en ley la educación vial desde la primaria en todas las escuelas. El músico reúne firmas en cada concierto y entre tema y tema se permite recordarles a sus fans el respeto por las normas de tránsito y, sobre todo, por la vida. En homenaje a esos chicos fue instituido el 8 de octubre como Día Nacional del Estudiante Solidario.

Los que esperan.
La lección pareciera ser simple: todos, desde el pequeño o amplio espacio con que contemos, podemos contribuir a lanzar un llamado de atención sobre el tema, a parar este suicidio sobre ruedas.
Uno de los más recordados eslóganes preventivos, aquel de "No corras, te esperamos", nos recuerda que no somos sólo cada uno de nosotros detrás del volante. Ese alguien que nos espera es una buena excusa para bajar la velocidad y llegar, aunque sea más tarde, a destino. En ese acelerador moderado se encuentra ni más ni menos que la abismal diferencia entre la risa y el llanto.