El Estado, figura elefantiásica y siempre sospechada de ineficiente, suele dejar agujeros negros que los ciudadanos deben cubrir por mera supervivencia o responsabilidad cívica. Digo esto a propósito de la falta de control en demasiados sectores de la sociedad, algo que sólo salta a la vista cuando ocurre una desgracia y aflora la cadena de irresponsabilidades.
Nada más elocuente para graficarlo que el caso Cromagnon, con casi 200 vidas en la conciencia de un puñado de funcionarios y particulares ineptos.
Quizás como efecto de la lección aprendida actualmente hay organizaciones civiles que auditan boliches, padres que se suman a los controles policiales para detectar pibes que manejan borrachos, músicos que juntan firmas en sus conciertos para impulsar una ley, uniones vecinales que ayudan a construir una delegación policial... Ejemplos de participación ciudadana que nacen de la necesidad misma, prescindiendo de toda tutela estatal.
Lo que deberían oír. La idea para reflexionar sobre este tema partió de un simple blog en el que una periodista del diario Crítica, de Lanata, da cuenta del calvario cotidiano que padecen porteños y bonaerenses en los medios de transporte público. Viajé para el orto -tal el explícito nombre de esa bitácora- no sólo registra lo que la autora ve diariamente, también recibe el aporte en textos y fotos de miles de maltratados pasajeros. Entrando allí, un funcionario astuto tendría un panorama más contundente de lo que pasa en calles y vías que el que le puede acercar un asesor de esos que están más pintados que un puente.
Algunos interpretarán este gesto (el de volcar la bronca en un blog) como un simple desahogo, cuando en realidad son voces de un coro que, tarde o temprano, se hará oír. Si el sector político quiere recuperar el respeto perdido, ya debería ir abriendo sus oídos a estos cantos que nada tienen de sirenas.
El cliente siempre tiene la razón. Frente al constante desmadre de los precios, los consumidores han demostrado no estar anestesiados. Así lo confirman esos tibios boicots que contribuyeron a frenar el alza de ciertos productos (el caso del tomate en 2007 es bien ilustrativo) o el ascenso de organizaciones de defensa al consumidor -como Prodelco y Adecua- que han ganado presencia, incluso mediática, por poner la lupa ahí donde rara vez el Gobierno fiscaliza como debiera. En la ausencia del Gran Hermano Estado, los argentinos comunes y corrientes van tomando la posta.
El ojo del amo. No menos cierto es que cuando los controles funcionan la maquinaria social se muestra más aceitada y eficaz. Basta observar cómo reaccionamos al ver un puesto policial en las rutas: disminuimos la velocidad, nos abrochamos el cinturón, no atendemos el celular y por poco no nos peinamos al pasar frente "a la ley". Somos, como tantas veces nos dijeron en la escuela, hijos del rigor. Para esto el General (Perón) tenía un frase igualmente cierta: "Todos los hombres son buenos, pero si los controlan son mejores".
En esa línea, no un peronista sino un radical -el intendente de Capital, Víctor Fayad- puso en práctica eso de que "el ojo del amo engorda el ganado" y dispuso manu militari sacar los tabiques en oficinas del municipio para terminar con esos guetos donde, aseguró, pululaban personajes gasallescos de mate y chusmerío y vendedores de ropa y CD truchos.
En Guaymallén, la unión vecinal del barrio Villa Barón confeccionó su propio mapa del delito para poner en evidencia dónde se vende droga o viven los delincuentes. Ahora será la Justicia y los muchachos de azul quienes deberán desactivar esa bomba de tiempo que les late al otro lado de la medianera.
Ni tanto ni tan poco. Después de todo no está nada mal que los que ponemos el voto además metamos los pies en el barro. Ya de boca de nuestros padres solíamos escuchar quejas acerca del "Estado paternalista". Ni tanto ni tampoco. En varias de las situaciones aquí descriptas el ciudadano común debió involucrarse porque no le quedaba otra.
Con 25 años de democracia ininterrumpida, lo esperable en este país ciclotímico es que tengamos la madurez suficiente para reclamar cuando corresponde pero también para hacernos cargo de ser protagonistas y no ver pasar la vida con la ñata contra el vidrio. En otras palabras, ser jueces y parte.