Puede ayudar a prevenir algunas dolencias, contribuir a mantener activa la memoria y hasta prevenir enfermedades neurodegenerativas. Pero no es por estas bondades que el café sigue siendo, más que una exquisita bebida energética, el espacio por excelencia donde aún es posible hacer terapia gratis con los amigos, poner a punto un negocio, pactar una cita amorosa o laboral o cocinar una estrategia política.
Este elogio del café como una verdadera institución argentina viene a cuento porque sigue en pie y más convocante que nunca mientras otros espacios de interacción social como el potrero, los carnavales, los clubes y cines de barrio, han ido diluyéndose tristemente ante el avance impenitente de la modernidad. Ceremonias que, si bien fueron mutando, a la vez dejaron milagrosamente a resguardo la tan común y corriente de autoconvocarse en torno de una simple mesa para compartir el ritual del cafecito.
En Mendoza, lejos de desaparecer, cada día son más los locales que, montados en el concepto del café clásico, le han encontrado una vuelta de tuerca para seducir a sus parroquianos. Así, vemos cómo conviven armónicamente con panaderías, cíbers, drugstores, heladerías o delicatessen. Lo que no cambia en lo más mínimo, además del imprescindible nexo de un mozo atento y con memoria, es su espíritu gregario, su clima contenedor y esa sensación de que allí puede encontrarse la necesaria pausa para que la jornada laboral no pierda por goleada frente al estrés.
Buena parte de ese aggiornamiento cafetero lo está aportando el constante desembarco de conocidas cadenas a través del sistema de franquicias. Bonafide, Havanna, Balcarce, Fenoglio, y el recién llegado Martínez, son parte de ese aterrizaje comercial que viene a insuflar nuevos aires a tan transitado rubro. En ellos quizás ya no se apunten poemas en una servilleta (como gustaban plumas tan disímiles como Gelman, Discépolo o Tanguito) sino en una práctica notebook, aprovechando la conexión a Internet a través del wi-fi. Un aggiornamiento que no le quita en nada su mítico halo de ámbito ideal para que fluyan las musas, esas que hasta a Serrat se le suelen ir de vacaciones.
La relación simbiótica entre el Negro Fontanarrosa y el Café El Cairo, en Rosario, es una buena muestra de que en la inspiradora escenografía de estos santuarios urbanos bullen las mil y un historias. Sólo se trata de que encuentren un "médium" con olfato y oficio para darles su merecido vuelo.

(Publicado en Diario Los Andes, 28 de febrero de 2009)