Abrumados como estamos todos ante el alocado rumbo que está tomando el planeta, la sensación no es otra que la del pánico escénico. Nos hemos quedado en blanco como cuando éramos niños y concentrábamos la atención en un acto escolar. Un vértigo de montaña rusa nos impide ver con claridad lo que está pasando acá y allá; mucho menos vislumbrar lo que se viene.
Una vez más, figurita repetida para los argentinos, el pulso nos late en el bolsillo.
Nuestra propia calesita financiera da vueltas entre tener los ahorros escondidos en la casa (una tentación para el chorro de cada día), sacarla del banco (diezmo asegurado para el gremio de los dateros) o invertirla en algo sólido (ladrillos, motores, tierra, cementerio privado) como tímido reaseguro frente a los vientos que arrastra el Katrina financiero.
Sin embargo, en este país de corralitos y acorralados, el problema principal sigue siendo el crédito, pero no el que otorga una entidad bancaria, sino "la confianza que tiene una persona de que cumplirá los compromisos que contraiga", como bien señala el fiel mataburros. Ese crédito es el que perdió buena parte de nuestra clase dirigente.
¿Quién, después de la intempestiva decisión de la Presidenta de terminar con la jubilación privada -entre otros tantos anuncios donde primó el golpe de efecto por sobre la racionalidad-, confía en que las medidas que se tomen a futuro mejorarán nuestras vidas o nos sacarán del fondo de la tabla como al equipo del Cholo?
Por estos días, allá y acá, la pérdida de confianza cunde como un virus al que cuesta encontrarle antídoto. No hay encuestas optimistas ni promesas de bonanza que le pongan coto a la malaria. La confianza, valor esencial para todo tipo de acuerdo, se ha desnaturalizado de tal manera que habrá que esperar unas cuantas generaciones para que recupere su valor simbólico. Tal vez sólo aquellas personas que conservan la fe como un preciado tesoro, podrán percibir menos oscuro el horizonte.
A quienes contraataquen denunciando que ésta no es más que otra mirada "tóxica" de la crisis (ese adjetivo tan en boga que se les adjudica a aquellas personas que nos transmiten su mala onda), se los invita a sumarse a los seguidores de Alfred Jarry, el creador de la Patafísica. Sí, la ciencia de las soluciones imaginarias.

(Publicado en Diario Los Andes, 31 de octubre de 2008)