Si algo le faltaba al vapuleado objeto libro es que, a la caída estrepitosa de ventas y la triste migración de lectores hacia seductores formatos virtuales, se le sumara que las librerías no cuenten en la actualidad con verdaderos libreros. De esos, me explico, que en los viejos tiempos oficiaban de paternales guías para ayudarnos a descubrir autores o títulos que nos dejarían indelebles muescas.
Hoy, meros despachantes, se limitan a buscar en la PC al autor o texto consultado y dar por respuesta un frío “sí, lo tengo” o “no me queda, pero en la otra sucursal sí” y completar la lacónica información con el correspondiente precio. Casi nunca se les desliza un dato no requerido, una recomendación atinada, un gusto personal de los que merecen compartirse.
Se podrá decir que éste es el modelo perfectamente distinguible de las cadenas de librerías, pero salvo las honrosas excepciones que cual brujas hay, tampoco en las de usados -donde circula otro tipo de textos (títulos inconseguibles, ofertas de best sellers de cuarta y joyitas de esas que premian a los cazadores con olfato)- hay sabios conocedores del paño.
Por definición, un buen librero debería ser aquel que antes que nada es un gran lector, un amante tal de los libros al que compartir su pasión y sabiduría lo convierta en la antípoda de un vendedor o comerciante del “rubro gráfico”.
Ante la falta de libreros de raza como los García Santos, los Yánover, los Crimi, en agosto abrirá la primera escuela de libreros del país. Impulsada por la Cámara Argentina de Papelerías, Librerías y Afines, y la Universidad de Tres de Febrero, más el apoyo de la Secretaría de Cultura y el Ministerio de Trabajo de la Nación, esta excelente iniciativa busca recuperar la idea del librero como formador de lectores. Está destinada a personas con o sin experiencia laboral, secundario completo y ganas de cursar gratuitamente (¡!) ocho materias a lo largo de un cuatrimestre.
Tan exitosa fue la convocatoria que ya se inscribieron 200 interesados para cubrir sólo 40 vacantes. Pero a no desesperar libreros en ciernes, esta experiencia que arranca en Buenos Aires tendrá sus réplicas en el interior (por ahora sólo está confirmada Córdoba).
Que sea un chef de la palabra como el español Manuel Vicent quien defina con mayor precisión de qué hablamos cuando hablamos de libreros y no de “macdonalizados” vendedores: “Una buena librería es siempre la Isla del Tesoro. Tanto si eres un joven aventurero como si eres un curtido explorador, necesitarás un guía en este viaje. Un buen librero te conducirá rápidamente no sólo a la mesa de novedades, sino al punto exacto del anaquel donde se halla el secreto del oro”.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 11 de julio de 2010)