Se viene otro Día del Niño y lo primero en lo que pensamos, casi como acto reflejo, es qué les regalamos, cuándo salimos a comprarlo, con qué los podemos sorprender o dónde los llevamos para que se den una panzada de títeres, mimos y payasos. Una agitada jornada acorde con la vida hiperactiva que llevamos... y listo. Ya está. Ya cumplimos. Con la conciencia tranquila volvemos a la vida “ normal”: ellos a la escuela, nosotros al trabajo. Pero ellos, vaya la obviedad, esperan algo más que el ritual del juguete y el plus de una jornada vivida a full para no desentonar con la celebración general.
La velocidad que imponen estos hiperkinéticos tiempos, donde todo parece medirse al ritmo del famoso “minuto a minuto” del rating televisivo, nos ha quitado esos preciosos momentos que deberíamos compartir con los hijos. Ya sea por la adicción laboral o porque nuestros horarios van a contrapelo del resto de la familia, lo cierto es que es mínimo el tiempo que dedicamos a jugar con ellos, a escucharlos, a revisarles las tareas, a verlos en los actos del cole, a contarles un cuento. En el mejor de los casos, buscamos saldar parte de esa deuda con un domingo de shopping, que incluye en un mismo combo: jueguitos, cajita feliz, helado y cine. Claro, habrá quien no se identifique con este estado de las cosas, pero en trazos gruesos es el que la implacable realidad nos moldea a su antojo.

Detrás de los Messi
Para la Organización de las Naciones Unidas, el Día Universal del Niño es el 20 de noviembre porque en esa fecha de 1959 se aprobó la Declaración de los Derechos de los infantes. En Argentina, esta celebración históricamente se concretaba el primer domingo de agosto pero desde el 2003, y por razones meramente comerciales (lo pidió la Cámara del Juguete), pegó un salto al segundo. La fecha viene bien para que, además de agasajarlos con ese codiciado regalito, los volvamos a poner entre nuestras prioridades, tanto en nuestras casas como en esa entelequia llamada sociedad.
De una u otra forma ellos también son noticia, aunque muy por detrás de los Messi, los Tota Santillán o las chicas del caño de Tinelli.
La muerte de un niño de 4 años hace unos días en La Rioja, a causa de la desnutrición, es un alerta, un llamado de atención. Ante esta absurda pérdida es inevitable recordar los miles de litros de leche tirados durante el paro del campo, la fruta y verdura que se pudrió en los camiones varados por los cortes de ruta, las cien vacas regaladas al piquetero Castells por “el aguante” al agro.
Paradojas de la vida, lo que en su momento fue una de la noticias más conmovedoras del año –u na nena de 10 años atropellada, violada y quemada en una localidad bonaerense– hoy se transforma en buena nueva debido a que avanza en su recuperación.
Pero no todas son pálidas. Otro pequeño ocupó su merecido lugar en los medios. Leonel Crescitelli, el chico de 10 años que encontró en Rivadavia una billetera con U$S5.000 y los devolvió, fue elegido Rey del Juguete 2008, una distinción que otorga la Cámara Nacional del Juguete y que le fue entregada ayer en Capital Federal. Otro pibe que sacó patente de honesto fue Ismael Castro, de 11, quien halló una cartera con euros, joyas y tarjetas de crédito. También la entregó. Y también fue noticia.
Los que no tuvieron su cuarto de hora mediático, pero están camuflados en otro tipo de informaciones, son los que no tuvieron clases por el paro docente. Los que limpian vidrios y no van a la escuela. Los que a altas horas transitan los cafés pidiendo una moneda. Los que no reciben atención cuando hay huelgas en los hospitales. Los que ya no tienen baldíos para jugar a la pelota y matan las horas a pura merca y cerveza. Los que perdieron aún antes de empezar.

Materia pendiente

Lo que parece elemental, es decir que deberían ser los privilegiados en la casa y fuera de ella, los primeros en toda lista, el centro de la mayor atención y protección, son en muchos casos los más castigados. Así lo demuestra la gran cantidad de pequeños que trabajan a pesar de las leyes que buscan terminar con esta injusticia. El próximo domingo es una buena oportunidad para reflexionar que ellos esperan de nosotros mucho más que el simbólico juguete. Esperan que seamos ese superhéroe dispuesto a enfrentar al peor villano por ellos. Una fantasía que bien puede ser la nuestra.