No hay lógica más demoledora para poner en evidencia la mentira que es el Indec que hacer un tour por un supermercado. Como la sangre en las películas clase B, la inflación se extiende segundo a segundo dejando tras de sí un tendal de bolsillos heridos. Para enfrentarla, digamos mejor para defendernos, a ambos lados del mostrador surgen estrategias.
Las tiene el comerciante, bajando este producto para subir aquél, ofreciendo segundas marcas o propias, o bien apelando al downsizing. Tal palabreja no significa otra cosa que presentar los mismos productos en envases más chicos pero a igual o más caro importe.
También los clientes tenemos nuestras “tácticas” cuando comparamos precios y apuntamos el GPS hacia donde más nos conviene. Ya sea aprovechando las promociones que ofrece la competencia o estando alertas los días que hay descuentos por la compra con tarjetas de determinados bancos.
Esto del achique de envases, que en el barrio tildaríamos de “engañapichanga”, no es algo nuevo. Como ocurre en tiempos de crisis (bah, casi siempre), tras el batacazo de 2001 los comerciantes aguzaron el ingenio y así, al mejor estilo Benjamin Button (el hombre que nació anciano y en lugar de crecer se hacía cada vez más pequeño), la leche que ayer contenía 500 gramos se “desagiaba” a 400 gramos. El mismo ejemplo vale aplicarlo a yerba, café, galletas, manteca, etcétera. Claro está que lo que no baja por la misma escalera son sus precios.
Los propios almaceneros reconocen que el año pasado aquella tendencia que cobró auge en la era post De la Rúa renació con fuerza para gambetear -a medias- el fantasma inflacionario.
Para las organizaciones que defienden al consumidor no es otra cosa que un ardid para aumentar y que se note menos.
Psicología pura que se diluye cuando pasan los días y hay que volver a las compras, saltando a la vista que el rendimiento fue inferior. Por ende, el virus del achicamiento se traslada al recipiente: del carrito se pasa al cómodo canasto. ¿Será para volver a sentir la sensación de que podemos llenarlo?
Del proceso de achicamiento no sólo son víctimas los comestibles; ahora también nos dura menos el desodorante, el jabón, el papel higiénico, el champú y hasta ciertos medicamentos.
Una escena que se repite con mayor frecuencia por estos días es mirar bien de cerca o apelar a los lentes para ver si es correcto que esa botella de aceite o ese paquete de arroz “parezcan” más chicos como si una ilusión óptica les estuviera jugando una mala pasada.
Sin embargo, y mal que nos pese, esta estrategia comercial es legal siempre y cuando estén las características y el valor del producto claramente a la vista del cliente.
Por si lo pensaron o fantasearon con sumarse a la tendencia achicadora, desde ya los desaliento: aplicarle el downsizing a la billetera no hará que milagrosamente tenga más dinero. A lo sumo se verá más gorda. Y no es lo mismo.

(Publicado en Diario Los Andes, 30 de enero de 2011)
Las listas de fin de año, tan previsibles como esperadas, son tantas como periodistas o medios se sumerjan en esa ímproba tarea revisionista. Con esta suerte de impunidad que garantiza el mix de subjetividad, gusto personal y, por qué no, capricho, Generación Bic ofrece aquí su arbitrario panorama 2010 con la intención de que, cual yapa o bonus track, dicho listado sea leído también como bienvenidas sugerencias de lecturas veraniegas.

“Verano”, de J.M. Coetzee.
Con esta tercera entrega -las anteriores fueron “Infancia” y “Juventud”- el Nobel 2003 vuelve a patear el tablero de lo que se espera de una autobiografía. Aquí el sudafricano se vale de un falso biógrafo inglés para sondear en la vida de un ya difunto Coetzee. Para ello realiza una serie de entrevistas en las cuales el biografiado nunca sale bien parado. Divertida a su modo y siempre filosa, “Verano” es una novela que ratifica los kilates del autor de “Foe”.

“Aquí comienza nuestra historia”, de Tobías Wolff
, recopila veintiún cuentos ya publicados, ahora revisados y corregidos por el autor, más diez relatos nuevos. El creador de “Vida de este chico” sabe hallar como pocos lo extraordinario en esas historias minúsculas que parecen atrapadas en la monotonía de lo cotidiano. Sin dudas, uno de los grandes narradores norteamericanos de todos los tiempos.

“Blanco nocturno”, de Ricardo Piglia
, marca su regreso -con gloria- al territorio de la novela después de 13 años. La llegada de un exótico portorriqueño a un pueblo de Buenos Aires y su relación con las gemelas Belladona son el caldo de cultivo de una historia que parece ir hacia el policial clásico pero que, maestría mediante de Piglia, termina siendo el relato de una frustración a la que siempre hay alguien para ponerle el cuerpo.
Una vez más, el que registra todo es el inefable Emilio Renzi, personaje que aparece y desaparece en varias novelas del autor de “Respiración artificial”.

“Capacho”, de Leandro Hidalgo.
Uno de los autores locales más productivos y reconocidos en el terreno del microrelato da el esperado salto a la edición. Hidalgo, uno de los agitadores del “Ciclo Elefante” y el radial “Oso anda”, acredita varios premios por sus creaciones. Dividido en siete partes, este “Capacho” lo muestra como un hábil orfebre de historias mínimas, saboteando la realidad con las herramientas de lo lúdico, pero también armado de humor y lirismo. “Capacho no es un conjunto de textos, es una actitud, un capacho a la literatura y a la realidad, cuestiona y juega, golpea, propone pensar”, define certero el editor Fabián Vique.

“Si Hamlet duda le daremos muerte”
es una antología que ofrece un generoso muestrario de la poesía que se cocina hoy en Argentina y que, como rasgo fundamental, no reniega del pasado aunque no anclándose en él sino proyectándose, resignificándolo. De allí que cuestionen fuertemente ese “puro presente, sin discusión” que, según Emiliano Bustos (uno de los prologuistas) caracterizó a la poesía de los '90. Editada por Julián Axat & otros para la excelente colección “Los Detectives Salvajes” (Libros de la Talita Dorada), “Si Hamlet duda...” advierte en su prólogo que “esta antología nace para hablar del margen de la poesía y no de su centro”. Como en toda antología, en ese margen encontramos poetas y poemas prescindibles y esos otros que están llamados a dejar huella.

“Manhattan song”, de Luis Benítez.
Estos “cinco poemas occidentales” fueron escritos entre 1992 y 1993 cuando el poeta vivía en Nueva York. Como Lorca en su momento, Benítez siente que la única defensa ante una ciudad tan avasallante es valerse de la poesía como antídoto o catalizador de emociones, estímulos, tentaciones. Como bien aclara el autor (uno de los grandes poetas argentinos, de esos que el canon omite sospechosamente), “Manhattan song” no busca ser “la imposible representación de la ciudad real sino la representación de lo que ella -muy discutiblemente- vuelve a presentar: el resto de Occidente, un objetivo a escala, más humilde, más factible”. Tal vez en su libro más avasallador, el autor de “La tarde del elefante” juega a ser un Whitman de fin de siglo cantándose a sí mismo para convencerse de que el sueño no terminó.

“Horla city y otros poemas”, de Fabián Casas
, reúne toda su producción poética de los últimos veinte años. Así, por orden de aparición, se lee “Tuca”, “El salmón”, “Oda”, “El spleen de Boedo”, “Horla city” y “La voz extraña”, uno de sus “ensayos bonsai”. Casas es un poeta que a medida que gana reconocimiento y exposición pública más rechazo genera en poeta jóvenes que “maldicen” la corriente objetivista con que ha sido rotulada su poesía. Fuera de toda polémica, sus poemas de fuerte impronta social se defienden solos. Como debe ser.

“Bajo este sol tremendo”, de Carlos Busqued
, fue finalista del Premio Herralde y por esa razón editada por Anagrama en el 2009. Sin embargo, como pasa con grandes libros que van ganando visibilidad con el boca a boca y las recomendaciones de críticos atentos, fue en el 2010 en el que la novela debut de este chaqueño “exiliado” alcanzó si no el podio de las ventas sí el de las codiciadas buenas críticas. La historia es la de Cetardi, un bueno para nada que se encuentra con un abogado inescrupuloso tras enterarse de que su madre y su hermano han muerto en Misiones en circunstancias no muy claras. Resolver el tema de la herencia es el disparador de esta suerte de policial negro con ecos beatniks y del más disparatado Tarantino.

Antes del fin.
Por si vuestra sed lectora no hubiera quedado debidamente saciada, aquí van unos bocadillos de Reyes: “Missing” (Alberto Fuguet), “Dóberman” (Gustavo Ferreyra), “El cementerio de Praga” (Umberto Eco), “La humillación” (Philip Roth), “Rock barrial” (Juan Diego Incardona) y “El don de la vida” (Fernando Vallejo).


(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 2 de enero de 2011)