Las declaraciones juradas presentadas hace unos días por el gobernador y su gabinete no deben quedar en la mera anécdota, más allá de que hayan dado pie a todo tipo de humoradas con un lógico rebote mediático en el resto del país debido a los irrisorios valores consignados.
Lo que de ninguna manera tiene que aceptarse es que se pierda el sentido más elemental de una declaración jurada, que es el de dar fe del patrimonio de aquellos que fueron elegidos para gobernar a todos los mendocinos.
La justificación de que algunos de esos cuestionados números responden “a la valuación fiscal y no el valor de mercado” (sic)no resulta convincente cuando el discurso oficial es el de “sincerar” los números del Estado.
El mandatario provincial acusó recibo del escandalete. Una vez que alcanzaron tanto eco el auto Mercedes Benz de $1 del ministro Gianni Venier y el lote de $0,70 de la vicegobernadora Laura Montero, Cornejo admitió que de muy poco sirven las declaraciones juradas si lejos de dar garantías de transparencia obtienen la reacción contraria.
Si alguien considera preciso dibujar los patrimonios personales es porque insinúa gato encerrado o porque no   quiere que a futuro se compare con cuánto ingresó a la gestión pública y con cuánto se irá.
La polémica dejó un aspecto positivo: urge actualizar e registro catastral (los últimos datos se remontan a 1999)y, sobre todo, 
aggiornar el avalúo fiscal mediante una ley (desde 2009 un proyecto está cajoneado en el Senado).
Esto permitiría, además, un importante salto en la recaudación para las arcas provinciales en Inmobiliario, Sellos y Transferencias.
De hecho, por cálculos mal realizados en estos impuestos, Mendoza estaría perdiendo por año unos $5.000 millones. Imperdonable.
Para Cornejo, el problema arranca en el decreto de Francisco Pérez ya que no determina la metodología para valuar los bienes que declaran los funcionarios. 
La Fiscalía de Estado tampoco puso reparos en lo presentado. Ese ente de controlar sólo recibe la declaración jurada y su rol se focaliza en que puedan justificar los bienes adquiridos mientras cumplen con la función pública.
Para que la transparencia (valor del que Cambiemos habló hasta el hartazgo para desmarcarse de la “herencia”) no sea un eufemismo ad hoc, se requiere  de los ajustes legales mencionados y, por qué no, de decisión política. De tal manera que rendir cuentas a los ciudadanos no sea una puesta en escena ni un obligado e incómodo paso administrativo.

(Diario UNO, 8 de mayo d 2016)
Hacer cumplir la ley es “mala leche”. Así lo entiende y define Daniel Elías, el intendente de la localidad de Chamical (La Rioja), quien reaccionó con vehemencia ante un oficial que lo detuvo luego de negarse a un test de alcoholemia.
El funcionario cayó en un ardid bastante arraigado en aquellos que tienen alguna cuota de poder, que consiste en “chapear”. Es decir, apelar a un contacto de peso para zafar de una situación incómoda.
Elías, tan obvio como torpe, lo primero que hizo fue intentar comunicarse con el gobernador para denunciar a un efectivo policial que estaba haciendo lo que correspondía. No lo estaban coimeando, lo cual podría haber justificado la premura del llamado y un previsible enojo.
Un viejo periodista de Diario UNO solía recordar el caso de un agente de tránsito que en una ocasión paró el auto del presidente Jorge Alessandri Rodríguez. No sólo le pidió los papeles como en cualquier operativo vial sino que le labró una multa por exceso de velocidad.
Al otro día, el efectivo fue convocado al mismísimo despacho del mandatario. Expectante y algo preocupado, pero convencido de que había obrado bien, cumplió con la invitación.
Una vez en el lugar, el Presidente le estrechó la mano y le contó que lo había invitado para felicitarlo por haber cumplido con su trabajo sin tener en cuenta que a quien estaba multando era la máxima autoridad del país.
La anécdota muestra la excepción a una regla demasiado extendida y aceptada sotto voce. 
Es interesante analizar la reacción de estos personajes que creen que porque fueron validados en las urnas para un cargo público eso les otorga una suerte de inmunidad para derrapar en los terrenos de la ley.
Este Elías, como tantos Elías que no quedan grabados y son justicieramente viralizados, merecen ser doblemente castigados. Por la falta que hayan protagonizado, pero sobre todo por violar un tácito pacto de confianza con el resto de los ciudadanos.
Querer correr la línea de lo permitido es demasiado tentador cuando se tiene un poco o mucho de poder. Un poder que también puede ser bueno y necesario para transformar la vida de los demás. Algo que los Elías lamentablemente nunca entenderán.

(Diario UNO, 17 de mayo de 2016)
No fue un festejo patrio más. Este 25 de mayo fue el marco propicio para que la Iglesia y el presidente Mauricio Macri cruzaran diplomáticamente sus respectivas visiones de la Argentina actual.
El cardenal Mario Poli hizo oír su voz en el Tedeum para advertir: “No perdamos sensibilidad ante el dolor de los más pobres”.
Lo escuchaban en la celebración religiosa desde el mandatario nacional hasta el titular de la Corte, buena parte del gabinete macrista y referentes del Congreso.
A ellos les planteó no dejare paralizar por las estadísticas “sino más bien que no perdamos la sensibilidad para escuchar y redoblar los esfuerzos y servicios”.
El presidente acusó recibo a su modo. Fiel a su estilo de lanzar frases bienintencionadas pero carentes de definiciones políticas, llamó a “cerrar la brecha entre lo que somos y lo que podemos ser”.
Sus palabras resonaron justamente en una semana en que las tarifas del gas impactaron con dureza en la economía de miles de familias de todo el país.
Terciando en el fuego cruzado, Marcos Peña aseguró que el Gobierno comparte ciento por ciento todo lo que dijo el arzobispo de Buenos Aires en cuanto a la pobreza.
Para el Jefe de Gabinete, ambos están en la misma búsqueda: “Un país en paz, en prosperidad, que facilite el encuentro y que cuide a los más débiles”.
Más que sorprender ya irrita la constante apelación a frases que parecen pergeñadas a medida por el equipo de marketing presidencial. 
Cuando Macri patea hacia adelante (el segundo semestre)una supuesta salida a la crisis actual, no está dándole una respuesta seria a quien hoy tiene que pagar una boleta de gas de $2.000 cuando la anterior había sido de $190.
Podrán explicarle a ese usuario que se están “sincerando” las tarifas y este puede que lo entienda; lo que no entiende ni acepta es la tremenda desproporción.
Un ejemplo más de que para evitar que sangre la herida en un brazo directamente se corte el brazo. 
Seguir prescindiendo de la política como forma de hacer política es un experimento que, a la luz de los resultados de su primer semestre, debería servirle a Macri para rectificar urgente el rumbo. 

(Diario UNO, 26 de mayo de 2016)
Fernando Vallejo es como ese abuelo que nos cuenta una y otra vez la misma historia, siempre igual, siempre distinta, y a la que no podemos dejar de escuchar.
El problema es que el escritor y cineasta colombiano no es nuestro abuelo, y esa historia que en principio captó nuestra atención ya empieza a cansarnos un poco.
A esta altura, con puntos altos como La virgen de los sicarios, El desbarrancadero o Los días azules, Vallejo da señales de ir agotando el otrora caudaloso arcón de sus recuerdos.
En este y sus demás libros, la materia prima es, invariablemente, una familia tan numerosa como desquiciada, su odiada y añorada Colombia, sus amadísimos perros, el México que lo acogió en el autoexilio, su Libreta de los Muertos (donde anota cada persona a la que conoció y hoy es polvo del polvo) y su implacable desprecio por la humanidad.
Con esa receta inimitable, Vallejo ha construido una obra nihilista donde el amor filial es un paraíso perdido que el narrador –en recurrente primera persona– pretende recuperar en vano poniendo negro sobre blanco en la tramposa memoria.


(Diario UNO, suplemento Escenario, 2016) 
Cuando aún estaba en campaña hacia la presidencia, Mauricio Macri cuestionaba duramente a Cristina Fernández por el uso y abuso de las cadenas nacionales, fuera o no importante el tema a comunicar.
Para diferenciarse, el líder del PRO anticipaba un gobierno de puertas abiertas, de conferencias de prensa donde se le pudiera preguntar de todo, sin freno de mano alguno.
Ya en el sillón de Rivadavia, parte de aquella promesa fue cumplida; en su primer trimestre no hubo cadenas oficiales a mansalva y se concretaron encuentros con los periodistas.
Sin embargo, esa apertura informativa que se suponía iba a desbordar medios oficiales e independientes, todavía no se observa con la contundencia con que Macri pretendía superar la mentada grieta, sobre todo en materia informativa.
En un presente marcado por la crisis social, política y económica, resulta llamativo que el presidente se muestre tan esquivo en dar explicaciones o pistas de cuál es el rumbo. 
Los argentinos no escuchan de su máxima autoridad un análisis de la creciente crisis.
Lo que trasciende a la opinión pública son versiones en cuentagotas de las supuestas buenas perspectivas que hay que esperar para el segundo semestre del año.
En la incertidumbre del mientras tanto, es inentendible que no haya definiciones más claras para que la totalidad de la ciudadanía sepa hacia dónde va el país.
No alcanza con que se explique que la visita de Barack Obama fue positiva porque reabrió las relaciones con una potencia, en un giro que debería acercar las renuentes inversiones. 
Muy característico del staff macrista, la comunicación oficial fluye sobre todo por las redes sociales, creyendo que con eso alcanza para llegar a todos.
Difícilmente el vecino de a pie, poco afecto a la tecnología o directamente fuera de su alcance, reciba las buenas nuevas de estos gurúes 2.0.
Explicar qué se está haciendo para domar la inflación galopante, cómo se recuperará el empleo en el campo privado o cómo podría reactivarse la obra pública, son interrogantes que no se pueden dilucidar en 140 caracteres o compartir graciosamente en el muro de Facebook.
Superados los cien días de acomodamiento, ya va siendo hora de que Macri y su equipo informen sin eufemismos dónde estamos parados y cuál es el camino para esa Argentina que prometieron.

(Diario UNO, 30 de marzo de 2016)
No conforme con la enseñanza que postula “no se queje si no se queja”, apelé por primera vez al mentado Libro de quejas. No se trató de un arrebato. En el capítulo anterior, tres justificadores seriales proporcionados por el comercio en cuestión, no habían logrado su único cometido: convencerme de que el equivocado era yo. 
Un minúsculo cartelito en atención al cliente me recordaba que estaba a mi disposición el artefacto indicado para descargar el descontento. Primer ruido: en realidad no estaba ni a la vista ni a la mano.
Luego de un largo periplo de búsqueda, con su peor sonrisa la recepcionista me extendió el libro (bah, cuadernito de tapa dura y gracias). 
Quizás especulaba con que la demora menguaría mi ira interna. Error. Más ágiles se movían mis dedos esperando poner negro sobre blanco las razones de mi acalorado reclamo.
Mientras ordenaba las ideas, aproveché y semblanteé lo escrito por un puñado de socios en el infortunio. No me interesaban los detalles, pero sí el tono. En ningún caso se recurría al insulto o a frases violentas. Lo que campeaba era un enojo que bordeaba la frustración.  
El circuito previo es de manual. Uno plantea su problema. El otro escucha y da su devolución. Y si la respuesta ni los argumentos son convincentes, el camino de vía única conduce a ese “instrumento destinado a mejorar las relaciones entre consumidores o usuarios, y proveedores de bienes o servicios”. 
De tener voluntad de honrar “la atención al cliente” o la marketinera “postventa”, ahí nomás me hubieran llamado, me habrían pedido disculpas por el trato descortés y tal vez me hubieran convocado a una reunión, ahora sí cordial, para acercar posiciones. Negativo barra cero.
Sí, en cambio, casi a diario me bombardean con encuestas telefónicas, me invaden con mails despersonalizados y de una u otra forma me quieren hacer sentir que soy parte de la “familia” de... (evito mencionarlos para no darles publicidad gratis, ni siquiera de la negativa). 
Podrán imaginar mi respuesta en todas esas ocasiones. 
¿Qué reclamaba?, se preguntará usted. Una minucia, un tema menor: que respetaran lo acordado.

(Diario UNO, 3 de abril de 2016)
Una vuelta al tercer mundo, por Juan Pablo Meneses. Debate. 219 págs.

Lo de Juan Pablo Meneses es desde el vamos el periodismo portátil. Un género que más allá de su simpático nombre no es otra cosa que darle un sello propio a las ancestrales crónicas de viaje. El periodista chileno es un viajero incansable que en cualquier punto del globo puede encontrar la historia de sus desvelos o directamente ir en busca de ella porque con el ojo entrenado del cronista suele ver lo que muchos otros no pueden o saben ver.
Con reconocidos trabajos como Niños futbolistas, Equipaje de mano y La vida de una vaca, en Una vuelta al tercer mundo Meneses no se propone nada nuevo ni especial, simplemente desandar un caprichoso periplo por ciertos lugares a los que su curiosidad innata y su interés periodístico lo lleven de la mano.
Un viaje frustrado  al espacio, tan real como imposible, termina cambiando sus planes para bien y, mejor aún, pisando tierra firme. Con la impronta de Julio Verne en eso de ir detrás de la aventura, nunca esperándola detrás de un escritorio, el cronista se planteó un plan de largo aliento: “Viajar el mundo por países, ciudades y temáticas tercermundistas. Y luego contarlo”.
Y lo que cuenta es su recorrida por Cándido Godói, un pequeño pueblo de Brasil con la mayor tasa mundial de gemelos. Dato no menor para este singular récord: el mito de que por allí pasó la temible mano derecha de Hitler, el doctor Josef Menguele.
Invitado a asistir a la asunción del papa Francisco, junto con colegas de su país, cuenta las horas previas a que el argentino Jorge Bergoglio se siente en el sillón de Pedro. Visitará Dakar, la ciudad que se ganó un nombre por el famoso rally al que luego perdió y con él las pocos fuentes de divisas contantes y sonantes. Comerá en los restoranes más caros del país más pobre: Etiopía y
recorrerá el desierto de Atacama con uno de los 33 mineros chilenos que hicieron historia y hoy sobreviven en el olvido.
Hay más historias, claro, pero la gracia es recorrerlas como copilotos de Meneses, quien con un estilo llano, sin agotar con la profusión de datos y siempre ameno, nos abre las ventanas de otros mundos que están dentro de este y rara vez los vemos. O queremos ver.


(Diario UNO, suplemento Escenario, 2016) 
Sin dudas, Mauricio Macri vivió su semana más complicada desde que asumió la presidencia de la Nación.
La inició siendo parte de una noticia de impacto y alcance mundial, como los Panamá Papers, donde su nombre figuraba integrando una sociedad offshore en un paraíso fiscal, y la culminó imputado por el fiscal federal Federico Delgado.
El mandatario quedaba así en la mira de la Justicia en la misma semana en que habían sido detenidos, por otra causa, dos figuras emblemáticas de la gestión kirchnerista: el ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime y el empresario Lázaro Báez. 
En cuestión de horas, confluían en el maremágnum informativo los protagonistas de “la ruta del dinero K” con los de “ruta de los negocios en paraísos fiscales”. 
Macri intentó salir de tamaño traspié argumentando que no hubo “omisión maliciosa” de su parte y anticipó que  pondría sus bienes en un fideicomiso ciego para que una firma privada los administren durante su mandato.
El caso Báez también agitó el avispero judicial como hacía mucho no ocurría en el país. Más que por lo que le compete en el presunto lavado de dinero, por lo que podría significar que involucre en sus negocios a la ex presidente Cristina Fernández, a su hijo Máximo y a otros peces gordos del gobierno anterior.
Detrás de los nombres y los hechos que involucran a Macri y a Báez surgen otras tantas personas que no son meros eslabones en las investigaciones que marcaron a fuego la semana informativa.
El listado de actores protagónicos y secundarios no deja de crecer a diario: Martín Báez, Franco Macri, Leonardo Fariña, Oyarbide, Casanello, Marcos Peña, Marijuan, Julieta Jaime, Ricardo Echegaray, Fabián Rossi... 
En este mismo espacio advertíamos el martes que, en relación a los Panamá Papers, estábamos recién ante la punta del ovillo. Así fue como cada día desde entonces se fueron sumando un famoso tras otro “flojito de papeles” en materia impositiva.  
En Mendoza, el panorama no fue más calmo. Lo prueban la complicada situación del detenido ex intendente de Santa Rosa, Sergio Salgado, y de su par de Guaymallén, Luis Lobos, quien también camina por la cuerda floja.  
En resumen, la Justicia volvió a ocupar el centro de la escena tras demasiado tiempo como simple espectadora. 
Ojalá esté a la altura de lo que manda la ley y lo que demandan los ciudadanos.

(Diario UNO, 10 de abril de 2016)
No es una sensación, como tantas veces se cataloga a la inseguridad para que parezca menos dañina, menos real.
La crisis está y se nota. Se hace sentir en hechos, no en suposiciones o sesgadas lecturas de la realidad. 
Una crisis que ya no sólo es adjudicable a la recurrente herencia kirchnerista. No es la grieta ni lo que está dentro de ella. 
Es  cierto, sería difícil recordar un periodo de la Argentina sin que esa palabra describa algún aspecto (económico, político, social) de la peculiar dinámica de este país.
En la  pasada campaña proselitista, el eje comunicacional de Mauricio Macri se resumía en el nombre del frente al que representaba: Cambiemos.
El solo hecho de instar al cambio, de diferenciarse de la gestión de Cristina Fernández, era su  forma de decir que otro modelo era posible.
Buena parte de lo que anticipó lo está cumpliendo (liberación del cepo, pago a los holdouts, achicamiento del Estado), el problema es el costo que se debe pagar por esa cirugía mayor. 
Las decisiones que ha tomado el gobierno empieza a mostrar las costuras.
Se sabe, un problema estructural no se soluciona de un día para el otro. Nadie pretende eso.
Sí, en cambio, se espera un poco más de muñeca política. No todo puede ser palo y a la bolsa. 
La decisión de salir del default fue una apuesta fuerte cuyos resultados tangibles demorarán un buen tiempo hasta que se empiecen a ver las inversiones foráneas y estas a su vez reimpulsen una economía que luce en plena recesión.
Haber “sincerado” un Estado que había alcanzado cierto grado de elefantiasis tiene su lógica; lo que no lo tiene es no haber contado con un plan para absorber la mano de obra desocupada.
Para colmo, la obra pública se frenó al todo, paralizando uno de los rubros de mayor impacto.
La apertura que mostró Macri desde el vamos asegurando que a él no le asustan las críticas y las respeta, habilita desde la buena fe a marcarle que hacer política es lo que se espera de un presidente. Que él rechace las peores prácticas de la política no significa que prescinda de ella como elemento de transformación.
El momento exige más que nunca de la política. De la buena, que seguramente también existe. 

(Diario UNO, 3 de mayo de 2016)

Aballay, el gaucho protagonista del inolvidable cuento de Antonio Di Benedetto, cargaba con todos los pecados de un Clint Eastwood de las pampas. 
Tipo violento, resentido, ladrón y asesino consumado, Avallay encarnaba el mal en todas sus categorías.
El eclipse de su maldad aconteció el día que mató salvajemente a un hombre y una vez consumado el hecho sus ojos repararon en la mirada aterrorizada de un niño, el hijo de la víctima. 
En ese espejo revelador acusó recibo de su falta de humanidad.
Para expiar tamaña culpa, desde ese momento decidió no desmontar jamás. Su penitencia sería cabalgar hasta que su corazón fuera el que dijera basta.
En un paralelo arbitrario, vale preguntarse, ¿qué habrá visto el asesino de Trini en los ojos de esa nena de apenas 8 años, cuyo cuerpito fue incinerado en una ripiera de Fray Luis Beltrán? 
¿Qué le dijo la mirada pávida de Majo Coni o la de Marina Menegazzo a quien o quienes les quitaban la vida en la lejana Montañita?
¿Dónde estaba Dios?, se pregunta aún hoy retóricamente la madre de una de las chicas.
En ese feed back de miradas que detienen el mundo, los que nada tenemos de Facundo Manes suponemos que la memoria opera como una caja negra que atesora los misterios de la otra grieta, la verdadera, la del bien y el mal. 
No es casualidad que uno de los métodos de detección de mentiras que se usan en algunos tribunales o en interrogatorios policiales se base en observar las reacciones de los ojos. 
Y es que los ojos no mienten. Sentencia que vale tanto para los jueces como para los poetas.
Mientras aquel Avallay dibenettiano buscaba alcanzar la santidad sin bajar de su pingo, los asesinos de Trini, Majo, Marina y demás inocentes que pueblan a diario las páginas policiales no podrían siquiera subirse al estribo. 
No hay caballo que soporte tanto horror. 
No hay ojos para tanta muerte a la vista.

(Diario UNO, 17 de abril de 2016)

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