Favorecido por la cifra redonda, este año el aniversario número 20 del atentado a la AMIA seguramente ganará una mayor visibilidad. No pasará como una fecha más. Sin embargo, sigue siendo un tema incómodo, un caso irresuelto que a veces pareciera que pasó en otro país.  
El dato frío indica que el 18 de julio de 1994 una trafic se estrelló contra el edificio de la mutual israelita, con 400 kilos de explosivos. 
El resultado: 85 muertos y 300 heridos. 
En dos décadas de uno de los capítulos más negros de la historia argentina, la justicia jamás pudo castigar a los responsables. 
Pero también está en deuda la política. Los respectivos gobiernos que han llevado las riendas de este país desde que ocurrió la tragedia en el barrio porteño de Balvanera nunca lograron sentar en el banquillo a los culpables, ni dar respuestas concretas a los sobrevivientes de la explosión.
Las investigaciones judiciales cayeron por su propio peso, generando más suspicacias que revelaciones.
Más cerca en el tiempo, la iniciativa del gobierno kirchnerista de acordar con Irán el interrogatorio en Teherán a los acusados, disparó una polémica que aún persiste.
El memorándum en cuestión fue declarado inconstitucional por la justicia argentina, por lo que ahora la causa quedó flotando en el ámbito de la Cámara Federal de Casación, la máxima instancia penal del país.
Si bien el atentado estuvo claramente dirigido a un emblema de la comunidad judía (la de la Argentina es la más numerosa de América latina), tanto esa colectividad como la Justicia y los distintos gobiernos de los últimos 20 años lo consideraron como un ataque a la sociedad argentina en general.
Y es así precisamente como debe ser tomado para que desde esa interpretación más integradora y humana podamos reclamar como sociedad que se haga justicia de una vez por todas.
Ojalá que los merecidos homenajes que se realicen hoy, no sólo en el lugar del hecho sino también en el resto de la Argentina, sirvan como un recordatorio para recuperar el tema hasta darle un cierre definitivo.
Así lo merecen las 85 víctimas fatales, sus familiares y los cientos de sobrevivientes que aún no pueden explicarse por qué pasó lo que pasó aquel día de la explosión en la sede de la AMIA.

(Diario UNO, 18 de julio de 2014)
Era sabido. Una vez que fueran cesando los ecos de la muerte de Julio Grondona, el histórico mandamás de la AFA, comenzaría un necesario proceso de “purificación” del fútbol argentino.
No se trata de un paso que se pueda dar de un día para otro. Es, necesariamente, un proceso en el que todos los actores del deporte más popular deben ser partícipes activos.
Democratizar la AFA es lo prioritario en esa vuelta de página que empezó a percibirse apenas fallecía el dirigente de 82 años. 
Para avanzar en ese rumbo no se puede actuar con medias tintas. Son ni más ni menos que 35 años de un manejo personalista, siempre a la saga del gobierno de turno y los intereses más oscuros, lo que no hizo otra cosa que perpetuar en el trono a Don Julio.
Se impone sincerar, por ejemplo, que durante la  gestión del fundador de Arsenal no sólo se ganaron dos Copas del Mundo, sino que también los estadios se transformaron en zona liberada.
Dentro y fuera de las canchas, murieron en nuestro país, desde 1979 (año en que asumió J.H. G.), 155 hinchas, según las rigurosas estadísticas de la ong Salvemos al Fútbol.
La lupa sobre la gestión Grondona se posa en la corrupta contratación de jugadores y técnicos; la manipulación de los estatutos; la presión a los presidentes de clubes; la marginación de aquellos que se animaron a cuestionarlo; y, dada su participación en las altas esferas de la FIFA, en los turbios manejos a la hora de designar las sedes mundialistas. 
Con la vaca atada, léase tener a los clubes comiendo de su mano so pretexto de cortarle vitales fondos para su supervivencia, los dirigentes adversarios no pudieron disputarle al mentado “Padrino” el férreo manejo de la AFA. 
De esta manera, se aseguró por años no gobernar con los códigos de la democracia. 
Haber llegado a ese sillón de la mano de la dictadura de entonces, lo eximía de seguir elementales reglas del juego.
 Ayer, la justicia allanó la sede de la AFA como parte de una investigación por el reparto de los fondos del dinero de Fútbol para Todos.
Ya sin la sombra implacable del Jefe, ahora podrá saberse cómo se distribuía la plata de todos los argentinos, siempre de acuerdo con esa subjetiva categoría de “amigos” y “enemigos”.  
Esto, claro está, no es más que la punta del iceberg grondoniano. El oxígeno que empieza a entrar en el viciado aire de la Asociación del Fútbol Argentino.

(Diario UNO, 6 de agosto de 2014)
En un presente donde la inseguridad es por lejos el tema que más preocupa a los argentinos en general. 
En tiempos en que la batalla contra el delito no es suficiente, por más esfuerzos que se pongan en juego.
En un contexto como éste, en el que hoy más que nunca se requiere de personal policial profesional, confiable, consustanciado con una tarea que nadie duda los expone todos los días a los mayores peligros, la actuación de numerosos uniformados está dejando mucho que desear.
En las últimas semanas han sido unos cuantos los casos en que miembros de la fuerza han protagonizado verdaderos escándalos.
En julio, un oficial en servicio y dos civiles que lo acompañaban volcaron el móvil policial en el Acceso Este. 
Estaban borrachos y le habían robado la billetera a un trabajador haciéndose pasar por personal de Investigaciones. 
En el mismo mes, tres efectivos que realizaban un control de tránsito cerca de Penitentes le pidieron coima a un funcionario del gobierno de San Luis.
Ya en agosto, un joven quedó desfigurado tras una golpiza propinada por policías de San Rafael. 
Por esos mismos días, un policía de San Carlos y su mujer fueron detenidos luego de que su hijita de dos meses fuera internada con varias lesiones y a los médicos del Fleming les llamara la atención el estado en el que llegó.
Ayer, un auxiliar de la Comisaría Sexta tuvo a maltraer a sus propios colegas, los cuales debieron salir en su búsqueda en medio de una espectacular persecución.
Tras chocar en el centro de la Ciudad, el policía se escapó y cuando iba a ser arrestado hirió a dos de sus pares. Allí se descubrió que era policía, que no estaba de servicio y habría manejado ebrio.   
En todos estos casos, la Inspección General de Seguridad (IGS) ha intervenido. Les abre un sumario, los suspende o los cambia de funciones. 
Sin embargo, son medidas que no parecen generar internamente el impacto esperable. Si las medidas tomadas fueran contundentes no sería tan laxa la disciplina en la fuerza.
Para el ministro del área como para los miembros de la IGS son “casos aislados”. El problema es cada vez son más frecuentes y dejan de ser aislados para marcar una tendencia preocupante. 
Si los que deben protegernos actúan de esta manera, qué nos espera frente a delicuentes que, vaya paradoja, se muestran como profesionales del delito.

(Diario UNO, 9 de agosto de 2014)
Ayer fue Mauricio Macri. Y antes había sido Sergio Massa. También algo parecido escuchamos en boca de Daniel Scioli, Julio Cobos y Pino Solanas.
Palabras más, palabras menos, el mentor del PRO pidió en tono solemne “basta de relato y piripipí, la gente necesita obras”. 
Eso sí, lo decía en medio de un acto político en Río Negro, donde aprovechó la ocasión para cuestionar al gobierno nacional por la inflación y las leyes antiterroristas y de abastecimiento. 
En ese contexto, el jefe de gobierno porteño no pudo evitar ofrecer su cuota de piripipí al decir que “tenemos que pasar de ser el granero del mundo al supermercado del mundo”. 
Ninguno de los principales referentes políticos, se cuenten o no entre los presidenciables, muestra ser un estudioso del discurso.
Lanzan palabras al voleo creyendo que éstas son “inocentes”, que no llevan en sí un carga determinada que, según cómo las interpreten sus receptores, impactarán de una u otra forma.
Craso error creer que también son inocentes quienes escuchan. 
Si algo nos han servido estos 30 años de  democracia ininterrumpida es haber aprendido a decodificar a nuestros representantes cuando hablan, pero también cuando callan. 
Saber, por ejemplo, cuando un anuncio es una promesa sin sustento; cuando se recurre a citar meras estadísticas que no se pueden refutar inmediatamente sin chequear; cuando se inauguran obras que aún estan “verdes”; cuando se desconoce la realidad de la comunidad a la que se llega llevado de la mano por un dirigente local.
Nobleza obliga, el piripipí no es patrimonio exclusivo de políticos con incontinencia verbal. 
Periodistas, jugadores de fútbol, modelos, actores, mecánicos, por citar sólo algunos, se valen todo el tiempo de este recurso para no ir al grano. 
Son cultores del sanateo, ese argentinismo deudor del lunfardo y al que todos, de una u otra forma, apelamos cuando poco o nada tenemos para decir.
Una de las virtudes que muestran los orientales a la hora de negociar es, además del respeto por el tiempo ajeno, hablar sólo de lo que se sabe. 
Así, el encuentro puede transcurrir sobre bases sólidas y una vez que concluye, ambas partes se van con información concreta que servirá para avanzar o no en la futura negociación.     
Evidentemente, esa política de “cero piripipí” les da excelentes resultados. Ojalá un día aprendamos.

(Diario UNO, 20 de agosto de 2014)
Puede que su nombre en inglés -Ice Bucket Challenge- no remita inmediatamente a su versión “en criollo”. Hablamos del desafío del baldazo de agua helada.
Nacida como una bienintencionada campaña para generar conciencia acerca de la Esclerosis  Lateral Amiotrófica (ELA), viralización mediante a través de las redes sociales, alcanzó una difusión mundial impresionante.
Para esto mucho tuvo que ver la tecnología nuestra de cada día, pero mucho más que a esa cadena se hayan ido sumando famosos de la talla de Bill Gates, Lionel Messi, Stephen King Mark Zuckerberg, Shakira, y Lady Gaga, entre tantos. 
El efecto buscado era y es llamar la atención acerca de una enfermedad rara, que no tiene cura  y de la que todavía se sabe muy poco. 
Pero este objetivo va atado a otro igualmente importante: recaudar fondos para destinarlos a la investigación de esta extraña versión de la esclerosis y la mejora de la calidad de vida de quienes la padecen.
La explicación de por qué se arroja un balde con agua helada es para reproducir esa sensación que siente todo el tiempo un enfermo de ELA.
Cada uno de los que participa fue propuesto por otro y a su vez debe nominar a quien quiera. Por supuesto, todos deben realizar una donación para que esa cadena no se detenga.
Hasta aquí nadie podría discutir la nobleza de la causa. Sin embargo, la frivolización que alimentan y reproducen las redes sociales han llevado que sean cada vez más los que se arrojan encima un balde de agua sin saber para qué y mucho menos que deben hacer un aporte económico para la causa.
Desprovista de sus objetivos primordiales, esta campaña que arrancó el 29 de julio parece un juego de tontos, un pueril pavoneo para colgar videos que sólo causan gracia (es un decir) a quienes los filmaron. 
Claramente, no era esta la idea de su creador, el jugador de béisbol de Boston, Peter Frates, quien padecía esta enfermedad y no se resignaba a que no se le pusiera más atención e inversión para enfrentarla.
 Al menos por un tiempo más -sabemos, en el mundo virtual todo aburre bastante rápido- el desafío del baldazo seguirá derramando litros y litros de agua. 
Con que 1 de cada 10 de los que aceptan el reto entiendan por qué lo están haciendo, el propósito de Peter se habrá cumplido cabalmente. 

(Diario UNO, 23 de agosto de 2014)
EIlas, las abuelas, los buscaron durante años. Cuando esos nietos nacidos en cautiverio se hicieron grandes fueron ellos los que empezaron a buscar a sus abuelos. 
Por eso, cuando una emocionada Estela de Carlotto habló de su nieto Guido, quien había sido hallado por la justicia en tiempos de democracia, lo sintetizaba así: “Se cumplió lo que dijimos las abuelas: ellos nos van a buscar”.
Ignacio Hurban, un músico residente en Olavarría, es quien había buscado y finalmente encontrado a su verdadera familia. 
Terminaba así una larga busqueda de 36 años, en los que la titular de Abuelas de Plaza de Mayo soñaba abrazar al hijo de Laura, su hija desaparecida en noviembre de 1977. 
La lógica y emotiva repercusión que tuvo la noticia del nieto recuperado 114, alienta aún más a muchos jóvenes que tienen dudas acerca de su identidad a que se acerquen a los locales de las Abuelas en todo el país. 
Esto fue lo que un día hizo lgnacio, a quien desde el martes todos empezaron a llamar Guido. Y es también lo que otros tantos hacen a diario sin que sea noticia.
Por eso emociona cuando se lee que fue el nieto de Estela quien compuso la canción Para la memoria. En ella proféticamente dice: “El ejercicio de no olvidar nos dará la posibilidad de no repetir”.
Es en ese evitar la repetición de ciertos hechos trágicos donde adquieren tanta trascendencia historias como la del recuperado Guido. 
Todo lo que se viene luchando desde 1983 a la fecha en materia de derechos humanos está perfectamente sintetizado en la consigna de  “memoria, verdad y justicia”.
Con esa premisa, y contra una parte de la sociedad que todavía sostiene el tristemente célebre “por algo será”, siguen firmes los Juicios por delitos de lesa humanidad. Con ellos se garantiza el derecho de defensa de aquellos genocidas que no hicieron lo propio con sus víctimas.
Que estén sentados en el banquillo de los acusados no es un acto de revanchismo. Es un acto de justicia que sólo es posible en el contexto de las garantías que ofrece una democracia.
Hay en cada uno de estos capítulos de vida y muerte, de desapariciones y encuentros, una lección que este país -con todos sus defectos- parece haber aprendido para no repetirlos. Como pedía Guido en su canción.

(Diario UNO, 7 de agosto de 2014)
Una vez concluido este 2014 signado por la crisis económica y el vuelo rasante de los “buitres”, seguramente el balance educativo dará como resultado que fue un año “flaco”. Devaluado. 
Los días que se perdieron por los feriados largos, las amenazas del Zonda, jornadas docentes, paros generales, y hasta por falta de transporte en algunos zonas, menguaron significativamente la calidad y cantidad de la educación en la provincia.
Los 190 días de clases previstos por la Dirección General de Escuelas para este año no se van a poder cumplir, salvo que se buscara como opción cursar los sábados. 
¿Cree el lector que por ventura los padres avalarían esta alternativa para que sus hijos terminen de incorporar los contenidos como corresponde?
Los docentes se ven así obligados a apurar los tiempos y los contenidos en una absurda carrera contrarreloj.
Una acción contraproducente desde todo punto de vista, porque si en general se percibe en los chicos de hoy serios problemas de concentración, ¿cómo esperar que puedan asimilar rápidamente lo que en condiciones normales les llevaría unas cuantas clases?
Aunque los gremios docentes no adhirieron a la medida de fuerza del jueves pasado y las escuelas estuvieron abiertas, muchos padres igual optaron por no enviarlos.
Y no necesariamente porque no hubiera micros para llegar hasta los establecimientos. Por comodidad o desidia, prefirieron que los chicos se quedaran en casa.
Entre un Estado cada vez más laxo y permisivo a la hora de evaluar, y adultos que se desentienden o no se comprometen lo suficiente con la educación de sus chicos, el resultado no puede ser otro que una generación cada vez más pobre intelectualmente.
El escaso vocabulario que manejan y la escasísima cultura general que acreditan son apenas dos muestras elocuentes de un presente que mete miedo.
Todos, y en esto sí vale generalizar, somos responsables de la -mala- educación de esos chicos que mañana quizás sean nuestros políticos, docentes, médicos, abogados, deportistas, músicos, etcétera. 
No perdamos de vista que cualquier camino que elijan será producto de lo mucho o poco que hoy hacemos por ellos. Y, sobre todo, no nos quejemos después si no nos gusta el resultado.

(Diario UNO, agosto de 2014)
Es natural y esperable que la muerte de un artista popular conmocione, pero la forma en que se fue apagando la vida de Gustavo Cerati le dio un plus de dramatismo a su inevitable final.
El ACV que sufrió en 2010 sumió al ex líder de Soda Stereo en un coma del que ya nunca iba a despertar.
Pasaron cuatro años en que la palabra esperanzadora de su madre, Lilian Clark, era la única fuente de información para los miles de fans en toda Latinoamérica que soñaban con el milagro. 
Esa “resurrección” que nunca llegó no impidió en estos últimos años que sus canciones siguieran sonando como si su autor se hubiera retirado momentáneamente de los escenarios.
Tal es la fuerza de la música que Cerati forjó tanto a través de Soda como en su igualmente exitosa etapa de solista. 
Una muestra contundente del impacto de la muerte del creador de La ciudad de la furia fue la reacción de tristeza no sólo de sus fans sino también de colegas famosos de Argentina y de otros países.
Shakira, Sabina, Aznar, Calamaro, sus ex compañeros de banda, actores, escritores y hasta la presidenta Cristina Fernández expresaron en las redes sociales su pesar por la muerte de Gustavo.
Una reacción que no sorprendió por el alcance que lograron las composiciones de Cerati en toda América a lo largo de poco más de 25 años.
Soda Stereo fue sin dudas la banda que le abrió las puertas al rock argentino en países que hasta entonces no concebían al castellano como un idioma musical.
Fue tal la influencia en otros músicos que no tardaron en aparecer cientos de clones que buscaban sonar como el trío integrado por Charly Alberti, Zeta Bossio y el propio Cerati.
Ese liderazgo internacional se plasmó en discos de oro, estadios repletos y un fanatismo que recordaba a los Beatles huyendo a punto de ser despedazados por tanta admiradora fuera de sí.
Los conciertos de despedida de Soda en 1997 y los del regreso en 2007 fueron de una masividad nunca vista en un grupo argentino. 
Fue en ese contexto donde varias generaciones se unieron gracias a la música de Cerati. 
Ayer, seguramente muchos padres e hijos lloraron juntos a un artista que deja como legado tantas grandes canciones. Eso tal vez ayude a extrañarlo un poco menos. 

(Diario UNO, 5 de setiembre de 2014)
Como esos tres monos sabios o místicos que no ven, no oyen y no dicen, así podría representarse a los funcionarios de Seguridad. 
En Mendoza, Córdoba o Buenos Aires. En esta materia, la geografía no marca grandes diferencias en cuanto a la desprotección que siente y padece el ciudadano común ante el avance imparable del delito en todas sus formas.
Asaltos a mano armada, motochorros, descuidistas, ladrones de cubiertas, boqueteros, dateros, cuentos del tío, son algunas de las tantas modalidades de las que se valen los delincuentes para lograr su cometido.
¿Qué tiene esta sociedad cada vez más castigada para hacerles frente? Poco. Policías con años en la fuerza pero fuera de estado, policías jóvenes con escasa preparación y madurez, insuficientes móviles para patrullar, falta de presupuesto y, sobre todo, una justicia laxa que favorece la falta de reacción.  
Lo que se dice, un panorama más q
ue desalentador.
Por el lado de la política tampoco se ve, se oye, se siente, una reacción acorde con la gravedad del momento.
Si no ocurre un hecho impactante, de esos que copan todos los medios, difícilmente tomen en cuenta la problemática. 
Sin embargo se lamentan cuando la gente les cuestiona que viven en una burbuja; de la cual sólo bajan cuando tienen que salir a militar los votos necesarios para garantizarse la continuidad en sus cargos.
Se nos ha naturalizado tanto el vivir en estas condiciones que nadie reacciona. Salvo, claro, en esporádicas y sectoriales manifestaciones. 
Ayer, por ejemplo, fueron los colectiveros de San Rafael los que hartos de los robos cortaron el kilómetro cero de esa ciudad para pedir a las autoridades más seguridad y así poder seguir trabajando.
 A veces es un barrio específico el que reclama o los familiares y vecinos de una víctima. Nunca el clamor es generalizado y esto es lo que más sorprende. 
En los últimos años hubo masivas convocatorias contra el gobierno de turno y hasta un resultado de la Selección de fútbol fue motivo suficiente para salir a las calles a expresarse.
Es llamativo que para algo tan sensible como la seguridad y la vida de las personas aún no haya habido un pedido de auxilio que involucre a todos. 
En esta lucha dispar contra el delito, no hay distinción de raza, credo o partido político que valga. Como tampoco hay 911 que alcance.  

(Diario UNO, 9 de setiembre de 2014)
Aunque sean dos temas que en apariencia no tienen nada que ver -el vandalismo a una flamante estatua de San Martín y el bullying que padece una alumna trans en San Rafael- el punto en común es la intolerancia y la falta de educación que los contiene.
Son numerosas las veces que hemos abordado en este espacio la repudiable actitud de aquellos que enchastran paredes, micros, trenes y, lejos de hermosear, dañan los espacios públicos.
De ninguna manera nos referimos a aquellos dibujos y murales realmente artísticos que realzan determinadas superficies y se agradecen.
Los casos cuestionados son aquellos que se realizan de prepo, sin ningún tipo de autorización y con la consigna de mostrar que se pueden pasar por alto ciertas reglas básicas de lo ético y lo estético.
Yendo al hecho más reciente, quien padeció la estupidez del vándalo de turno fue la estatua de José de San Martín, inaugurada el viernes pasado por la actual gestión capitalina de Rodolfo Suárez como parte de los festejos por el bicentenario  como gobernador de las provincias de Cuyo.
En la obra creada por la escultora Sonia López, el prócer está sentado junto a su hija Merceditas en un banco de La Alameda.
Al otro día de su estreno, el Libertador ya lucía con dos dedos menos. La lógica reacción de los vecinos de la zona y de las autoridades de la comuna fue de enojo e impotencia.
“¿Habrá que rodearla de rejas para que no la vuelvan a dañar?”, fue la pregunta de cajón.
El otro caso es el de una persona de carne y hueso. Antonella Arenas tiene 19 años y cursa en una escuela técnica de San Rafael.
La joven que se define como “chica transexual” y en julio pasado obtuvo su nuevo DNI como mujer, salió a denunciar su padecimiento, producto de la intransigencia y el desconocimiento. Antonella dice entender que cueste procesar su cambio, lo que no acepta es que no la respeten. 
Las agresiones que padece ocurren dentro y fuera de la institución, pero no está dispuesta a callarlo. Sabe que detrás de ella vienen otros chicos que van a sufrir el mismo maltrato y no quiere que su historia se repita. 
Por si no quedó claro, no se compara aquí a una obra escultórica con una persona real, aunque ambas sean víctimas. 
Lo que se ubica en el mismo plano es a los intolerantes, a los que haciendo un daño certifican el déficit de valores que signan estos tiempos.

(Diario UNO, 10 de setiembre de 2014)
Singular paradoja: justamente en el Día del maestro se conocía un proyecto que no sería aventurado tildar desde el vamos de “absurdo”.
En nombre de la “inclusión”, esa palabra que de tanto mal uso ya han vaciado de contenido, el gobierno de la provincia de Buenos Aires propone eliminar los aplazos.
Según argumentan los mentores del polémico cambio, se busca con la desparición del 1, 2 y 3 que los alumnos no sean “estigmatizados”.
De acuerdo con esta lógica, si a un chico se le exige que estudie y no alcanza el nivel de conocimiento básico para aprobar, se lo está condenando a quedar fuera del sistema escolar. Una locura total.  
No hay otra forma más justa e inclusiva (ya que gusta tanto este término) que darle todas las herramientas, el tiempo y el seguimiento necesarios para que el alumno aprenda. 
Y en esto los padres tienen un rol fundamental, acompañando concienzudamente este proceso desde un lugar distinto al del docente pero igualmente responsable.
Seguir empobreciendo la formación para garantizar falsamente que se pase de año, no hace otra cosa que seguir mintiéndonos a nosotros mismos.
Y las consecuencias están a la vista: una encuesta del Centro de Estudios de Educación Argentina reveló que el 44% de los estudiantes universitarios aprueba una sola materia por año.
Un resultado que es producto del errático camino previo. Llegan a esa instancia sin la base necesaria y hacen agua de manera notable. Esto también puede replicarse en el paso de la primaria a la secundaria.
 Brindarles conocimiento a los chicos y capacitación a los docentes es lo básico. Es en lo que se debería estar trabajando desde la política para facilitar (aquí si cabe el verbo) las condiciones sociales y económicas que lo posibiliten.
Esta visto que sacar los pies del plato tiene sus costos. De esto puede dar fe la profesora bonaerense Cecilia Mariztani, quien fue sancionada por ponerles notas bajas a sus alumnos. No conformes con el “llamado de atención”, las autoridades escolares de su provincia le pidieron que modifique sus métodos de calificación.
Si este es el escenario que les espera a los docentes, difícilmente puedan concentrarse en enseñarles a sus alumnos. Su tarea se reducirá a cumplir caprichosos requisitos, como si fueran meros despachantes de notas (positivas, claro) y no verdaderos maestros.

(Diario UNO, 12 de setiembre de 2014)
EI declaracionismo, ese vicio que no sería justo adjudicar sólo a los políticos, tiene, además del impacto buscado, un serio problema de fondo: hay que sostener lo que se dice. 
La fenomenal vidriera que constituyen hoy las redes sociales ha multiplicado a niveles insospechados la posibilidad de que todas las personas se expresen y que sus palabras alcancen, incluso, escala mundial.
Esto, que hasta hace unos años se consideraba más propio de un cuento de Ray Bradbury que una realidad tangible, hoy más que nunca hace realidad aquella aldea global que visualizaba con ojo de profeta el canadiense Marshall McLuhan.
En estas aceleradas autopistas de la comunicación no circula únicamente información “pura”. Allí el tránsito suele estar atestado de pirotecnia verbal, con un nivel de agresión que a esta altura ya no extraña. Intimida.
En una sociedad cada vez más maleducada (no “mal aprendida”, como gustaban remarcar nuestras madres), no extraña que hayamos desembocado en una chatura en la que no caben los aplazos.
Con esa liviandad de disparar frases al voleo y creer que nada tiene consecuencias, el inefable sindicalista gastronómico, Luis Barrionuevo, puede pronosticar sin titubear que prevé desbordes sociales en diciembre.  
Al otro día, con igual facilidad, salió a desdecirse y negó cual Judas que haya hablado de un estallido para el fin de año.
El mismo esquema de lanzar una frase y luego defenderse con el clásico “me sacaron de contexto”, está presente en boca de presidenciables, botineras en busca de fama y mediáticos que mueren por aparecer un minuto en el Bailando por un sueño de Marcelo Tinelli.
A un casi año de las elecciones generales del 2015, Mauricio Macri aporta otro ejemplo: promete como al pasar que eliminará el Impuesto a las Ganancias. A lo cual el gobenador bonearense Daniel Scioli, retrucará en tono de chicana: “Es fácil decir lo que cada sector quiere”. 
 En esa línea, podrían citarse cientos de frases que rebotan y rebotan a diario más que en los medios masivos en las redes.
La sensación, al finalizar cada jornada, es algo más que la vidriera llena. Sentimos que estamos abarrotados de palabras, pero vacíos de sentido. Víctimas de la otra inflación, la verbal. 

(Diario UNO, 14 de setiembre de 2014)
La ven pasar. Como el arquero que hace vista y la pelota se le clava en el ángulo sin atinar a nada, así la ven pasar.
La imagen vale tanto para la justicia como para los funcionarios políticos que tienen algún grado de responsabilidad en los temas vinculados a la seguridad.
Se ha llegado a tal punto de burocratización de determinados procesos que, aunque la ley contemple esos pasos, no hay garantía de alcanzar un resultado positivo.
¿Cuándo salta la liebre? Como siempre, cuando es demasiado tarde. El típico caso de la muerte de una mujer en manos de su ex marido, cuando ésta había realizado numerosas denuncias, saca a la luz que las cosas se hicieron muy mal. 
Y si bien en esa previa que anunciaba un final obvio hubo responsables, éstos rara vez son debidamente castigados. 
La condena, en todo caso, es pública y en gran medida como consecuencia de que los medios de comunicación revelan la escandalosa indiferencia con que ciertas reparticiones públicas tratan estos dramas humanos.
Como ese arquero que va a buscar la pelota al fondo de la red, las respuestas llegan tarde. 
En realidad, lo que salta a la vista son las excusas que buscan justificar la fatídica falta de respuestas.
Lo que no da lugar a dudas es que es condenable el peloteo al que es sometida/o quien realiza una denuncia en la que hay claras señales de que una vida corre riesgo.
El domingo, el policía José Ontiveros, quien tenía prohibición judicial de acercarse a su ex esposa, dirimió su conflicto de pareja concretando su prometida venganza: mató a su ex suegra y a un sobrino de 8 años en El Bermejo, Guaymallén.
El ministro de Seguridad, Leonardo Comperatore, reconocía ayer que hubo fallas y qué habrá que ver en qué se falló. 
Tarde. Muy tarde. El niño y la abuela están muertos.
Pese a su conflictiva situación personal, el arma reglamentaria aún estaba en su poder. Para lo cual podría haber servido de antecedente para redoblar la atención que últimamente hubo varios casos de uniformados que dirimieron sus conflictos familiares apelando a la violencia extrema.
Lamentablemente, no serán los últimos. Algo que, aunque todos lo sepamos, difícilmente cambie si no se pone la lupa en los burócratas de turno.  
Tratar al menos que en la próxima el arquero reaccione a tiempo y al menos la saque al corner. 

(Diario UNO, 23 de setiembre de 2014)










Aunque no se encuentre en estado terminal, la educación en la Argentina padece hoy una profunda crisis que amerita la preocupación y la reacción de todos y cada uno de sus protagonistas.
Es lógico y esperable que se actúe en consecuencia porque no hay ninguna duda de que un país sólo puede avanzar si cuenta con una sólida base cultural.
En esta hora, se impone conjugar el intelecto, la praxis y los recursos en pos de disminuir la deserción escolar, garantizar la inclusión de los sectores más postergados y capacitar y revalorizar a los castigados docentes. 
Estas son algunas de las materias pendientes que deberían consignarse en un programa serio de gobierno, sobre todo de aquellos que pugnar por gobernar la Argentina a partir del 2015.
El debate de una nueva Ley de Educación lleva, al menos en Mendoza, unos ocho años. Demasiado para atacar un déficit con consecuencias estratégicas. 
El proyecto provincial (correlato local de la Ley Nacional 26.206 sancionada en 2006) busca de una vez por todas cerrar la discusión.
No obstante, lo que dejó como conclusión la jornada del viernes en las escuelas es que aún se necesita más tiempo para discutir y analizar el borrador de la norma.
Según plantean los docentes, hay más dudas que certezas con ciertos puntos y no sería correcto improvisar.
Eso sí, en algo coincide la mayoría: hay que asignar más presupuesto a esta área. Actualmente es el 27% y la aspiración es que se llegue al menos al 35%.
Si se sigue mezquinando la inversión en educación, quedará en evidencia qué tipo de país nos espera.
¿Es imposible alcanzar un acuerdo como el de Brasil, donde gobierno y empresarios se unieron para instalar el tema educativo entre las principales preocupaciones del ciudadano común?
Así como la Seguridad sólo se acerca a una política de Estado cuando la situación social se torna inmanejable, la Educación no debería estar atada a los resultados de una evaluación internacional que desnuda fallas inquietantes.
Lo urgente no puede seguir tapando lo importante. 
Repensar qué país queremos para nuestros hijos y las próximas generaciones es un mandato que está implícito en la crisis de hoy. 
No hace falta esperar a escuchar las típicas promesas de campaña para empezar a trabajar en esas materias que nos estamos yendo a marzo.   

(Diario UNO, 9 de noviembre de 2014)
Por definición, generosidad es “la tendencia a ayudar a los demás y a dar las cosas propias sin esperar nada a cambio”.
Vale repasar una por una estas palabras para explicar de qué hablamos cuando pretendemos hablar de altruismo.
Fue la invitada a un programa televisivo en el que se debatía acerca de temas candentes en la Argentina la que apeló a la palabra del título.
“A la política le hace falta generosidad”, dijo y lo que a priori parecía tan obvio, no lo era.
En este país los políticos carecen totalmente de generosidad. 
Desde siempre, y salvo casos aislados, la praxis política no se permite semejante gesto de debilidad. 
Apoyar al otro sin buscar nada a cambio es lo contrario a esa dinámica que busca todo el tiempo un mínimo trueque de figuritas para avanzar hacia determinado objetivo.
La consabida “rosca política” consiste precisamente en que haya algo a cambio para que prospere el plan inicial.
En este ámbito, donde priman los halcones por sobre las palomas, reclamar generosidad es casi una declaración de debilidad.
Según el experimentado ojo del cubero, tanta candidez puede pagarse demasiado caro por desconocer los códigos más elementales con los que se mueve la política.
Generosidad, sería por ejemplo, que la oposición proponga ideas a quien gobierna. Que a esa gestión le vaya bien significaría que les vaya bien a todos. Naif, ¿no? 
Sin embargo, qué partido, dirigente, funcionario o legislador estaría dispuesto a dar o recibir una solución “a costa” de reconocer públicamente el generoso crédito.
La respuesta es simple: nadie. 
Que así sean las reglas de juego no es un argumento ni una justificación, pero no basta.
¿Quién no siente con frecuencia que hay ciertos conflictos que se podrían solucionar rápidamente si en la misma mesa confluyeran las ideas, el trabajo y la coordinación de los distintos actores sociales que socialmente funcionan como islas? 
La generosidad también podría consistir en generar acuerdos que no tienen por qué ser sinónimo de traicionar ideales ni planes de gobierno. 
Incorporar esta amable palabrita sería tan revolucionario como lograr que en los hechos la política transforme la realidad, no sólo en la cómoda retórica preelectoral.  

(Diario UNO, 14 de marzo de 2015)
Como a tantas cosas, también nos acostumbramos a vivir en un estado de inseguridad permanente.
Ya hace tiempo que quedó fuera de discusión que no se trata de una “sensación”, como prefieren definir la candente situación los funcionarios del área y la mayoría de los gobernantes.
Es diario el padecimiento y la indefensión de cualquier argentino, sin distinción de raza, sexo o capacidad económica, que queda a merced de los delincuentes. 
Para transformarse en una víctima más del delito no hace falta reunir ciertas condiciones: el ataque puede producirse en plena calle, en una entradera en la propia casa, a la salida del trabajo o esperando el micro para ir a la escuela.
Tampoco el botín es determinante, ya que un celular, una billetera o una camioneta habilitan al agresor al uso mortal de un arma de fuego.
Han logrado estos sátrapas que ya no existan zonas rojas porque todas lo son. 
No se está a salvo en  ningún lugar específico. Incluso, a pocos metros de una comisaría se producen robos y asaltos de esos que nuestros lectores encuentran a diario en las páginas de Policiales.
Una prueba irrefutable de la impunidad con que se mueven los delincuentes. 
Sin embargo, cuando se discute acerca del trabajo de Inteligencia Criminal, justifican su existencia como si tuvieran cientos, miles de casos para mostrar cuán efectivos son.
La batalla con el delito se ha perdido por goleada y los únicos que no parecen enterarse son quienes tienen que velar por la seguridad de los ciudadanos. 
Es tan preocupante el impacto del delito en la sociedad que ningún candidato podría no opinar qué plan tiene para ponerle coto.
Las respuestas, lejos de tranquilizar, dan más temor que esperanza. Muestran que se tiene un diagnóstico más bien epidérmico, con propuestas efectistas que no garantizan que se busque atacar el problema de fondo.
Estamos ante un fenómeno extremadamente complejo al que no se puede solucionar con parches.
La hora exige un pacto sin precedentes en el país porque para derrotar al delito no alcanza con sumar policías y patrulleros en las calles. 
Hay que ir al hueso y eso implica dejar las comodidades del poder para meterse en el barro. 
¿Cuántos estarán dispuestos a tanto?

(Diario UNO, 13 de marzo de 2015)
La violencia en el fútbol suma cada fin de semana un nuevo y repudiable capítulo. A esta altura del partido, la saga ya es demasiado sangrienta como para no reparar en ella y hacer algo a efectos de darle un corte final.
Sin ir más lejos, el domingo pasado un proyectil arrojado desde la hinchada de Godoy Cruz lastimó al masajista de Lanús. 
Por esta razón, la AFA castigó al equipo tombino, quien no podrá jugar con público su próximo partido como local.
Como siempre, los principales afectados serán aquellos que van a la cancha simplemente a disfrutar de su equipo y la institución, que paga el precio de un desubicado que cree que una derrota por goleada es pasible de vengar con una piedra. 
En pocos días, la provincia será testigo de dos de sus principales duelos futbolísticos: Independiente Rivadavia y Gimnasia y Esgrima, por la B Nacional, y Gutiérrez y Maipú, por el Federal A.
Dos choques esperados por años y que concitan una lógica expectativa en ambas hinchadas.
Pero también despiertan fundados temores de lo que pueda ocurrir fuera de los estadios.
En la cancha, los partidos se dirimen con las nobles armas del deporte, pero afuera los delincuentes que se disfrazan de simpatizantes son los que detonan una violencia inexplicable, incluso para quien creen entender los códigos del fútbol.
En febrero, luego de que Gutiérrez Sport Club derrotara por penales a Huracán Las Heras y lograra su pase al Torneo Federal A, sus hinchas se unieron en una celebración que terminó en una auténtica catástrofe.
Disparos efectuados desde una moto terminaron con la vida de un joven de 23 años, mientras  que una mujer murió al quedar en medio del fuego cruzado entre hinchas de Huracán Las Heras que debatían a los tiros su propia interna.
Con todos estos antecedentes surcando los clubes como una temible nube negra, ayer jugadores de la Lepra y del Lobo dieron un ejemplo de convivencia y sentido común.
Conscientes de que el clásico más importante del fútbol local movilizará la pasión de ambas hinchadas, los voceros de los equipos instaron a que el domingo se viva una verdadera fiesta, dentro y fuera de las canchas.
La pelota ahora cayó en la tribuna. Ojalá allí se entienda el mensaje. De ser así, no habrá un solo ganador. Habremos ganado todos.

(Diario UNO, 19 de marzo de 2015)

El archivo