Lo escribiremos una y mil veces, y no nos terminaremos de acostumbrar. Mejor dicho, de resignarnos. 
Seguir registrando las muertes en accidentes de tránsito y no lograr, pese al despliegue de páginas, notas y títulos, evitar estas tragedias cotidianas es una frustración que pesa.
Porque eso son, tragedias que enlutan a familias enteras. No hechos aislados que se cierran en sí mismos. No meros números que suman a la fatal estadística.
Es claro, algo estamos haciendo mal para que sean insuficientes los puestos de control, las multas más o menos duras y las medidas que se toman para menguar las catástrofes viales. 
Nada alcanzará si quien está al volante no razona que eso que maneja funciona literalmente como una arma. 
Y digámoslo sin vueltas: los mendocinos manejamos pésimo.
De esta apreciación no quedan exentos los choferes de micros, los taxistas y, mucho menos, los motociclistas.
A su modo, todos contribuyen a que circular por los accesos o las calles céntricas sea caótico. Y mortal.
Cruzarse de carril, no respetar los semáforos y manejar a velocidades no permitidas suelen ser las faltas más comunes.
Tan comunes que se han naturalizado, y con el tiempo no queda otra que “aprender” a la fuerza a moverse en este alocado ajedrez vial.
La sangrienta estadística marca que en sólo tres días murieron siete personas en diferentes accidentes de tránsito.
Siete víctimas fatales en una amplia variedad de siniestros: choque frontal, atropellados, impacto contra un árbol, caída en un barranco...
En ellos, el detonante fue una combinación de imprudencia, impericia y alcohol. Lo de siempre.
Tal vez el caso más dramático sea el de la mujer que murió en San Martín mientras esperaba el micro junto a su esposo y dos pequeños hijos, y el conductor que los atropelló estaba alcoholizado. 
Seguridad Vial dio un dato más que elocuente: durante el fin de semana unas 40 personas fueron multadas por conducir en estado de ebriedad.
Una locura. Hasta se podría decir que de milagro no hubo más víctimas que las siete reportadas. 
Esos 40 y otros tantos que bebieron de más, pero zafaron de los controles, continúan en las calles.
A veces la inseguridad asume otras formas igualmente preocupantes. 

(Diario UNO, 11 de noviembre de 2014)
Ante determinados temas o situaciones de la cotidianeidad, a quienes peinan canas o están cerca de hacerlo, les suele resultar casi inevitable no establecer comparaciones con su “época”.
Frente a un caso como el del profesor al que una alumna del colegio Comercial de Villa Ballester le puso veneno para ratas en el agua, los
más veteranos -nostálgicos o no- sienten que en sus años de adolescentes fueron lo más parecidos a Heidi o a las hijas de Michael Landon en La Familia Ingalls. 
A lo sumo, la mayor travesura contra un profesor podía consistir en ponerle un chicle en la silla o liberar un sapo en el aula y esperar una reacción al mejor estilo comedia italiana.
La osadía del alumno no superaba esa línea. Lo máximo que trascendía, sobre todo en vísperas de exámenes, era la versión de que “a la vieja de...” o “al viejo de...” (los puntos suspensivos remplazan a la materia en cuestión) le habían rayado el auto o desinflado las cubiertas.
Era impensada la posibilidad de alterarle el café o el agua, mucho menos con un veneno, como en el caso de Buenos Aires.
Pero hay que reconocer que Mendoza no está ajena a esos hechos que rápidamente trepan los titulares de los diarios digitales y se multiplican en los medios electrónicos.
Ayer se supo que en el colegio Antonio Gurgui, de Las Heras, un docente y un alumno de 2º año fueron intoxicados con un somnífero cuando tomaban gaseosa en una clase.
A pesar de que el resultado de la supuesta “broma” no afectó la salud de las víctimas, el hecho reviste su gravedad.
Lo llamativo es la liviandad que con se tomó la adulteración de la bebida, fundamentalmente por parte de las autoridades escolares, las cuales no reportaron a tiempo la irregularidad a la Dirección General de Escuelas.
Como ocurre cuando un caso trasciende al espacio mediático, negaron que fuera otra cosa que una picardía de chicos de entre 13 y 15 años. 
Para los padres del alumno afectado, hubo una clara acción de bullying, ya que los compañeros se jactaban en las redes sociales de haber hecho caer en la trampa al “sabio y santito” del curso.
 De algo podemos estar seguros: una vez que cese el eco en los medios, todo seguirá como antes. Los cancheros, probando nuevas metodologías, cada vez más extremas, para sorprender a los docentes, y las víctimas de maltrato psicológico y físico, padeciendo en silencio una violencia que puede llegar a incubar una reacción aún más violenta. 

(Diario UNO, 4 de diciembre de 2014)
SaIdar las cuentas con el pasado es un  ejercicio del que no puede ni debe prescindir ninguna nación democrática.  
Con ese objetivo, el 15 de diciembre de 1983 se creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep).
Su misión era esclarecer los hechos sucedidos en la Argentina durante la dictadura militar (1976-1983). 
A través de documentos y denuncias sobre desapariciones, secuestros y  torturas, se le dieron forma a los informes que finalmente integraron el libro Nunca más. A este trabajo de enorme valor simbólico y documental, también se lo conoció como Informe Sabato, en referencia al escritor Ernesto Sabato, quien presidió la comisión investigadora. 
Este trabajo fue entregado en mano al presidente Raúl Alfonsín el 20 de setiembre de 1984 y aún hoy, con todo lo que luego siguió saliendo a la luz, constituye un material de consulta insoslayable.
De nuestro país se pueden decir muchas cosas, buena parte de ellas fundadas y otras tantas producto de nuestra particular idiosincrasia, pero sería injusto no reconocer que esa tarea de reconstrucción de la memoria se inició con una rapidez inusitada.
Hay que ponerse en el contexto de aquel 1983, en el que estaba en retirada un gobierno que dejaba tras de sí un baño de sangre sin antecedentes en la historia argentina. 
Con marchas y contramarchas, aciertos y errores, leyes controvertidas (Punto Final, Obediencia debida e indulto a los represores) y los esperados juicios por delitos de lesa humanidad, los derechos humanos volvieron a ocupar un lugar en lo simbólico y lo fáctico.
En un país tan autodestructivo como el nuestro, vale poner en perspectiva cómo procesos con dolorosos puntos en común con otros gobiernos de América Latina se abordaron aquí con una valentía y convicción notables.
Aún hoy, la sociedad chilena no termina de cerrar las heridas de la dictadura de Augusto Pinochet. 
Mientras que en Brasil recién ayer la Comisión Nacional de la Verdad hizo público un informe que condena matanzas, desapariciones y torturas cometidas por la dictadura militar de 1964 a 1985. 
Una vez recibido ese reporte de 2.000 páginas, la presidenta Dilma Rousseff reflexionó que  “Brasil merece la verdad”. 
La historia enseña que esa verdad, aunque tarde, terminará por imponerse. Condición sine qua non  para pacificar una nación que aún busca su destino. 

(Diario UNO, 11 de diciembre de 2014)
Hay que reconocerlo, la coliflor nunca tuvo buena prensa. Su inconfundible olor no es precisamente una invitación a consumirla.
Si bien presenta bondades nutricionales como bajo contenido de hidratos de carbono, proteínas y grasas, además de aportar un buen número de vitaminas y minerales, cuenta con peor marketing que la sopa o el hígado.  
¿A qué viene tanto interés en este menospreciado vegetal? 
Quien puede arrogarse el mérito de haberlo (re)instalado en el habla popular es el ministro de Turismo de San Juan, Daniel Elizondo.
El funcionario de Gioja se valió de esta variedad de la especie Brassica oleracea para graficar qué sensación le produce a su paladar estético la Fiesta Nacional de la Vendimia.
“No me gusta. Es como si usted me invita a su casa y me da de comer coliflor. Yo le diría: ‘No como coliflor. Le agradezco la invitación, pero no voy a comer haciendo arcadas”.
No hay que ser un semiólogo de la talla de Roland Barthes para entender que a Elizondo más que no gustarle la fiesta vendimial, le da asco.
Las redes sociales, siempre tan sensibles a detonar en segundos fortísimas disputas verbales, registraron la reacción de quien ocupa en Mendoza el mismo cargo que el sanjuanino. 
Javier Espina se lo tomó con humor, pero lamentó las declaraciones de Elizondo, porque -según él- no podría hablar mal de la fiesta de una provincia hermana.
Lo que puso en evidencia el coliflorgate fue la histórica puja que existe entre vecinos, la cual se activa ante la menor insinuación de uno u otro bando. 
Una rivalidad que, sobre todo en el fútbol, adquiere en cada ocasión ribetes policiales que han llevado a replantear cómo se debe organizar y controlar un evento deportivo para no lamentarlo después.
En San Juan, la Fiesta del Sol fue ganando en los últimos años un fuerte protagonismo. 
Con invitados de la farándula nacional, como Mirtha Legrand y Susana Giménez, quienes oficiaron de madrinas vip, el festejo se hizo un lugarcito en la vidriera nacional. 
En el contexto de un espectáculo artístico, con guión y cuadros de baile, finalmente se elige a la reina, quien representó a algunos de los departamentos en que se divide la provincia de Sarmiento.
Cualquier comparación, aunque sea tangencial, con la fiesta de los mendocinos, corre por su cuenta amigo lector. Eso sí, evite las arcadas. 

(Diario UNO, 14 de diciembre de 2014)
La muerte del auxiliar Jonathan Funes, quien fue baleado mientras custodiaba a un detenido internado en el hospital Perrupato, de San Martín, no debe ser leído como un hecho aislado.  
Se trata de un clarísimo mensaje para quienes manejan la seguridad en esta provincia. Los delincuentes les muestran en la cara que para ellos no hay límites. Ni freno. 
Si uno de los suyos está donde no quiere estar, pues allí irán a buscarlo cueste lo que cueste.
Cuando se debate para qué debe servir un servicio de inteligencia en este país, aquí está parte de la respuesta.
Cada vez son más las bandas que operan en Mendoza, motorizadas fundamentalmente por el rentable negocio de la droga. 
Pero a su vez son la mano de obra ideal para el delito cotidiano, el que se nutre de los violentos robos domiciliarios. Esos que ya son tantos que el Ministerio de Seguridad ni se preocupa en comunicar. 
Lo que no saben –o no les interesa– es que son los propios policías y las víctimas de los delitos los que sí se toman el trabajo de comunicarse con los medios para que al menos tanta impunidad no quede en el anonimato.
Volviendo al caso del uniformado muerto, un joven de apenas 24 años y padre de un bebé, ayer fue arrestada la banda a la que se señala como responsable de su homicidio.
Si bien vale resaltar la celeridad con que se actuó, hay que decir que todavía no se percibe igual resolución en resonantes casos de civiles. 
No es capcioso inferir que cuando la pérdida se registra en la fuerza policial la reacción es por lo menos distinta. 
Lo ocurrido en el Este para rescatar a Cristian Pirincho Tapia, a quien se lo acusa por robo agravado por el uso de armas, obliga al replanteo de cómo se les da atención médica a los delincuentes poniendo en situación de riesgo a los otros pacientes. 
Las explicaciones pueden ser muchas y las justificaciones oficiales otras tantas, lo cierto es que la indefensión que sienten los mendocinos es cada día mayor y nadie parece acusar recibo. 
El sábado, un joven de 21 años recibió un balazo en el estómago por defender a su madre en un robo en una casa de Godoy Cruz. Ayer, aún luchaba por su vida. 
¿Cómo se enteró un periodista de UNO de ese caso? Sí, por Facebook. 

(Diario UNO, febrero de 2015)
Tanto cultivó el gobierno de Cristina Fernández el “nosotros y ellos”, que la marcha de silencio convocada para homenajear al fiscal Alberto Nisman y reclamar justicia logró que en un solo día “ellos” expresaran masivamente cuán desoídos se sienten.
El objetivo de la convocatoria fue discutido antes, durante y después de la manifestación en todas las provincias del país. 
El principal cuestionamiento, sobre todo del kirchnerismo y sus adherentes en varios rubros (políticos, escritores, militantes, periodistas) era el uso político que se le daría al 18F. 
Llamativo esto ya que desde la Presidenta hasta el último de sus seguidores han hecho un culto de la defensa de las manifestaciones populares. Incluso, defendiendo los polémicos piquetes. 
El día que esos piquetes fueron contra algunas de las medidas tomadas por el gobierno nacional, ya no fueron bien vistos y fue la propia mandataria quien planteó que era hora de regularlos en beneficio de toda la ciudadanía. 
El actor y ex legislador radical Luis Brandoni fue uno de los que intentó traducir eso que se percibía en el ambiente: “¿Cuál es el problema de que la marcha sea política? ¿Por qué le tienen tanto miedo a la palabra política? ¿O acaso sólo los políticos pueden hacer política?”.
Si la política es el arte de lo posible, por ende un puerta abierta a la transformación, ¿por qué no respetar a todos aquellos que realmente se sintieron convocados a expresar, con su presencia y su silencio, que tienen otra visión de país?
De la misma manera que sin dudas ni tibieza ellos deben respetar y sostener a un gobierno democrático que está donde está porque fue votado genuinamente.
Sumarse a una marcha no es ser destituyente ni golpista. Y la única forma válida de cambiar el rumbo, si no se está de acuerdo con el actual, siempre será a través de las bienvenidas urnas. 
Después de 30 años de democracia no es ni remotamente aceptable apelar a otro camino.
Lo interesante una vez concluida la marcha de ayer es qué lectura hará Cristina Fernández. 
Su forma elíptica de referirse al tema en los días previos no dan lugar a ilusionarse con una reflexión a fondo o un mea culpa si fuera el caso. 
Entre muchas frases para el resaltador, dijo que no le marcarán la cancha, que le deja “a ellos” el silencio y que aprendió “a aguantar de todo”. 
Dar la espalda sigue siendo la peor respuesta. En lo político, pero también en lo humano.

(Diario UNO, 19 de febrero de 2015)
Se sabía de antemano que estas primeras PASO de Mendoza y del país iban a hacer punta en varios aspectos.
Desde en lo logístico hasta en los acomodamientos y reacomodamientos políticos de cara a las próximas elecciones generales.
Por eso, algo que a priori podría sorprender –el hecho de que casi todos festejaron, independientemente de haber salido primeros, segundos o terceros– tiene cierta lógica.
En función de lo que se esperaba, no hubo sorpresas. En Capital arrasó el actual intendente, Rodolfo Suárez, y en San Carlos hizo otro tanto el dos veces jefe comunal Jorge Difonso.
En el primer caso, con el 60% de los votos, el sucesor del Viti Fayad se convalidó como un fortísimo candidato a validar en las urnas el cargo que hoy porta por herencia. 
Mientras, el demócrata y massista Difonso, traccionado por colectoras de Encuentro Frente por Mendoza, quedó a las puertas de un tercer mandato en la comuna valletana.
Hasta aquí dos triunfos de fuerzas opositoras que sin dudas traccionarán a favor de Alfredo Cornejo y de los presidenciables Julio Cobos y Sergio Massa.
Por el lado del Frente Para la Victoria, los resultados en ambas comunas fueron leídos con contagioso optimismo. 
En suelo capitalino, el ciurquista Carlos Aranda se consolidó como candidato del PJ y otro tanto ocurrió con la azul Alicia Caraballo, quien celebró haber acortado la histórica brecha con el difonsismo.
La izquierda, que había dado el batacazo en las elecciones pasadas, ratificó su buen momento con un tercer puesto en Capital, donde Nicolás Del Caño arribó no muy lejos de Aranda. 
A ese festejo generalizado también se subió el Partido Demócrata, ya que si bien obtuvo el cuarto puesto en Ciudad, con el 5,4% de Josefina Canale continúa en carrera.
El único que no celebró fue Gerardo Uceda, del frente MST-Nueva Izquierda, quien con su 1,03% no alcanzó el umbral del 3% para poder prenderse en las generales.
A la luz de otras PASO, las tendencias para el 3 de mayo han quedado claras. Salvo que en el camino sucedan desaguisados políticos fuera de lo común, no habría mayores novedades que alteren el tablero. Pero ya se sabe, estamos en Argentina, lo cual es razón suficiente para esperar que algo o alguien dé la nota en el momento menos esperado, y así suban o caigan ciertos candidatos.

(Diario UNO, 24 de febrero de 2015)
Salvo cuando la violencia en el fútbol se traduce en víctimas fatales, los continuos desmadres de los barrabravas no alcanzan la suficiente visibilidad como para dimensionar el real impacto de su paso arrasador.
Los protagonistas de ese auténtico submundo perviven allí por una aceitada red que los sostiene, aún cuando sea vox populi quiénes son los verdaderos reyes de la manada.
De esa maquinaria que se nutre de complicidades consolidadas en el tiempo, forman parte desde policías y dirigentes de los clubes hasta políticos e integrantes de la corporación judicial.
Es la única explicación de por qué los violentos han podido marcar la cancha del deporte más popular en el país y, salvos extrañísimas excepciones, seguir libres. 
Libres para pavonearse en las tribunas donde lideran una concepción del fútbol de la que la gran mayoría no comulga, pero en cambio padece.
Para un hincha verdadero, de esos que van donde van sus colores, no poder seguir a su equipo cuando juega de visitante es un contrasentido. Una proscripción incomprensible, injusta.
Sin embargo, fue la medida extrema que encontró la controvertida Asociación del Fútbol Argentino para ponerle coto a los violentos que toman las canchas como territorio apto para la droga y los negocios, menos para el disfrute de un deporte maravilloso.
No como una justificación, sino como una contextualización necesaria, hay que admitir que ante un crecimiento imparable del delito en la sociedad toda, lo esperable es un derrame que no excluye al mundo del fútbol.
Esos violentos no salen de la nada. Llegan de los mismos grupos y sectores que abonan la batalla perdida contra la inseguridad de del día a día.
Para los barrabravas no hay equipos grandes o chicos. Estadios importantes o menores. Su modus operandi no habrá de alterarse tengan enfrente 40 o 5.000 hinchas en pie de guerra.
Los clubes mendocinos que pugnan por ascender ofrecen instructivos capítulos de cómo el juego de ganar a toda costa se libra en las tribunas, no en la cancha como sería de esperar.
Tras el triunfo de Huracán Las Heras sobre Argentino de San José, a un jugador de éste último le mostraron un arma y le dijeron en clave mafiosa: “Mirá lo que le va a pasar a tu familia”. 
Esa noche debió dormir en otra casa. 
Como si nada hubiera pasado, mañana el amenazador no dudará en gritar el gol del amenazado. 

(Diario UNO, 3 de febrero de 2015)
El humor social no está para bollos. Bastante agitado arrancó el año con la extraña muerte del fiscal Alberto Nisman como para que todo se tome con una liviandad digna de lo peor de las redes sociales.
Y es precisamente ahí donde la presidenta Cristina Fernández recala cada vez más seguido para expresarse en los más variados rubros, desde lo ocurrido con quien la denunció por encubrir a los  sospechosos del atentado a la AMIA o para contar qué hizo en su gira por China.
Respecto de esto último, su humorada con lo de la Campola, el aloz y el petloleo, generó más rechazos que aplausos. Por más que algunos se pregunten qué tiene de malo o cuestionan que se sobredimensionó, ¿hace falta recordarles que es una mandataria la que le pone la firma? ¿Es causalidad que el supuesto intrascendente tuit tuvo eco hasta en diarios de España, Estados Unidos y Francia?
Y lo fundamental, lo que ninguno de sus asesores comunicacionales –en caso de tenerlos– se atreve a decirle cara a cara, no por Facebook o Twitter: sus dichos no hacen más que profundizar esa grieta que, según como se mire o qué posición se tome, es peligrosamente amplia.
La pregunta del millón es ¿qué gana la presidenta con divorciarse aún más de aquellos que no son sus incondicionales? Como en el caso de la mujer del César, aquí es tan es importante el ser como el parecer. Las formas en un mandatario dicen tanto como lo que no se dice.
Que su primera reacción ante la muerte de Nisman haya sido una carta a través de su muro de Facebook, que no haya expresado un pésame a su familia y que luego haya seguido usando la cadena nacional para remarcar cuán equivocado está todo aquel que no piensa como ella, no es lo que se espera de un conductor sensible con los dramas que atraviesa un país. Salvo, claro, que se siga pensando que está todo bien y que no importe guardar determinadas convenciones.
Cuando se produjeron las primeras reacciones ante el fallido tuit de “la Cámpola”, Cristina metió más fichas. “Sorry, tómenlo con humor. El exceso de ridículo sólo se digiere con humor, sino son muy tóxicos”, tuiteó desde el país de Mao.
El concepto “tóxico” fue desarrollado por la psicología para definir a aquellas personas que “contaminan” la relación interpersonal con sus reacciones, su queja constante, sus agresiones y sus dichos. Para decirlo sin vueltas, son los que nos hacen más complicada la vida.
Para el caso, y si extendemos la apreciación de la Presidenta a lo cotidiano, también entran en la categoría de tóxicos los funcionarios que avalaron su “dietazo”; los barrabravas que apretaron a los jugadores de Argentino de San José; los precandidatos que prometen lo mismo que podrían haber hecho cuando estuvieron en otras funciones; los que manejan sin importarles lo que puedan causar con sus imprudencias; los colegas de la prensa que dan lecciones de moral pero no resisten un archivo. Tóxicos somos, en muchas ocasiones, los medios. Tóxicos, como opinólogos, vedetes desbocadas y filósofos de bar, hay por todas partes.
No hay que ser un reputado semiólogo para concluir que Cristina carece de una estrategia comunicacional. Lo más cercano a una política en ese sentido podría inferirse de ver y oír sus medios leales (Tevé pública, Radio Nacional, Página 12, Tiempo Argentino, entre otros).
Pero eso sería reconocer que sólo se le está hablando a quien está de acuerdo y convencido desde el vamos. Si, tal como siempre remarca cual eslogan en sus extensas cadenas nacionales, ella es “la presidenta de los 40 millones de argentinos”, cada palabra, opinión, discurso, tuit o carta vía Facebook, debería incluir sin medias tintas a ese “todos y todas” que ya es su marca de fábrica.
La sensación que muchos tienen –me incluyo– es la de estar viendo dos países distintos. En uno, va ganando River. En el otro, el que hizo los goles fue Boca. Pero el 5 a 0 está ahí.

(Diario UNO, 8 de febrero de 2015)
La facilidad con que se utilizan ciertas palabras, sobre todo en boca de políticos, funcionarios y periodistas, es preocupante.
Ni hablar de esos impunes que a través de las redes sociales lanzan munición gruesa con la precisión de un barrabrava.
En esas aguas turbulentas del lenguaje, da lo mismo si el dardo verbal va dirigido a una actriz, un futbolista o a la mismísima presidenta de la 
Nación.
No hay filtro. La maravillosa posibilidad que otorga la tecnología de amplificar un mensaje es, en la mayoría de los casos, desaprovechada para hacer foco en el agravio, la chicana o la injuria más artera.
Podría quedar en la anécdota que la inefable líder de la Coalición Cívica, Elisa Carrió, haya dicho que no asistirá el 1º de marzo a la apertura de un nuevo período de sesiones ordinarias del Congreso. Pero que la hoy aliada a Mauricio Macri, justifique el faltazo porque considera que “Cristina Kirchner planea un autogolpe para el domingo”, es un mal chiste.
¿Es tolerable tal exabrupto sólo 
porque la chaqueña siempre fue de lengua suelta, una especie de rara avis de la política nacional?   
Con su proverbial sabiduría, alguna vez el escritor portugués José Saramago le dijo a un grupo de alumnos de una escuela de Rosario: “Las palabras no son ni inocentes ni impunes, por eso hay que tener muchísimo cuidado con ellas, porque si no las respetamos, no nos respetamos a nosotros mismos”.
Un consejo que todos, especialmente los que a diario trabajamos con ellas, deberíamos incorporar como un credo para mejorar como sociedad.
La liviandad con que cualquiera habla de golpe, autogolpe, de destituyentes y antidemocráticos, de Partido Judicial, confirma por lo menos de cosas: que hablar -o escribir- es gratis y que no se evalúa el verdadero impacto de cada palabra. 
Hoy, como nunca, la “producción” de frases y declaraciones, en contexto o fuera de él, circulan sin que el cedazo del sentido común frene aquellas que causan tanto o más daño que una agresión física.
A este cambalache cotidiano bien se le puede adosar el afiche que ayer estrenó el ex vicepresidente de Cristina Fernández. Naturalmente, la polémica se disparó en el acto.
“Vuelve la Democracia. Julio Cobos 2015”, provoca con típica picardía argentina la propaganda radical. 
Cuánta razón tenía el maestro Saramago.

(Diario UNO, 26 de febrero de 2015)

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