¿Lo leíste?, de Silvia Hopenhayn. Alfaguara. 223 pág.

Desde hace años, Silvia Hopenhayn viene realizando una tarea más propia de la divulgación que de la crítica literaria de capilla. Y lo hace con una virtud muy personal, la de trasladar a la página del diario en que publica su columna semanal Libros en agenda un inclaudicable amor por la palabra.
En esto gravita su dilatada trayectoria como periodista cultural y su oficio como escritora, de cuya pluma han surgido obras como Cuentos reales, La espina infinitesimal y Elecciones primarias.
Con ojo entrenado y una escritura clara y precisa, Hopenhayn estructura esta compilación en tres partes -Los de acá, Los de allá y Los de más allá- basadas en el origen de los escritores a los cuales aborda desde la curiosidad, el placer y el afán periodístico.
Para la autora, el espíritu de ¿Lo leíste? puede sintetizarse así: “Un libro que proviene de lecturas de otros libros en busca de lectores que encuentren su propio libro queriendo compartir lo leído”.
Lo más atractivo de cada capítulo es que cada libro puede abrir la puerta a un autor o viceversa y tender puentes con trabajos del mismo escritor o de otros colegas. Fragmentos o citas de las distintas obras le dan una carnadura particular a eso que capturó el entrenado ojo lector.

El amor por algunos autores y el azar de ciertas publicaciones, son el motor selectivo de este proyecto de Hopenhayn que devino, como no podía ser de otra manera, en forma de libro. A su modo, un juego de mutaciones deudor de la mejor ficción.

(Suplemento Escenario, Diario UNO, mayo de 2014)
País raro el nuestro. Frente a leyes que están consolidadas, aparecen proyectos en contrario con la intención de darlas de baja.
No estaría nada mal esa acción si las propuestas de los legisladores significaran una clara mejoría de las normas existentes. 
Suena lógico que con los cambios que se van sucediendo en una sociedad también su cuerpo de leyes sufra alguna modificación. 
Pero no es el caso que nos ocupa hoy, el del proyecto de un senador del PRO que propone que deje de ser obligatorio que los vehículos lleven luces bajas en las zonas urbanas.
La Ley Nacional de Tránsito 24.449 es la que establece que las luces bajas deben usarse, tanto de día como de noche, en las rutas nacionales. Y fue Mendoza la que cambió esa norma a través de una ley provincial para ampliar la obligatoriedad a todo espacio de circulación.  
El legislador Gustavo Cairo argumenta que apagar las luces contribuirá a menguar la contaminación ambiental, amén de evitar más gastos por el frecuente recambio de las lámparas.
Además sostiene que más de la mitad de las infracciones que labra la policía de tránsito es porque los automovilistas circulaban con las luces bajas sin encender.
Mal que le pese al que olvidó prenderlas, la infracción existió. Para eso, senador, existen las normas: para cumplirlas.
Rubén Daray, un reconocido especialista en Seguridad Vial, es un convencido de que es importante circular con las luces encendidas en cualquier lugar, sea ruta o una calle céntrica. Para el ex corredor, esto contribuye en un 25% a evitar accidentes. 
Si el criterio es “defender” la contaminación ambiental, bien se podría trabajar a nivel legislativo en una ley que impida que cada protesta de los trabajadores de Parques y Zoológico quemen gomas en el Parque. 
O si el objetivo es ahorrar combustible, que se amplíen los lugares de estacionamiento para evitar dar tantas vueltas cuando se retiran a los chicos del colegio. 
Las urgencias de la calle, hoy no pasan  por luces encendidas versus luces apagadas. 
Pasan porque no se roben los autos que sirven para alimentar a los desarmaderos truchos. 
Pasan porque se maneje con mayor prudencia y se reduzcan las cotidiana muertes viales. 
Y pasan, ante todo, porque los legisladores se aboquen a lo esencial: apurar leyes que pongan coto de una vez por todas a tanta inseguridad. 

(Diario UNO, 9 de mayo de 2014)
Se hizo esperar pero finalmente el gobierno de Francisco Pérez debió admitir lo que se caía de maduro: la inseguridad en Mendoza es una realidad, no una “sensación”.
Desaprovechado el discurso del 1º de mayo,  en el cual se esperaba un sinceramiento en relación a la crisis que atraviesa la provincia en su desigual batalla contra el delito, fue el vicegobernador quien de un momento para otro salió a militar la  emergencia en seguridad pública.
Ante el fracaso de la actual política en esa materia, la propuesta de Carlos Ciurca plantea abrir el juego de lo que siempre debería haber funcionado como una verdadera política de Estado.
Para el vice, una ley de seguridad pública debe contener las mejores propuestas de cada legislador y de los distintos partidos políticos.
En realidad, hay que reconocer que esta apertura surge en forma tardía, cuando el incendio ya se ha consumido buena parte de la casa. 
Algo queda claro: no hay más tiempo que perder. Si de algo ha servido, valga la paradoja, la muerte del turista Nicholas Heyward es para marcar un antes y un después. 
La resonancia de ese crimen no la logró ninguno de los tantos mendocinos que fueron asesinados en situaciones similares. Sin embargo, para una provincia que se jacta de su constante crecimiento como destino turístico, lo del joven neozelandés fue determinante.
Esto, sumado a la fuerte presión social que a diario se manifiesta en reclamos, marchas y hasta en las redes sociales, llevaron al gobernador a hacer algo que nunca le ha gustado: reconocer los errores. 
“Los esfuerzos hechos no han alcanzado. Hay que trabajar más, no sólo en el aspecto policial”, se sinceró Pérez.
De esta manera, el mandatario provincial buscaba recuperar el protagonismo frente al rimbombante anuncio de Ciurca. 
Por su parte, la oposición tampoco puede jactarse de haber realizado grandes esfuerzos en avanzar en una política clara contra el delito. Hasta ahora se limitó a la crítica coyuntural como si fuera un mero espectador y no un actor clave.
Por ahora, los referentes legislativos acompañan la propuesta de una ley ómnibus con más reparos que ideas. 
La situación actual es de tal gravedad que lo esperable es que se dejen de lado las consabidas chicanas para unirse en la búsqueda de soluciones.
Los mendocinos merecemos volver a sentirnos seguros en nuestra propia casa. Los turistas, también.

(Diario UNO, 6 de mayo de 2014)
El reciente paro impulsado por la polémica dupla dirigencial integrada por Hugo Moyano y Luis Barrionuevo aún sigue levantando polvareda.
La contundencia que alcanzó, sobre todo por la estratégica adhesión de los gremios del transporte, no logró acallar la disidencia de miles de argentinos. 
La mayoría de los cuales no comulga con los organizadores, más de allá de compartir el diagnóstico que sustentó la huelga: inflación, inseguridad, impuesto a las ganancias, etcétera.
La medida de fuerza no incluyó movilizaciones ni un acto central para el lucimiento discursivo de los popes sindicales.
No obstante, los sectores de izquierda optaron por manifestarse a través de los controvertidos piquetes. Una acción que, como queda demostrado en cada oportunidad, termina afectando mayormente a trabajadores que no pueden llegar a destino y pierden el presentismo. 
Además de lo básico, que es impedir la libre circulación  garantizada desde la letra misma de la Constitución Nacional.
Cada vez que se plantea darle racionalidad a los reclamos, se cuestiona a quien realiza el planteo con la pueril chicana de que no se respeta la libertad sindical o, peor aún, que hay persecución a quienes se manifiestan.
Hemos escrito reiteradas veces en este espacio editorial que no se cuestionan ni se ponen en duda la legitimidad de los reclamos. 
Sí se repudia cuando en virtud de esas reivindicaciones sectoriales se termina afectando al resto de la sociedad. 
Como toda expresión política, el kirchnerismo ha ido mutando en la última década. Un país es como un organismo vivo que necesariamente debe estar en movimiento y su sistema político es quien activa su acción y reacción.
 Sólo así se puede entender que lo que ayer alentó y defendió desde lo ideológico y lo fáctico ahora pretenda regularlo.
Un proyecto impulsado por el diputado del FPV, Carlos Kunkel irrumpió en el Congreso a efectos de establecer “reglas precisas de convivencia” para la ciudadanía ante las manifestaciones públicas.
Ya en su discurso del 1º de marzo, la presidenta Cristina Fernández había reclamado la necesidad de sancionar “una norma de respeto y convivencia urbana”. 
 En buena hora si este cambio de rumbo contribuirá para hacer tangible eso de que “el derecho de uno termina donde comienza el de los demás”.  

(Diario UNO, abril de 2014)
En periodismo, un principio básico del impacto de una noticia en el perceptor lo constituye la cercanía. Es decir, dónde se produjo eso que estamos informando es clave para que quien lee, escucha o ve eso que pasó sienta una mayor o menor empatía con sus protagonistas. 
El grado de cercanía con respecto a un suceso es esencial a la hora de valorar el alcance de una noticia.
En el caso de los mendocinos, esto se produce con mayor nitidez cada vez que ocurre un hecho significativo del otro lado de la cordillera. 
Dado los vínculos históricos, comerciales y geográficos con Chile, la reacción de este lado de los Andes siempre es especial. 
Se constata sobre todo en esas situaciones trágicas que todos recordamos, como las del terremoto de 2010, el rescate de los 33 mineros durante el mismo año, el sismo de 8,2º que afectó hace unos días la zona de Iquique o, para ir a lo más cercano, el incendio en varios cerros de Valparaíso que se cobró 14 vidas, miles de casas y unos 10 mil evacuados.
Como en los padecimientos anteriores del pueblo chileno, se ha despertado en nuestra provincia un rápido reflejo de acciones solidarias para colaborar con los trasandinos.
Y en esto, además de una natural reacción por el dolor ajeno, pesa significativamente esa cercanía de la que hablábamos al principio.
Un atentado como el ocurrido ayer en Nigeria, donde 71 personas murieron producto de la explosión de una bomba en una estación de autobuses, no sensibiliza de igual manera, a pesar de que se hable de pérdida de vidas, de heridos graves y de familias que han quedado destruidas. 
La proximidad es aquello que nos lleva a confirmar que cuanto más cerca estamos del hecho, más nos afecta y por esa razón también más nos interesa.
El nuevo ciclo de la presidenta Michelle Bachelet, que se inició en marzo de este año, no podía haber tenido un comienzo más duro.  
Sin embargo, por tratarse de una nación que ya puede acreditar unas cuantas cicatrices en materia de tragedias naturales, la respuesta de la sociedad chilena ha reflejado una organización, tanto civil como gubernamental, que vale destacar. Y, por qué no, aprender.

(Diario UNO, abril de 2014)
Vale detenerse en un pequeño párrafo del discurso de la Presidenta en la presentación de los nuevos trenes para el Ferrocarril San Martín: “A los que usan el tren, que lo cuiden. Son ellos los que van a tener que viajar”.
Que un mandatario tenga que hacer esa aclaración evidencia uno de nuestros tantos males sociales: no cuidamos los bienes de todos. 
Y porque son de todos, en definitiva terminan siendo de nadie. Entonces, qué importa si lo que se daña afecta a los otros. 
En un país ombliguista, mientras las cosas no me afecten a mí, está todo bien. 
La millonaria inversión que se realizó para la compra y puesta en marcha de 24 locomotoras, 160 coches y 80.000 metros de vías nuevas amerita
sin dudas el particular llamado de atención de Cristina.
Porque ese dinero ha salido del tesoro nacional, es decir que todos los argentinos estamos aportando de alguna manera para un medio de transporte que, tras la gestión de Carlos Menem, había quedado al borde de la extinción. 
Sobran ejemplos, malos por cierto, de cómo todos los días se dañan bienes y espacios públicos como plazas, escuelas, paradas de micros, guardias de hospitales, cartelería, etcétera.
Es millonaria la cifra que cada año debe invertir el gobierno de la provincia para evitar que el invierno sea menos crudo, culpa de aquellos indolentes que rompen vidrios y destrozan las estufas de los colegios. 
El vandalismo es un problema cultural que parte de no mensurar el verdadero valor de las cosas. 
Hay ahí un eslabón de la educación que se ha roto y es preciso volver a unir. Ese paso debe darse en principio desde el seno familiar. 
Son los padres quienes tienen que inculcarle a sus hijos el respeto no sólo a las personas sino también a los bienes que se comparten en la vida social.
Ver cómo fueron dañadas las modernas guías en braile para que los ciegos puedan ubicar las paradas de micros refleja ese “qué me importa” que nos degrada como sociedad. 
Que la propia Presidenta no una, sino dos o tres veces, haya remarcado que hay cuidar los trenes es porque sabe, como cualquiera de nosotros, que en muy poco tiempo empezarán a acumular las “cicatrices” de los inadaptados. 
También en esto la impunidad deja su sello.

(Diario UNO, 24 de abril de 2014)
El taller. Nociones sobre el oficio de escribir, de Alejandra Laurencich (Aguilar, 2014). 227 páginas.

Dejando de lado la disquisición de si un escritor nace o se hace, Alejandra Laurencich es de las que cree que sí se pueden brindar herramientas para encaminar a aquellos que han decidido expresarse a través de la escritura. 
Esto, independientemente de si el objetivo es publicar o no. 
Desde su título -El taller. Nociones sobre el oficio de escribir- queda claro a qué apunta con este trabajo la autora de Lo que dicen cuando callan (Alfaguara, 2013). 
Por eso su estructura, simple y clara, consiste en 16 clases, donde aborda desde la diferenciación de géneros, la estructura del cuento y la novela, los estilos narrativos, los diálogos, los tiempos verbales, la corrección y también aquello que dificulta lograr un buen texto.
Estas clases, que además incluyen “trucos”, recursos y consejos, concluyen con igual formado: pequeñas secciones como “Para tener en cuenta” (el consejo de un autor reconocido), “Ejercicios prácticos”, “Dicen sobre el tema” (la visión de famosos escritores acerca del tema abordado en ese tramo) y “Lecturas recomendadas” (para ahondar aquello que se aprendió y practicó).
El Taller es, como bien “vende” la contratapa, una guía clara y dinámica. Para quien se está iniciando en este oficio es una valiosa ayuda pero lo fundamental, como en todo lo que implica creación, dependerá antes que nada de eso que no se enseña y se conoce como talento.


(Suplemento Escenario, Diario UNO, abril de 2014)
Lo decía por Radio Nihuil el doctor Mariano Bergés, vicepresidente de la Asociación Salvemos al Fútbol: “Hablamos de un caso de violencia hasta que aparece otro que nos hace olvidar el anterior”.
Así, la trifulca en la tribuna de Quilmes, que terminó con un barra herido grave y unos cuantos hospitalizados que luego se escaparon para evitar la investigación policial, quedó rápidamente atrás superada por la muerte del hincha de Independiente Rivadavia.
Lucas Carrasco, de 21 años, falleció en el Hospital Central tras los incidentes protagonizados el viernes pasado entre un grupo de hinchas locales y los efectivos policiales. La postergación del partido entre la Lepra e Instituto de Córdoba por falta de energía eléctrica había caldeado los ánimos. 
En ese contexto de confusión, Carrasco recibió un fuerte golpe en la cabeza, lo que le produjo un derrame cerebral que originó su   deceso en la jornada del domingo. 
Al respecto, el ministro de Seguridad, Leonardo Comperatore, salió a defender el operativo policial sosteniendo que la violencia no la había inici
ado la fuerza policial. 
Para el funcionario, será la Justicia quien determine la responsabilidad de todos los actores del enfrentamiento que culminó con la muerte del joven. 
A esta altura, ocurre el peloteo de siempre: todos empiezan a culpar al otro, aportando más confusión en lugar de sumar elementos para detectar a los verdaderos responsables y hacer justicia.
Lo que por obvio nadie parece detenerse a pensar, salvo asociaciones civiles como Salvemos al Fútbol, es que seguimos perdiendo vidas producto de estos auténticos salvajes.
Ni siquiera medidas como la de evitar que los hinchas concurran a los partidos de visitantes  es garantía para frenar esta locura. 
Es tal el grado de corrupción que rodea hoy al fútbol que la policía termina siendo un mero espectador de ese negocio espurio. Éste incluye la reventa de entradas, el manejo del estacionamiento, la venta de droga, el alquiler de transporte, y demás “rubros” que en manos de los barrabravas que comandan la operación se convierten en muchísimo dinero.
Si hay algo que podemos dar por cierto, aunque asuste e indigne, es que el muerto de hoy será noticia, como decía Bergés, sólo hasta la próxima víctima que lo convierta en olvido. 

(Diario UNO, 18 de marzo de 2014)
Ya sea por la intensa actividad que desarrolla día a día o por la velocidad de las comunicaciones de estos tiempos, lo cierto es que este primer año de papado que cumple el argentino Jorge Bergoglio parecen unos cuantos.
Basta realizar una selección al azar de imágenes y compararlas con anteriores pontífices para concluir rápidamente que su estilo más cercano a la gente, menos apegado a los tradicionales códigos del Vaticano, lo han transformado en un personaje más “terrenal”, más cercano. 
No es poco para un rol que históricamente se caracterizó por hacer un culto de guardar las formas a un punto de instalar a la figura del Papa en una inaccesible jaula de cristal. 
Sumado esto, también es justo destacarlo, a cierto oscurantismo que desde siempre caracterizó el manejo interno de los asuntos del Vaticano.
La irrupción de Francisco trajo un imprescindible soplo de aire fresco al seno de la Iglesia Católica.
Merced a su carismática personalidad y a un estilo austero, el pontífice logró erigirse en uno de los líderes más influyentes del mundo. De hecho hace unos días se conoció que su nombre integra la lista de los candidatos al Premio Nobel de la Paz.
Desde el vamos su elección marcó un nuevo rumbo para la Santa Sede: se trataba del primer Papa latinoamericano en acceder al sillón de Pedro y eso se leyó como una clara señal de que se abría una etapa que prometía sorpresas.                                 
Para los principales analistas de su gestión, lo más destacable es que Francisco puso en el centro de su línea pastoral la opción por los pobres.
Todas esas señales que los medios de comuncación y las redes sociales se encargan de multiplicar a diario han contribuido para que aquellos fieles que habían dejado de asistir a las celebraciones tradicionales hayan regresado a renovar su fe.
Tal vez allí resida el mayor mérito de Francisco, el haber logrado seducir a tantos católicos desencantados que sólo veían a la máxima figura de su iglesia como un político más. Una analogía para nada caprichosa, considerando la lejanía que se percibía desde siempre entre la máxima autoridad y los feligreses. 
Para propios y extraños, Francisco produjo una fuerte renovación interna, no sólo apelando a nuevas normativas, sino con un proceso de cambio cultural y eclesiástico que no deja de tener una importante cuota de osadía.

(Diario UNO, marzo de 2014)
Soliloquios divinos. El libro de oro de la teología, editado por Dunken, es un libro singular en la amplia producción del periodista, poeta, narrador y crítico de arte, Andrés Cáceres. Se trata de una suerte de ensayo donde Dios se interroga y nos interroga. Y lo hace con el humor como llave para abrirse hacia reflexiones que tanto pueden incomodar como disparar aún más interrogantes.
Desde el vamos, Cáceres aclara que quiere incitar a la reflexión y hasta advierte que pretende instaurar un nuevo paradigma ético. Consciente de que nadará en aguas turbulentas, pide disculpas si hiere la susceptibilidad de los creyentes, pero sabe que el que avisa no es traidor.
En un formato símil microcuento, el libro fluye motorizado por las renovadas dudas del autor. Ahí se ubica precisamente el mayor rasgo de humanidad y finitud de quien escribe. Demuestra, aún cuando no lo busca, que el “más allá” está “más acá” de lo que uno creía. “En la eternidad todo es posible”, desafía el autor de Singladuras, La unidad secreta y El gran ausente, entre otros.
A pesar de tratarse de una visión personalísima, Cáceres evita caer en la hoguera de su propia vanidad proponiendo una insólita continuidad de estos Soliloquios: invita a los lectores a enriquecer, aumentar, corregir o contradecir este “libro interminable”. Leerlo, entonces, es el primer paso para ingresar a un mundo particular que, como es lógico, se nutre más de las preguntas que de las respuestas.

(Suplemento Escenario, Diario UNO, abril de 2013)
EI conflicto social en Venezuela lejos de amainar sigue cobrando fuerza y es un llamado de atención que ningún gobierno de la región debería desoír.
El poder simbólico de la muerte de la modelo Génesis Carmona, quien fue baleada en una protesta contra el gobierno, agitó el pedido de cordura de parte de quienes proponen una salida pacífica al reclamo, pero también encendió aún más la violencia en aquellos que no ven otra resolución que no sea la armada.
Las marchas a favor y en contra del sucesor de Hugo Chávez se multiplican a lo largo y a lo ancho de Venezuela, lo que muestra a las claras lo dividido que está ese país tras la muerte del líder bolivariano.
Que Nicolás Maduro no estaba a la altura de Chávez para remplazarlo como conductor, se dijo desde siempre. No obstante, el actual mandatario confiaba en que la bendición chavista bastaba para consolidar lo obtenido a nivel popular en los últimos años y ampliar todavía más el influjo de su gestión.
Al principal opositor, en las elecciones y la confrontación cotidiana, Henrique Capriles, ahora Maduro sumó como contendiente a Leopoldo López.
Referente de quienes buscan la salida anticipada del presidente, López se entregó a la policía acusado de sedición. 
A este incómodo emergente que insta a sus seguidores a “construir una salida a este desastre”, el gobierno de Maduro le endilga “un golpe de Estado en desarrollo” y las muertes que se produjeron la semana pasada. A su vez, López aprovecha su detención para agitar más las aguas y denunciar a la justicia de “corrupta y cómplice”.
Hasta ahora los miembros del Mercosur y la Unasur se han mantenido a una prudente distancia, y en aquellos casos en que algunos mandatarios se expresaron en términos críticos de la gestión de Maduro, como Piñera de Chile y Santos de Colombia, obtuvieron una dura réplica de parte del chavista.
  El “paraíso terrenal” que había prometido Nicolás Maduro ha tornado en un infierno al que el presidente le adjudica claros autores intelectuales. “Quieren llevarnos a la guerra de perros, poner a nuestro pueblo en guerra, uno contra otro... Estamos enfrentando un rebrote nazi fascista, y lo vamos a derrotar”, lanza sin eufemismos. 
Su promesa más que pacificar abre la puerta a más enfrentamientos y así resulta difícil vislumbrar cuál será el final. 

(Diario UNO, 20 de febrero de 2014)

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