Día extraño, agridulce. Por un lado, la emotiva celebración por los 30 años de democracia. Por el otro, violentos enfrentamientos, saqueos y muertos en Tucumán y Chaco. 
Dos caras de un mismo país. O más bien, dos países en uno. Dos visiones contrapuestas de una Argentina que, a pesar de las tres décadas de recuperado el imperio de la Constitución, no logra encauzar a sus habitantes en un mismo rumbo.
No se trata del color político, de quien gobierna o quien señala desde la oposición. El dilema de siempre es por qué con todo el potencial de recursos humanos y productivos que cuenta esta nación no puede despegar y jugar de una vez por todas en las ligas mayores.
Bastó el reclamo policial de los policías cordobeses para provocar un efecto en cadena del cual aún es difícil dilucidar cuál será el resultado final.  
El planteo de los uniformados, que ya se extendió por todo el territorio nacional  se ha desmadrado de tal manera que ya excede largamente el justo pedido de aumento salarial.
Mendoza no ha estado ajeno a este conflicto con la fuerza policial. Sin llegar al grado de violencia de otras plazas, la tensión y la paranoia  han llevado por estos días a que en determinados momentos muchos comercios cerrarán por temor a ser víctimas de saqueos.
Más allá del planteo de fondo, lo que va saliendo a superficie denota años de parches, de políticas inconclusas en materia de seguridad, y de falta de cintura política de quienes conducen y quienes están en la oposición.  
Y en cuanto a los uniformados, muchos de ellos siguen sin entender que se les ha confiado el poder de las armas y que deben velar por  todos, aunque su necesidad de ganar un sueldo digno sea un derecho compartido.
Ni la clase política ni la fuerza policial ha estado a la altura de una negociación que debería haber transcurrido por los canales que marca la ley y no por el camino del apriete, la amenaza o directamente la cuestionable decisión de dejar desprotegida a la sociedad acuartelándose.
Se llegue o no a un acuerdo, el daño ya está hecho. La confianza en quienes deben protegernos quedó muy resentida. Deberán trabajar mucho los distintos actores de este conflicto para renovar el pacto social. 

(Diario UNO, diciembre de 2013)
La constante prédica que Francisco viene sembrando desde el inicio de su papado  ha tenido más eco en el resto del mundo que en su propio país.
El pontífice brega constantemente por el entendimiento y la integración de los distintos sectores de la sociedad. Propone como consigna básica la tolerancia y el respeto por aquel que piensa distinto. 
Sin embargo, este agitado diciembre en la Argentina es todo lo opuesto a lo que nos insta el líder de la Iglesia católica. 
La intolerancia, el egoísmo, la búsqueda del beneficio sectorial antes que el general, el tomar como enemigo al propio vecino, son gestos de quienes no entendieron el claro mensaje de Francisco.
El reclamo policial que se multiplicó en los últimos días en la mayoría de las provincias parecía partir de una necesidad elemental, como lo es el de contar con un salario acorde a la incremento del costo de vida.
Sin embargo, el planteo se desmadró y pasó a un punto sin retorno, en el que hubo desde saqueos hasta víctimas fatales.
A este estado de las cosas, la presidenta Cristina Fernández lo consideró una extorsión, culpando a las fuerzas de seguridad de liberar zonas para el delito y responder a una planificación que excedía el conflicto policial.
Independientemente de cuánto de esa percepción sea comprobable y real, el poder político quedó como el Rey desnudo. 
El pataleo de los uniformados se salió de madre y nadie estuvo a la altura de una situación tan grave que aún no se termina de evaluar en profundidad.
En realidad, no se trata solamente del conflicto policial. Es la constante confirmación de que el proyecto de país que soñaron alguna vez nuestros próceres sigue sin cristalizarse.
A la luz de lo ocurrido en otros diciembres que marcaron la historia, el clima social de este mes trae dolorosas resonancias. Así lo refleja por estos días Juan Carr, el titular de la Red Solidaria, quien propone la simbólica campaña “por un diciembre en paz”. Consigna que Francisco haría propia sin dudarlo.
En su última edición, la influyente revista Time eligió al Papa como “personalidad del año”. Una decisión editorial que ante todo está premiando el eco universal de un mensaje tan simple de entender como complicado de llevar a cabo.  

(Diario UNO, diciembre de 2013)