Para llegar hasta ellos hay que atravesar casi tantas puertas como el Agente 86 cuando ingresaba a las oficinas de Control. Una vez adentro, ya en el cara a cara, todos extienden la mano para el saludo de bienvenida. En la otra, la mayoría tiene su carpetita, su puñado de papeles, sus poemas o sus cuentos. Sus alas. Aquí, las metáforas son tan importantes como el pan o el agua. O las visitas.

Sus caras, sus manos, sus miradas, son tatuajes más reales que aquellos otros que portan en los brazos o el cuello. Reflejan vidas durísimas, las mismas que intentan decantar en sus escritos ante la mirada paternal y compañera del profe Lucio Albirosa.
Están aquí pagando su deuda con la sociedad, algo que en la charla entre este poeta invitado y ellos, los anfitriones del taller literario, irá apareciendo en forma de testimonio informal, o de relato al hueso, o de versos sanguíneos. Directa o indirectamente lo que escriben es parte de un espejo que los desnuda más que la peor requisa.
La poesía aquí es parte de la catarsis pero también es esa ventana por la cual cada día pueden ver el mundo que hoy tienen vedado. Y más también.
En sus palabras ponen el cuerpo como antes lo pusieron en la noche más brava, en un cuerpo a cuerpo, o en el fuego cruzado.
Han descubierto, nunca es tarde para eso, que la poesía es una forma de autoconocimiento como pocas, una vía de expresión donde pueden gritar lo que en otro ámbito deben callar a la fuerza.
“Literatura en alas” es ni más ni menos que la posibilidad de volar. Gracias por ayudarme a ver cuán cierto es lo que dice la canción: “La vida es una cárcel con las puertas abiertas”.


Rubén Valle. agosto de 2013
A mitad de camino entre la de Guillermo Moreno y la de Oskar Schindler, la lista que integra la Libreta de los Muertos es el singular registro que lleva desde hace largos años el iconoclasta Fernando Vallejo. El escritor colombiano alimenta casi a diario un inventario de la gente que conoció y ya murió. Según su propia estadística, al momento de la publicación de su último libro, el reciente Peroratas, son unos 750.
Para decidir quién entra o queda fuera del racconto necrológico, el autor de La virgen de los sicarios considera que el muerto debe haber estado aunque sea un instante al alcance de sus ojos.
Sus finados pueden incluir desde Sartre, a quien vio de cerca en un café de Roma, hasta su amada/odiada Colombia, país en el que nació y del que abomina (por algo hace más de 40 años que reside en México).
Vallejo, quien dice estar en la edad de los entierros, está convencido de que los muertos quieren seguir manejándonos desde el más allá, recomienda la cremación porque “con tanto vivo ya no hay donde enterrar a tanto muerto” y se pregunta cuántos muertos tendríamos el resto de los mortales si quisiéramos empezar a llenar ahorita mismo esa funesta libreta. “¡Pobrecitos! La que les espera. Una vía dolorosa cargando muertos”, apunta con sorna.   
Al cineasta abandónico y defensor de animales pobres y ausentes, no le preocupa su muerte, lo que le aterra es el olvido. Si pensaron que la respuesta es Google o Wikipedia, el desbocado Vallejo les dirá que no, que esos no son otra cosa que “el basurero del olvido”. Serán, piensa uno, los libros los que una vez más se encarguen de poner al autor en la misma heladera que Walt Disney.


(En suplemento Escenario, Diario UNO, 31 de agosto de 2013)
Entre creer o reventar, todavía la mayoría seguimos optando por creer. Ahora bien, la cuestión es en qué, en quién.
Es frecuente escuchar que vivimos en una época marcada por un crisis de fe. En esto bastante colaboran las instituciones religiosas que atraviesan sus propias crisis. 
Conducidas por falibles humanos, enormes esfuerzos les cuesta sostener su propio dogma. Los líderes que se han salido del redil no han quedado en el anonimato porque la amplia oferta de medios y redes sociales impiden que ciertos desatinos no trasciendan.
El descrédito de esos conductores que ya no dan el ejemplo es tan grande que los distintos cultos ven cómo sus fieles empiezan a migrar en busca de otros espacios más confiables que los contengan. 
La irrupción de un personaje como el papa Francisco, con llegada a escala planetaria, ha servido para revertir -al menos en el catolicismo- una vertiginosa caída de imagen y de feligreses.
La respuesta positiva conseguida tras la designación del pontífice argentino se vio claramente plasmada en la Jornada Mundial de la Juventud, realizada recientemente en Brasil. Allí se vivenció un clima de armonía como hacía mucho que no se veía.
Con un mensaje simple y mano firme para tomar decisiones largamente postergadas en el seno de lo más rancio de la cúpula esclesiástica, Francisco logró una reacción concreta: la reactivación de un sueño colectivo basado en la fe.
Reflejar este tipo de vaivenes en un rubro por demás sensible en las personas es uno de los objetivos que se trazaron los investigadores del Conicet para darle forma al singular Atlas de las creencias religiosas en la Argentina.    
Allí se revela, por ejemplo, que en Cuyo la creencia en Dios es más alta que en el resto del país. O que también por estos lares se cree más en los ángeles que en las vírgenes. O que se reza más en la casa que en una iglesia.
Se adore a un dios determinado o a un santo pagano, lo que prima en los encuestados para este trabajo es la necesidad imperiosa de creer. ¿En qué o en quién?, es la pregunta que puede llevar la vida entera responder.

(Diario UNO , 29 de agosto de 2013)