"Irse es así, como empezar de cero hacia otras cosas que quién sabe”
Eduardo Gregorio, de su poema Despedida

Tal vez mal citada, pero sin perder su esencia, recuerdo aquella frase que decía algo así como "la muerte no es otra cosa que dejar de ver a los amigos". Si bien con Eduardo no llegamos a entrar en tan digna categoría, le tenía ese particular aprecio que siempre va a atado a la empatía.
Creo no equivocarme si digo, afirmo, que Eduardo, ese flaco cordobés de Del Campillo que eligió a Junín como su lugar en el mundo, era como se lo veía: un buen tipo, un sensible que encontró en la palabra, como muchos de nosotros, un refugio. Y este, se sabe, nunca garantiza que el dolor, la perplejidad ante el mundo, no nos hagan mella.
Nos quedan al menos, como panes o peces para repartir, sus libros y sus textos inéditos, su intensa vida diseminada en un amplísimo abanico de poemas, cuentos, novela, canciones, relatos históricos e investigación periodística. Como para que no queden dudas de su legado, repasemos: "Ángeles y caídas", "Las otras cosas”, "Trabajos", "Historia de pueblo", “Sin ir tan lejos”, “El fuego por el juego”, “Juntos pero separados” y “El caso Greco”. Sus libros, entonces, como esquirlas de lo que fue y será.
La literatura y el periodismo fueron, no hay parca que lo desmienta, dos brazos con los que intentó abarcar el mundo y dentro de él a todos los que lo caminamos sin saber del todo hacia dónde va ese bendito camino. Hacía allí debe haber ido el querible Gregorio a buscar un puñado de explicaciones. Las mismas que nos quedaron flotando ese sábado en que alguien nos avisaba con estupor de su absurda muerte.

(En Tiempo del Este, octubre de 2012, Nº364)