No es ningún misterio que, a falta de vanguardias como las de antaño o esos bienvenidos volantazos que se dan de tanto en tanto en el establishment literario, las mayores innovaciones, las principales acciones en pos de patear el tablero, se encuentren ahí en la web.
Vaya cual botón de muestra el proyecto argentino Spiral Jetty, encabezado por los hermanos Ezequiel y Manuel Alemian. Este par de periodistas, escritores y editores ha publicado casi una treintena de libros en poco más de un año en esta editorial de factura artesanal y miras globales. Su variopinto catálogo incluye desde nombres reconocidos como César Aira, Pablo Katchadjian y Ricardo Strafacce, hasta ignotos plumíferos que se sumergen en las mismas luces y sombras de la palabra, echando mano de diferentes estrategias formales.
En Spiral Jetty todo vale. Wachiturros, por caso, es un libro de Alejandro Rubio que, según su autor, “está escrito en menos de diez días, pero detrás hay años de pensar y abandonar el pensamiento por la experiencia”.
En contrapartida, el diseño de estos libros es, por fuera, de lo más convencional: tapas de un solo color, sin ilustraciones ni lomo, título de la obra en mayúsculas y nombre del autor apenas sugerido. Aquí también el misterio (o no) se encuentra (o debiera) una vez atravesadas las tapas. Juegos tipográficos, páginas en blanco que “dicen”, gráficos, dibujos, confirman que Spiral Jetty es, antes que nada, un espacio para la experiencia. Lo que quede en pie cual estatua viviente o lo que no logre atrapar el cedazo del lector es aquí parte del mismo juego.

(En suplemento Escenario, Diario UNO, 21 de abril de 2011)

Esta noche, a las 21, quedará inaugurada la muestra El ojo viajero en El Sotanillo Urbano (25 de Mayo 731, Ciudad). El encuentro mostrará más de 50 imágenes de paisajes, monumentos, lugares emblemáticos y curiosas tomas de diferentes partes del planeta.
Sus autores son mendocinos no profesionales en fotografía que se animaron a compartir sus fotos dejando su sello personal en cada imagen. “La idea de la muestra apunta a generar un espacio de encuentro para compartir una pequeña porción de algunos de nuestros viajes reflejados en algunas de las tantas fotografías que tomamos mientras viajamos”, dijo Patricia Losada, una de las organizadoras con Gema Gallardo.
Se podrán apreciar fotos de: Leonardo Moreschi, Paula Carpio, Rubén Valle, Laura Piazze, Cecilia Amadeo, Paola Alé, Anabel González, María Marta García, Roxana Villegas, María Martha Diez, Sonia Enriz, Mariela Moreno, Rocío Ampuero, Amir N. Bajbuj Forsat, Cecilia Weiner, Gabriela Vásquez, Luis Gregorio, Yorch Dragonetti, Natalia De Las Morenas, Gema Gallardo Accardi y Patricia Losada.
La muestra es auspiciada por Diario UNO y estará disponible durante dos semanas. La primera edición se realizó en 2009, en el Espacio Contemporáneo de Arte (ECA), en el marco del Día del Periodista.

(En Diario UNO, 27 de octubre de 2011)
Patear la pelota a la tribuna sigue siendo la única respuesta a las preguntas que esquiva el Gobierno.

Ya sabemos que la culpa siempre la tiene el otro. Y el otro, según la visión de este gobierno, siempre –o casi– son los medios. No es que tampoco estos sean un reducto de carmelitas descalzas, pero el recurso de patear constantemente la pelota hacia ese territorio ya va perdiendo efecto; algo así como contar el mismo chiste malo una y otra vez.
Es tan simple de constatar como cuando, por ejemplo, se publican los índices del INDEC y la primera respuesta que surge del ciudadano común es una media sonrisa socarrona y el inevitable comentario doñarrosesco: “Se nota que estos tipos nunca van al supermercado”. No es que ese hombre o esa mujer de a pie tenga razón, es que los medios “distorsionan”.
La realidad es demasiado contundente como para que los medios, o mejor dicho los que estamos en ellos, podamos vestir todo el tiempo a la mona de seda para que se vea lo bella que no es. No se desconoce aquí el influjo real de los medios de comunicación, pero atribuirles una efectividad del cien por ciento sería suponer un público acrítico, estúpido, llevado aviesamente de las narices.
Aunque se quisiera, ya no se puede fabricar a medida el diario de Irigoyen para que cada uno de los argentinos vea una realidad que no existe. Los méritos que puede acreditar este gobierno, que por otra parte son unos cuantos, se palpan en el día a día, se haga o no eco Clarín o los multipliquen los medios pro K. La aprobación del matrimonio igualitario o el reciente proyecto de divorcio “exprés” y de agilización de la adopción son muy buenos ejemplos de medidas tomadas desde el Ejecutivo nacional, que han cosechado una gran respuesta de parte de la sociedad. Y esto independientemente de cómo se difundió en los diarios, la radio o la televisión.
El Boudougate de hace unos días reflotó una vez más el Boca-River del gobierno versus el Grupo Clarín, aunque el reparto de palos volvió a extenderse “a los medios” (así, en general, sin distinción). Al vicepresidente Amado Boudou le allanaron un inmueble en Puerto Madero como parte de la investigación de la ex imprenta Ciccone. La metodología fue la correcta: un fiscal autorizó a un juez federal para que este ingresara en la vivienda en busca de alguna documentación que le permita determinar si el funcionario actuó o no en el marco de la ley. La reacción del número dos de Cristina fue al mejor estilo K: conferencia de prensa sin prensa. Monólogo para responder, una vez más y van…, al demoníaco Magnetto, desacreditar a quienes investigan y retirarse a las apuradas, cual diva de tevé, evitando preguntas incómodas.
A poco del revuelo, la ministra de Seguridad, Nilda Garré, salió a aclarar que mantiene la confianza en el vice y de paso, cañazo: aprovechó para afirmar que hubo una manipulación “de los medios” en relación a sus declaraciones sobre el juez Rafecas, quien encabeza la pesquisa acerca de Boudou. Vaya paradoja: esos mismos medios que, según la funcionaria, la manipulan, también le dan espacio para que los cuestione. Suena medio loco, pero quién dijo que este es un país de cuerdos.
Entre los blancos y negros de la realidad que refleja el intransigente cristal K, hay una amplísima gama de grises que pintan una realidad más creíble y bastante menos maniquea. Alcanza con abrir un poco más los ojos.

(En Diario UNO, 9 de abril de 2012)
Realities, concursos y Facebook son las vías más transitadas para alcanzar el objetivo. De talento, ni hablar.

Allá por los años ‘60, el polifacético artista estadounidense Andy Warhol postulaba que “en el futuro todo el mundo será famoso durante 15 minutos”. Hay que reconocerle que lo dijo mucho antes de que existieran esos bizarros especímenes conocidos como “mediáticos”, quienes parecen estar dispuestos a matar con tal de extender aquellos proféticos 15 minutos.
La mentada fama es un anzuelo que cada vez más personas (no hay aquí límite de edad, condición física ni capacidad para el ridículo) muerden a sabiendas de que probablemente se trate apenas de un efímero golpe de suerte.
Los realities suelen ser los mayores campos de cultivo para la gestación de estos inefables personajes. Salvo uno que otro/a con cierto talento para el baile o el canto, el resto oficia de claque en esa suerte de estudiantina televisada.
De allí que tantos se pregunten a quién puede importarle ver “en vivo” cómo desayunan, se bañan, almuerzan, juegan al pool o fuman un grupo de chicos y chicas que, casting mediante, acceden a esa generosa cantera de mediáticos. A Gran Hermano se le deben vedetongas, actores y actrices mediocres, conductores de cable y paremos de contar. De talento, ni hablar.
En la vereda de enfrente, el Soñando por bailar, de la factoría Tinelli, ofrece más carne que la pampa húmeda. Un festival de curvas y egos en el que para acceder al lado del mesías Marcelo todo vale: desde exponer el más variado catálogo de miserias personales hasta apelar a ese público cómplice que no duda en gastar una llamada telefónica para prorrogarles –al menos por una semana– su estadía en el reality de turno.
El mismo “modelo”, que se replica en concursos de canto, modelaje, destrezas físicas o gastronómicas, no es un fenómeno propio de la Argentina. A la par del desarrollo tecnológico, fundamentalmente de internet, ha ido creciendo
en proporción la cantidad de personas que muestran sus supuestos talentos. Y, también hay que reconocerlo, unos cuantos sí los tienen. Hay músicos, diseñadores, artistas plásticos, escritores, que “explotaron” a partir de colgar en la red sus creaciones. Pero al lado de los mediocres, el porcentaje sigue siendo ínfimo.
Sin filtro para el papelón, los émulos de Guido Süller pugnan por sus 15 minutos y, aunque sean sólo 5, ellos están preparados para lo que venga.
El caso del veinteañero que se sacó fotos dentro de la iglesia Sagrado Corazón en General Alvear bien podría incluirse en el mismo lote. El mecanismo es sencillo: sacarse fotos provocativas que, se sabe, escandalizarán la sensibilidad de los católicos, para luego colgarlas en Facebook. El próximo paso es de cajón: los medios, incluido el nuestro, no pueden dejar de hacerse eco de la conmoción que ha de provocar en los feligreses. La supuesta travesura es validada al ser respondida por el cura local y los medios, por eso de mirarse todo el tiempo sobre el hombro para ver qué hace su competencia, le asignan un lugar de privilegio al sacrílego de cabotaje. Después, el nabo en cuestión se pavoneará con sus amigos con un “viste cómo entraron: me publicaron en todos lados”.
Como no pudo o no supo medir la dimensión de lo hecho, fogoneado por un diario digital,
el “rebelde” amagó una disculpa apelando a su sufrido pasado y a su visión crítica de la institución católica. Miles hay que cuestionan distintos aspectos
de la religión, sin embargo, no lo expresan ofendiendo al que no piensa como ellos. Lo suyo no fue ni artístico ni revolucionario, le valió apenas para sus patéticos 15 minutos. Y no sólo a él. La amiga que también colgó en su muro de Facebook las fotos del escandalete dejó el siguiente comentario a raíz de su módica fama: “Voy a empezar a firmar autógrafos por un peso”.
Como decía mi tío: “Pa’ tonto no se estudia”.

(En Diario UNO, 12 de marzo de 2012)
Orgulloso difusor y defensor de la causa de las islas, Hugo Mancini afirma que la idea original no fue ir a una guerra sino recuperarlas para luego negociar. Aspira a reencontrarse en el más allá con los caídos en combate.

Aunque pasen los años y los protagonistas arriesguen teorías o argumenten sólidas razones históricas, siempre será complicado descifrar una guerra. Al menos para los argentinos, la contienda en Malvinas sigue siendo un tema de difícil digestión. Volver a aquellos 74 días de 1982 es hablar de esa marca que, treinta años después, aún no cicatriza del todo.
Lo peor, se sabe, es el olvido, y Hugo Mancini es de los que no olvidan. Mendocino nacido en Cacheuta hace 52 años, es uno de los sobrevivientes de aquella guerra y un orgulloso difusor y defensor de la “causa Malvinas”.
Tras el gesto adusto, la mano bien firme al saludar y ese traje gris del que penden merecidas condecoraciones, Hugo se revela como un tipo afable, predispuesto a hablar del tema el tiempo que sea necesario. En Malvinas integró la batería de artillería antiaérea, ocupando la primera línea defensiva en Puerto Argentino.
Hoy trabaja en el sector privado e integra la asociación que nuclea a los veteranos de guerra. Desde allí, cada vez que lo requieren, hace escuchar su voz autorizada.
-A 30 años de la contienda, ¿cuál es hoy su mirada sobre Malvinas?
–Considero que fue una gesta, más allá de discutir si fue o no necesario. Había que recuperar para el patrimonio nacional ese territorio usurpado. Para mí era una tarea más que me cabía como argentino, aunque algunos la tildaron de aventura. Es relativo eso de que algunos no sabían a qué iban. A todos desde la primaria nos enseñan que esas islas eran un territorio usurpado. Malvinas siempre fue una deuda pendiente a cobrar. Todos sabíamos a qué íbamos: a recuperar lo que era nuestro.
–Aún se cuestiona no haber apuntado a la vía diplomática para recuperarlas...
–La Argentina no tenía como objetivo final ir a una guerra. La estrategia era primero permanecer en Malvinas y de esa manera forzar a Gran Bretaña a una negociación definitiva. Hablamos de recuperación, porque realmente recuperamos algo que era nuestro. Por eso la orden era no provocarles bajas al enemigo a pesar de nuestras propias bajas. Había que tomarlos prisioneros y regresarlos a Gran Bretaña y así forzar una negociación. Pero ellos no querían negociar. Soportamos varios ataques, pero la Argentina no iba con la idea de combatir. Era recuperar para negociar.
–¿Los soldados tenían tan claro como lo plantea usted que se iba a negociar, no a buscar una guerra?
–No, en ese momento no. Simplemente nos limitábamos a cumplir las órdenes. Los análisis, las especulaciones, por ahí se daban en pequeños grupos. Si bien Gran Bretaña estaba atacando, al menos yo me imaginaba que las fuerzas argentinas esperaban una mejor oportunidad para responder. Estábamos expectantes por las propuestas de Belaúnde Terry y de Israel, por ver qué pasaba en el comité de descolonización de la ONU y en la OEA. También por las negociaciones del canciller Costa Méndez. Nos dábamos cuenta de que estábamos en un 50 y un 50 como para empezar a combatir. Ya con las primeras hostilidades veíamos posible que sí íbamos camino a una guerra.
–¿Qué sintió la primera vez que pisó las islas, desde el clima tan extremo comparado con el nuestro hasta el hecho conmocionante de encaminarse hacia una guerra?
–Cuando llegué a Malvinas lo hice en un segundo turno. Yo iba como parte de la artillería antiaérea y las hostilidades habían comenzado hacía algunas semanas. Cuando llegué eran días preliminares a lo que se llamó “el ataque final británico”, donde descargaron toda su artillería. Yo no estaba desacostumbrado a ese clima porque estaba destinado en Río Gallegos, donde hacía frío pero no era excesivamente húmedo como el de Malvinas. Allí lo hostil eran los fuertes vientos. Como militar, uno supone que alguna vez puede enfrentar una guerra. Lo más cercano había sido el conflicto con Chile. Habíamos estado a punto de tener un combate el 23 de diciembre del ‘78, a las 4 de la mañana. Nos habíamos preparado para tener un conflicto con Chile, pero jamás con Gran Bretaña. Era impensable.
–¿Cómo vive cada 2 de abril? ¿Es una fecha que con los años toma otra dimensión?
–Todos los años lo vivo de la misma manera y mientras más grande me pongo es como que va teniendo otro brillo. Me enorgullece haber sido parte de Malvinas. Así como cuando uno se acerca a la vejez y espera que al morir pueda encontrarse con los seres queridos que lo precedieron, yo espero encontrarme con aquellos que quedaron en las islas. Sería mi máxima aspiración.
–¿Y sus hijos cómo ven el tema Malvinas, teniendo a un padre protagonista?
–A los dos les apasiona, pero tienen una visión muy objetiva. Concurren a los actos, se comprometen. De grandes, cuando tuvieron la capacidad para analizar, abrazaron la causa por su cuenta no por influencia mía. Nunca los llevé a eso. Y jamás me preguntaron directamente cómo viví la guerra; lo que saben es por lo que se hablaba en casa, en charlas que di, o lo que escuchaban en los actos.
¿Por qué al cabo de estos años tantos veteranos se suicidaron? ¿Por qué cree que no pudieron procesar la guerra?
–Según nuestros registros, ya son más de 450 los que se suicidaron. El tema pasa por la contención. El 80% eran soldados. Ellos llegaron tras haber combatido en Malvinas y el Estado argentino lisamente y llanamente los olvidó. En el gobierno de Bignone se les dio la baja con todos los honores pero nada más. No hubo al menos una contención psicológica. Esa gente empezó a navegar en un mundo donde no podían convivir con los recuerdos, donde eran rechazados por la sociedad; eran “los locos de la guerra”. Algunos incluso no conseguían trabajo por ser ex combatientes. Propiciado por la Federación de Veteranos de Malvinas se realizó un estudio psicofísico a todos los ex combatientes del país. De ese estudio surgió el centro piloto en Lanús, adonde fueron a parar todos los estudios. Los especialistas llegaron a una conclusión: por el estrés postraumático, a partir de los diez años del conflicto, comenzaron a manifestarse tendencias suicidas o autoaniquilatorias.
–¿Y a usted qué cree que lo salvó? ¿Qué lo hizo tener otra visión de la vida?
–Dos cosas fundamentales: el apoyo de mi mujer y poder transmitir esa experiencia. A poco de finalizado el conflicto ya daba algunas charlas explicando lo que había vivido en Malvinas. Hablar de la experiencia lo libera a uno. Con el tiempo vino la reflexión de por qué algunos volvimos y otros no. Lo empezamos a tomar como que no era sólo una cuestión de destino sino una especie de misión: ser la voz de los caídos en Malvinas. Pero también en paralelo vino un proceso de desmalvinización; la propaganda nefasta de hacerle creer al pueblo de que Malvinas era el sueño de un borracho. Todo para obligar a los argentinos a no pensar Malvinas como una causa nacional.
Así como se dio alguna vez un proceso de “desmalvinización”, ¿vislumbra ahora una nueva “malvinización?
–Sólo el tiempo dirá si es creíble o no. Algunas medidas me parecen interesantes, por lo menos algunas presiones que el gobierno está haciendo. Últimamente se han abierto varios frentes. La ciudadanía, un poco para sorpresa nuestra, está bien comprometida. Quizás porque Malvinas es lo único honesto que está quedando en este país. El respaldo de los países latinoamericanos contribuye a que algo avance. Si este tema lo hubieran puesto sobre la mesa antes de las elecciones, hubiera dicho que había un interés electoral, pero no fue así.
Usted ha tenido encuentros cara a cara con veteranos de guerra ingleses. ¿Cómo se para uno en tiempos de paz frente a quien fue su enemigo?
–Nos mirábamos y era como que teníamos la misma vivencia. No los veíamos como amigos, sí como iguales porque habían cumplido órdenes igual que nosotros. Los hemos respetado porque han sido buenos enemigos. Ellos cumplían con su tarea y nosotros con la nuestra. Nuestro cruce de vidas en Malvinas fue totalmente circunstancial; no los vemos como personas despreciables. Sí vemos despreciables los actos de su gobierno.

(En suplemento especial "Malvinas, 30 años después", Diario UNO, 2 de abril de 2012)
En su esperado disco, Los fantasmas del amor, el cantautor Jorge Benegas mixtura con la misma química algunos de sus clásicos y unos cuantos temas nuevos.

N
o existen pero que los hay, los hay. Y no hablamos de brujas. Hablamos de los fantasmas, más precisamente los del amor. Quien da prueba de haberlos avistado es el siempre alerta Jorge Benegas. Capturados por el radar de su voz y su guitarra, terminaron atrapados en su nuevo disco. Los fantasmas del amor marca un importante capítulo en la extensa trayectoria de Benegas, uno de los pioneros del rock vernáculo pero sobre todo un cantautor que escapa a rótulos, épocas, modas, tendencias. Lo suyo son las canciones y estas no tienen fecha ni vencimiento. En este trabajo las hay históricas, cercanas, remozadas, recuperadas, atemporales, por qué no visionarias.
Y para que el disco no se reduzca a un mero acopio de palabras y acordes, Benegas no descuidó detalles y para eso contó con un talentoso y experimentado coequiper como Mario Mátar. Su trabajo en la producción lleva su marca inconfundible pero con el tacto suficiente para no desdibujar al autor de las canciones. Todo lo contrario, realza las virtudes de cada composición, las lleva a su exacto punto de ebullición sonora.
Para evitar más detalles y no contar la película, que sea el propio Jorge Benegas quien hable un poco de sus fantasmas, de su amor y, sobre todo, de porque seguir grabando discos en un mundo cada vez más mp3 y con disquerías como piezas de museo.
Currículum sound. “Siento que este disco marca el cierre de un ciclo. Por eso hay canciones de diferentes épocas, los ’70,’80, ’90, y algunas bien recientes. Si existiera la posibilidad de mostrarlo fuera de Mendoza, este trabajo sería como una suerte de currículum musical. Un cantautor se muestra a través de sus canciones y este, creo, es una buena síntesis de mi producción”.
El talento del capitán. “El aporte de Mario Mátar fue fundamental. El logra que la canción suene como yo me la imagino. Discutimos juntos qué músicos convocar, qué temas incluir. Por lo general no estamos de acuerdo pero eso lo bueno ya que de esa manera nos acercamos a lo que ambos pretendemos. Lo bueno de trabajar con un productor talentoso y encima gran músico es que descubre en la canción lo que vos tal vez no viste. Por ejemplo, Final de historia, que toda la vida la hice con guitarra, en el disco la hacemos con piano y a dúo con una voz femenina y parece otro tema”.
De rock (pero ecléctico). “El disco es ecléctico a propósito. Me pasa que hay cantautores que admiro y por ahí escucho tres o cuatro temas seguidos de un disco y me aburro. La mezcla en Los fantasmas… apunta que refleje la variedad que puede ofrecer un cancionista. Yo lo defino básicamente como un disco de rock, pero que tiene balada, blues, tango, un poco de todo. Jamás renegué de mis orígenes hippies, pero esa sensibilidad que incorporé desde la adolescencia se va adaptando a medida que uno crece y evoluciona. Uno aprende de los grandes y yo crecí escuchando al Flaco Spinetta, a los Beatles, a Zeppelín, a Piazzolla. Todos ellos grandes maestros”.
Impronta tanguera. “Soy un rockero que ama al tango. Grandes poetas del tango parecen auténticos rockeros si leés bien algunas de sus letras, por ejemplo Discépolo, que es tremendo. Aún no me le animo a un disco entero de tangos pero tengo compuestos varios. El más reciente se llama De penas su collar y creo que es el mejor que compuse. Tango al fango y Se pasó la moda, son muestras de esa línea. Siento que tengo una impronta tanguera en mi vida cotidiana que ya es parte de mi personalidad. Me crié en Buenos Aires y mi viejo escuchaba mucho tango, era como mi banda sonora. Siento que el rock y el tango van de la mano. Nunca me parecieron dos veredas diferentes. Para mí escuchar a Piazzolla y Emerson Lake & Palmer era casi lo mismo”.
Arte & parte. “En la gráfica del disco pusimos un énfasis especial. Me gusta mucho cómo quedó ya que redondea un producto muy cuidado en el sonido y la imagen. Refleja mis diferentes etapas y mi música. Un resumen de lo que hice durante muchos años. Uno quiere que a cierta etapa de su vida lo que genera suene y se perciba con calidad. Esa autoexigencia es básica para el disfrute y para alimentarse el alma”.
Lo que viene. “Al revés de lo que se hace habitualmente, es decir grabar un disco y salir a presentarlo, esta vez prefiero que la gente lo vaya conociendo, escuchando, degustando, y recién después salir y presentarlo bien. No sólo en la provincia. Si es posible lo hará con los músicos que participaron en el disco. Quisiera que la presentación fuera algo diferente, que acompañe a todo el trabajo estético que le pusimos al disco tanto en la música como en la gráfica”.

(En suplemento Escenario, Diario UNO, 3 de abril de 2012)
A 30 años de la guerra, los testimonios de sus protagonistas van llenando los agujeros negros de la historia oficial

A 30 años de la guerra, Malvinas sigue siendo un rompecabezas difícil de armar. Tan difícil como intentar justificar las razones de la contienda bélica o entender por qué algunos pudieron volver y otros tantos dejaron sus huesos en las islas.
La prueba de que es un tema que apasiona es que con el paso del tiempo más libros se escriben, más investigaciones revelan aspectos desconocidos o no debidamente profundizados en su momento e, incluso, los testimonios de los propios veteranos van iluminando zonas oscuras del aún cercano 1982. En otras palabras, empiezan a cobrar fuerte importancia los matices, ciertos detalles que resignifican contar una vez más la historia.
Cada ex combatiente que relata su experiencia agrega algo que le da al relato otro espesor, otra hondura. No es toda la verdad pero contribuye a acercarse a la ideal, a aquella que por lógica se sitúa en la vereda de enfrente de la historia oficial.
Quienes por nuestra tarea periodística hemos tenido la oportunidad en varias ocasiones de entrevistar a veteranos de Malvinas sentimos en algún momento que accedíamos a esa otra mirada, de hecho la buscábamos. No es tarea fácil transmitir en un papel cómo un rostro se transforma de pronto, al recordar a un compañero caído o cómo fue que se enteró de viajaba hacia una guerra, el miedo que sintió al silbarle las balas sobre su cabeza, ver a un compañero muerto a su lado o caer de rehén a manos de soldados súper profesionales.
Muchos de los verdaderos protagonistas de aquella batalla admiten haber encontrado un sentido a sus vidas difundiendo –más que contando– lo que pasó en esos pocos pero eternos 74 días. Si bien lo hacen desde su visión personal, con los años han delineado un discurso cada vez más sólido y con espíritu de cuerpo. Por ejemplo, el grueso de los veteranos de guerra reivindica la soberanía argentina sobre Malvinas, pero coincide en que la ansiada recuperación debe concretarse por el camino diplomático y no a través de una nueva instancia armada. Consideran fundamental hacer docencia acerca de la causa Malvinas despegándola del relato oficial, especialmente de la dictadura militar que fue la que en sus últimos estertores apeló a la recuperación de las islas para fortalecer un poder que venía perdiendo gradualmente. A través de las agrupaciones creadas tras el conflicto, no sólo se han dado un necesario espacio de contención sino que también desde allí trabajan para desterrar ciertos mitos de la guerra, legitimados por historiadores, periodistas o escritores, y a su vez para entender entre todos qué puede sacarse de positivo, si es que eso fuera posible, de una guerra.
Los testimonios de aquellos soldaditos, hoy estos curtidos hombres con canas, esposas, hijos y hasta nietos, siguen conmoviendo como el primer día. Nos hablan de la sinrazón de toda guerra pero a su vez nos revelan algo tan humano como el sentido de pertenencia, la lealtad patriótica, la solidaridad con el compañero en una situación límite y hasta la lucha por sobrevivir a cualquier precio.
Con el extraño impulso que dan las cifras redondas, pero sobre todo por los planteos formales de la Argentina ante la ONU y demás organismos internacionales, el respaldo de los países de la Unasur, y el simbólico pedido de los Premio Nobel de la Paz, el tema Malvinas vuelve merecidamente a la consideración pública, dejando atrás esa actitud culposa frente al tema y dándoles a sus protagonistas –no a los impulsores políticos de la guerra– una justa reivindicación ante la sociedad.
Al respecto, algunos definen a este proceso como “malvinización”, aunque tal vez lo más preciso sea hablar de un necesario ajuste de cuentas con la historia, la verdad y la memoria. Palabras, si se quiere, tan grandes como la guerra misma.

(En Diario UNO, 2 de abril de 2012)

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