Por Luis Benítez


Rubén Valle, el autor del poemario Tupé, nació en 1966 en la provincia de Mendoza, República Argentina. Su obra anteri
or acredita los siguientes títulos: Museo flúo, editado en 1996; Los peligros del agua bendita, publicado en 1998; Jirafas sostienen el cielo, que vio la imprenta en 2003, y Placebo, que se editó en 2004.

Amén de lo señalado, Rubén Valle tiene una conocida trayectoria como periodista en los medios locales y cultiva también la narración, siendo incluido por esta faceta de su producción literaria en diversas antologías. El Centro Cultural de España en Buenos Aires premió en fecha reciente su participación en el concurso Poesía en Tierra, organizado por esta institución.

En dos ocasiones Valle recibió el Primer Premio del Certamen Literario Vendimia; en 2007, obtuvo el Premio Ciudad de Mendoza por su obra Bla! y el segundo lugar en el Concurso Nacional Adolfo Bioy Casares.

En el corriente año, el sello mendocino Libros de Piedra Infinita (ver librosdepiedrainfinita.blogspot.com) acaba de lanzar un nuevo poemario de Rubén Valle, titulado Tupé. Esta editorial argentina -que ya posee un muy interesante fondo editorial- es dirigida por los también autores Hernán Schillagi y Fernando G. Toledo.


Un tono propio y ya bien definido
Bien conocido en el ámbito de la poesía argentina, Rubén Valle acredita con este nuevo título de su producción un lugar propio

y el dominio de una voz certera y madura ya, en la plenitud de su potencia discursiva. Tupé, su entrega poética de 2010, lo muestra manejando un tono propio y fácilmente reconocible en el conjunto de las poéticas locales, caracterizado por el desarrollo de los núcleos de sentido que ya presentara al lector en su producción anterior.

Como bien decía César Vallejo, “no hay dios ni hijo de dios / sin desarrollo”, pero la llegada a la plenitud de un autor implica un trabajo arduo de decantación de las influencias y las predilecciones, que en el caso de Valle se ha realizado paulatinamente, hasta permitirle al autor arribar a una síntesis ambiciosa en sus objetivos y cumplida en su logro.

La poesía de Valle es engañosamente simple en su expresión, dotada de una naturalidad que esconde el minucioso trabajo de orfebrería que la ha llevado a alcanzar ese lenguaje, que surge fluido y rico de sentidos, con una muy señalada capacidad de comunicación. Para el lector, el despliegue que hace Valle de este lenguaje capaz de comunicar complejas polisemias con tan remarcable naturalidad facilita el adentrarse en su cosmos propio, a la vez que elaborar una traducción de esos códigos e imágenes a la medida personal.

La identificación con la sensibilidad del autor y sus percepciones es algo fácil de concretar, máxime cuando el yo narrante aparece hábilmente sumergido dentro de lo narrado. Se trata de un yo autoral que es dueño del discurso, pero sin embargo elige un segundo plano para posibilitar la ilusión de que es el lector quien va viendo y sintiendo, quien va escribiendo, de algún modo, los versos que le pertenecen a Valle.


En la zona de cruce de culturas

En este sentido y también en otros, Valle se acerca a la poética de otro gran autor argentino, el entrerriano Juan Laurentino Ortiz, quien asimismo emplea esta técnica del autor sumergido, ocultado en lo escrito. Pero a diferencia de Ortiz, cuya escenografía literaria es eminentemente rural, Rubén Valle es un poeta de lo urbano, porque trabaja decididamente en el ámbito contemporáneo y en la zona de cruce entre culturas; no existe nostalgia del mundo natural en su poesía, sino que ella se establece en lo específicamente humano, en las conflictivas propias de nuestro tiempo y lugar.

A través de esta vía, Valle establece un discurso propio que le permite reflejar acabadamente la situación del hombre actual frente a los eternos interrogantes del género, llevados a una escala metafísica muy bien lograda, donde además intervienen recursos de riesgosa factura para un autor: la ironía y hasta el humor, presentes en sus versos, han sido siempre elementos que han necesitado de un muy cuidadoso uso, porque de su dosificación minuciosa depende que el poema no desbarranque y se convierta en otra cosa.

Sutilmente, medidamente, Valle agrega gotas de estas riesgosas y valiosas sustancias a su discurso, para hacerlo todavía más preciso y atinente. Estamos en presencia, luego de leerlo en Tupé, frente a uno de los más interesantes poetas argentinos de la actualidad.


Así escribe

La siguiente es una breve selección de los poemas de este autor, incluidos en su libro Tupé.


El que viene



“A usar tu lengua vienes...”
Macbeth a un mensajero, William Shakespeare

Maten al mensajero, pronto maten al que vino
a decir que Rimbaud desembarcó de su ausencia,
al que jura que la palabra de Sor Juana sabe tan dulce
como un pezón de luna. Maten al impostor, al que aún bebiendo toda
el aguardiente puede recitar sin respiro un palíndromo, dejarse amar
por cien mujeres y recordarlas brutalmente tan sólo con olerlas
en la penumbra. Maten al malvenido, al inesperado, al homérico.
Ciérrenle la puerta en la cara antes de verlo erguido como un lirio.
No podrán resistirlo, les dirá cómo olvidarse de lo que nunca fueron.
Los dejará en medio del círculo, los invitará a un banquete de sombras.
Maten al mensajero, al palomo malherido, al desbocado juglar
de las tabernas que apestan de solos. Pónganle hartas piedras,
ciérrenle el camino, háganle un pozo de silencio hasta que caiga.
Niéguenle la soga el salmo la rosa el orgasmo, sobre todo la mirada.

Maten al mensajero: la luz que dice traer es la luz que ya encendimos.


Araña del 10 de diciembre

¿Viene del amor?
¿Puede una araña venir del amor?
¿Es acaso un exceso estético
inferirlo desde la mera contemplación?
Verla cómo pende de una mínima hebra
destejiendo su lenta huida es un indicio
Campana de luz en la cerrazón.
Escapa del dédalo compartido tras sembrar
su agónico polen el dulce veneno sin antídoto
que la embriaga hasta descubrirse alas.
Al bajar del improvisado balcón como de un escote misterioso
pájaros le ladran siemprevivas le aúllan en pleno vuelo
y una luna somnolienta se atasca en su dolida tela de amar.
Y yo que me creía la piedra en el agua el duro que mira bailar
ahora la siento escabullirse por mis piernas hasta subir
al libro abierto de hoy. En un gesto instintivo
-que bien podría leerse como pueril venganza-
cierro violentamente sus tapas. Atrapada es un poema:
Araña del 10 de diciembre.


http://www.redyaccion.com/red_todo/red_2010/0_octubre/tupe.htm


(En Red y Acción, revista cultural de Colombia, octubre 2010)


La queja, esa suerte de cantinela que remite a lo peor del tango más llorón, tan nuestra como el mate o la bic, pide pista ante cualquier situación, lugar o motivo. Se diría que protestar, otra clásica manifestación del lamento argentino, es casi un deporte tan nacional como pegarle a Messi, a los burócratas de siempre o a la vedetonga de turno.
Una “puesta en escena” de tan expresivas muestras de nuestra idiosincrasia suelen ser los cuestionados piquetes, esos mismos que junto a los escraches ya se estudian en las escuelas porteñas como parte de la materia “Política y Ciudadanía”.
Dado que, más allá de cualquier bandería política, estos virulentos reclamos provocan mayormente duras reacciones (muchas de ellas con violentos resultados), tal vez valga la pena apelar a la creatividad para buscar una forma de reclamar por lo que es válido sin provocar rechazo y, a la vez, captar la atención. Incluso despertando una genuina empatía con el reclamo que los movilizó.
Para tal fin, podría tomarse como ejemplo a las decididas mujeres de Barbacoas (un pueblo del sur de Colombia), quienes recientemente se negaron a tener sexo con sus maridos en pos de una noble causa. No cederían, advirtieron a cara de perro, hasta que no se comenzara la construcción de una ruta clave para ese humilde caserío. Las féminas de armas tomar acusaban a sus hombres de no exigir con dureza a las autoridades la realización de tan estratégica vía.
¿Será necesaria, también por estos pagos, una huelga de piernas cruzadas para avanzar en aquellas obras de la provincia que siguen a la espera o que parecen nunca tener fecha de finalización?
La arbitraria lista para justificar una medida al estilo Barbacoas podría incluir, por ejemplo, la terminación de las dobles vías a Desaguadero y al Valle de Uco, el nudo de Acceso Sur y calle Paso, el rescate del abandonado autódromo General San Martín, la iluminación del Acceso Este, el puente que una el Shopping con el barrio Unimev, entre tantas otras deudas no sólo adjudicables, nobleza obliga, al gobierno de turno.
No faltarán, claro, quienes tilden de sexista esta opción de reclamo. Ellas, en cambio, han dado una lección de pacifismo con algo tan humano y movilizador como la vida íntima de una pareja.
Si el lema que abrazaron las colombianas levantiscas fue “Por un nuevo amanecer, nos abstenemos del placer”, las damas de acá no más podrían esgrimir como eslogan algo así como “Piernas cruzadas para funcionarios de brazos cruzados”.

(En Diario Los Andes, 17 de julio de 2011)
Para el DNI, sólo para el DNI, era Carlos Cayetano. Para nosotros, siempre fue el Carlitos o el Gordo. Así de simple, como era él. El tipo no te andaba con vueltas; te podía decir cuánto te quería o mandarte a cagar con la misma sonrisa sincera y demoledora.
Una personalidad arrolladora, templada por su propia discapacidad, lo llevó desde muy chico a marcar territorio; a anunciar “aquí vengo yo” pero no con prepotencia sino para decir “soy uno más, esas muletas vienen conmigo”. Siempre fue a su modo y todos supimos de inmediato cuáles eran las reglas. Pueden dar fe de esto sus compañeros de secundaria, cuando el Gordo se prendía en los picados y te sacaba una pelota al ángulo con su bastón de superhéroe. O haciendo llorar de la risa con su torpe interpretación en guitarra de “La sonrisa de mamá”. Lo que se diría un personaje carismático. Y querible, sobre todo querible.
También pueden dar testimonio de su generosidad como anfitrión de innumerables asados, sus compañeros de la facultad, quienes cada vez que eran convocados por el Carlitos era como si los llamaran para jugar en la Selección. En uno de esos inolvidables encuentros se acuñó una frase que quedó inmortalizada: “Donde no se pasa miseria es en lo de Brizuela”. Expresión que sintetizaba la excesiva oferta gastronómica del dueño de casa. Es imposible no decir esto y a la vez no recordar su risa inconfundible, tan estruendosa como contagiosa.
Otra muestra de su personalidad avasallante fue su militancia en el radicalismo. También allí el Gordo puso una gran cuota de esa pasión que todos, de algún modo, secretamente le envidiábamos.
Y en eso de superar obstáculos, de los tantos que tuvo en su vida, vale recordar cuando se propuso aprender a manejar. No sólo lo logró y bien, sino que aquel mítico Duna se convirtió en una suerte de embajada de amigos, recién conocidos y agraciadas señoritas.
Si en algo podía ser mezquino era en mostrarse vulnerable. Sus dolores, sus penas, sus grises, los guardaba celosamente a punto tal que rara vez se lo veía caído o bajoneado. Carlitos era un toro y no iba a dejarse ver como un perro apaleado. Si había un ejemplo de tipo peleador frente a las adversidades, ése era el Gordo. Así fue hasta hace muy poco, cuando decidió voluntariamente bajar la guardia y decir para adentro “hasta aquí llego”. Y lo hizo a su modo, sin que lo viéramos, en silencio, como diciendo quiero que me recuerden bien, como el guerrero que fui, ése David que más de un vez revolcó al grandulón de Goliat. Así te vamos a recordar Gordo querido, ¿tenías alguna duda de que iba a ser de ese modo?

(En Tiempo del Este / Nº 304, 8 de julio de 2011)
Entre las tantas reacciones que desató la muerte de cinco chicos en un accidente de tránsito en Guaymallén, tal vez una de las más importantes haya sido aquella en la que muchos padres, conmovidos por la pérdida de estas cinco vidas, aprovecharon la tragedia para hablar con sus hijos. Una buena ocasión para volver “a bajar línea” en cuanto a salidas, horarios, seguridad, responsabilidad y otros tantos temas considerados plomos si son los viejos quienes los lanzan sobre la mesa.
Lo que ocurrió con estos cinco chicos reabrió un incómodo debate, aunque más no sea a escala familiar, de cómo abordar la vuelta de un boliche, sobre todo cuando quien maneja ha tomado alcohol. No son pocas las campañas que desde hace años apuntan a tomar conciencia de que al volante sólo debe ir aquel que esté sobrio. La realidad, o las dolorosas estadísticas, demuestran que no bastan consejos publicitarios ni de la casa para hacerse eco de esta obviedad.
Como tampoco alcanzan los escasos controles viales, por más que desde la policía se asegure que hay un buen número de ellos y que “no se puede estar en todos lados”.
Si los días de salidas arrancan mayormente los jueves, al menos en este lado del mundo, lo más lógico sería instalar puestos fijos (no un mes sí y el otro no) en las vías cercanas a las zonas de los boliches y utilizar los alcoholímetros para bajar a quien no está en condiciones de seguir manejando. Pero ya se sabe, hacer cumplir la ley es remar en la arena.
Tras una desgracia como la del otro día, se impone volver a la carga para reclamarles a los demás que manejen con responsabilidad, que cumplan con los controles, que no tomen si van a conducir, que usen los cinturones de seguridad, pero pocas veces les reclamamos eso mismo a nuestros hijos.
Sabemos que nos vamos a encontrar con el previsible rechazo ante la “consigna” de ser más concienzudos con un tema tan delicado (quién no tuvo esa edad en la que nos las sabíamos todas), pero si está en juego ni más ni menos que la vida vale bancarse el desafío. Si algo tan preciado no nos moviliza, a ellos y a nosotros, entonces sí que ya podemos considerarnos fracasados.
Leer en los muros de Facebook los mensajes que amigos y conocidos de los chicos les dejaban apenas se iban enterando de sus muertes fue realmente conmovedor. Tan conmovedor que seguramente a muchos de ellos les hizo ese necesario clic y de ahora en más no les dé lo mismo viajar más de cinco en un auto, conducir borrachos o a mil por hora como si fueran eternos.
Eso mismo que, como una canción repetida, muchos hijos escuchan decir a sus padres cada vez que salen hacia una noche cada vez más peligrosa.

(En Diario Los Andes, 1 de julio de 2011)