No hay dudas de que el fenómeno de los microrrelatos, minificciones, microficciones o como gusten llamarle, explotó en la web hace unos pocos años traccionado por el democrático espacio de los blogs. Es así como novatos o experimentados, blogger mediante, cuentan con su propia quintita (laboratorio, trinchera, taller) para abonar toda suerte de textos que, en contados casos, darán el salto al hoy agonizante libro de papel o, si no, quedarán flotando allí como testimonio de producciones más o menos ambiciosas.
Para quienes crean que el big bang de este formato literario se produjo en la web, digamos que hay miles de libros que encontraron en el precepto -no siempre cierto- de que “lo bueno, si breve, dos veces bueno” para demostrar que esta literatura en grageas existe desde siempre, aunque el mercado trató de matarlo desde el vamos con su indiferencia y aún hoy lo mira con desconfianza de pibe chorro.
Bic invita a un (micro) recorrido por autores que en algún momento de su producción necesitaron decir mucho con poco o simplemente experimentar en un formato en apariencia, sólo en apariencia, menos exigente, más relajado. A veces, en el laxo límite de la fábula, la viñeta, el relato, el monólogo o la prosa poética. Etiqueta más, rótulo menos, el objetivo nunca varió: pintar la aldea o a sí mismos como parte de la aldea universal.
“La oveja negra”, de Augusto Monterroso. Un clásico del guatemalteco-mexicano que fue uno de los mayores cultores de la forma breve, con una maestría que deparó más clones que auténticos continuadores de su obra. De este exquisito bestiario dijo Gabriel García Márquez: “Este libro hay que leerlo manos arriba: su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada y la belleza mortífera de la falta de seriedad”. Dígase una vez más que su mítica composición “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” está considerada como “el correveidile más breve de la literatura universal” (Wikipedia dixit).
“Luna halcón”, de Sam Shepard. Deudor confeso de los escritores beatniks, el polifacético Shepard (baterista, actor, escritor, autor teatral, guionista) se vale de relatos cortos, prosa experimental, poemas y monólogos para reflejar la ebullición de la América (léase EEUU) de fines de los sesenta. Una versión romántica de su temporada en el infierno, con infaltables dosis de sexo, droga y rock & roll. El recurso del patchwork se profundiza -incluyendo fotos- en sus célebres y autobiográficas “Crónicas de hotel”, esas historias rotas que sirvieron de punto de partida para su guión de “París-Texas” (1984), dirigida por Wim Wenders.
“Historia de cronopios y de famas”, de Julio Cortázar. Uno de los libros en que más “espejado” se encuentra al creador de “Rayuela”. Aquí su imaginación, corrosivo humor e insobornable mirada de todo y de todos alcanza uno de sus puntos más altos. “Instrucciones para subir una escalera”, “Conducta en los velorios”, “El diario a diario”, ”Tema para un tapiz” y “Discurso del oso”, son algunas de las páginas que un cronopio que se precie de tal no puede dejar de leer.
“La vida imposible”, de Eduardo Berti.
Cortos y cortísimos, cuentos con una falsa impronta “periodística” y toques de humor e ironía donde lo fantástico tiene vía libre, tanto como el azar o lo monstruoso. El autor de “La sombra del púgil” abreva en Wilcock, Silvina Ocampo y Borges, entre otros, con el talento suficiente para que no se note más que ese hilo invisible que conecta más con la tradición que con la influencia lisa y llana.
“El libro de los monstruos, de J.R. Wilcock. Como en el recomendadísimo “El estereoscopio de los solitarios”, también en “El libro de los monstruos” el argentino-italiano nos sumerge en un mundo fantástico donde a diferencia del bestiario de Monterroso las “criaturas” son humanos (o casi): Berlo Zenobi, crítico literario al que define como “una masa de gusanos, un amasijo sin forma”, Paola Udovic (“una esponja embebida de atrocidades”), Alasumma, un muchacho con el cuerpo “revestido de espejos” o Angelo Spes, el más enano entre los enanos. Grotesco, erudición y sarcasmo se combinan sabiamente en esta imperdible guía, cien por ciento Wilcock.

(En suplemento Cultura, Diario Los Andes, 28 de mayo de 2011)

Supe que iba a pasar lo que pasó mientras discutíamos si los ovnis sí o los ovnis no. Cada vez que hablábamos del tema, como si fuera una gracia espontánea, Renata me cantaba -desafinada, muy desafinada- “Fabio Zerpa tiene razón” pero con la música de otro tema. Su oído, solía decirle y no en chiste, era una piedra imposible de pulir, una puerta a la que le escondieron la llave. Pero su lengua, su artera lengua, no temía decir lo esperable y sobre todo lo inesperable, aquello que, maldita sea, siempre incomoda. Como por ejemplo decirle a mi madre, en plena cena, que debajo de la mesa había una procesión de cucarachas. Sí, usó la palabra procesión. Comentario doblemente inoportuno porque ni siquiera había mencionado la exquisita comida que mamá había preparado especialmente para ella. El tacto no era su fuerte, claro está.
Volviendo a los ovnis, Renata sostenía la teoría de que de ninguna manera se va a producir una invasión porque los extraterrestres ya están entre nosotros. Y didáctica se animaba a dar precisiones: “No tienen la típica fisonomía del marciano de las películas. Se adaptan a cualquier forma o espacio. Además, si son tan inteligentes no van a mostrarse tan distintos a nosotros”. Parecía olvidarse del tema, sin embargo al rato retomaba el monólogo para completar su particular visión: “Para mí, ellos están por todos lados, aunque camuflados. Pueden ser esa rama que está ahí en la vereda, el cable que cuelga enfrente, la cucaracha que acabás de pisar; ser lo que se te ocurra, el problema es cómo distinguirlos. No quiero ni pensarlo porque me vuelvo loca”. Yo la miraba como si me interesara, cuando en realidad en lo único que pensaba era en cómo recuperar el diálogo con mi madre (después de aquella fallida cena dejó de llamarme por teléfono y yo sé que es por la bocona de Renata).
A tal punto llegó su obsesión por los invasores (así les digo yo porque me encantaba esa serie de los sesenta en la que los marcianos se desvanecían en medio de un bizarro efecto especial) que últimamente se despertaba agitada, llorando mientras gritaba “y estaba lleno de cucarachas”. De enroscado que soy, sospecho que en su inconsciente quedó flotando el absurdo comentario que le hizo a mi madre y algo que bien podría ser la culpa la llevaba a purgar su equívoco en sueños.
Una vez más, así como otros buscan respuestas en la Biblia o el I Ching, medio dormido me fui hasta la biblioteca a buscar una enciclopedia y leer lo que ya presentía: “La mayoría de las veces las cucarachas mueren boca arriba. También es una postura que suelen adoptar como mecanismo de defensa, simulando su muerte para escapar de algún peligro que las aceche”. ¿Sabía acaso Renata lo que yo estaba pensando? ¿O también habrá sido uno de ellos?

(Relato publicado en revista Serendipia Nº13, abril de 2011)

“Si algo está enfermo / está con vida”.

Terapia de amor intensiva, “Doble vida” (1988)


Como era de esperar, tratándose de un artista tan popular, desde que hace ya casi un año Gustavo Cerati entró en esa especie de absurdo letargo, inmediatamente se activó una emotiva cadena de expresiones de buenos deseos de fans, colegas e incluso de aquellos que, ajenos al mundo de la música, simplemente se sintieron sensibilizados por el accidente cerebrovascular que dejó al ex Soda Stéreo en el umbral de la muerte.
Tantas han sido esas manifestaciones de afecto que hasta la propia familia del músico se vio en la necesidad de expresar en varias ocasiones su agradecimiento. La más reciente fue el martes pasado en su sitio web, donde podía leerse: “Sabemos de las muchas demostraciones de afecto y reconocimiento que a diario, seguidores y colegas de Gustavo realizan en nuestro país y en todo el mundo, y las que especialmente se organizarán por estos días. Les agradecemos la calidez, el acompañamiento y el respeto con que es tratado él y su obra, además del apoyo constante que recibimos. Resulta reconfortante y nos da aliento”.
Desde el primer día, los seguidores de Cerati tradujeron su conmoción en innumerables carteles hechos a mano, banderas con letras de canciones, guardias en la clínica, cadenas de oración y especialmente a través de Twitter y Facebook. Aún hoy lo siguen haciendo con la renovada esperanza de que el autor de imperecederos himnos pop como “De música ligera”, “Persiana americana” y “La ciudad de la furia”, entre tantos, vuelva de ese extraño limbo en el que quedó atrapado.
Por el lado de los músicos, esos reconocimientos tampoco tardaron en llegar. Su admirado Luis Alberto Spinetta le escribió especialmente un poema (“Dios Guardián Cristalino de guitarras / que ahora / más tristes / penden y esperan / de tus manos la palabra”) que actualmente encabeza el sitio cerati.com. Precisamente Gustavo había sido parte de “Spinetta & las bandas eternas”, ese monumental concierto en Vélez en el cual subió a tocar junto al Flaco “Bajan” y “Té para tres”. Desde entonces, el tema incluido en “Canción animal” forma parte del repertorio de Spinetta en todos sus shows.
Paradojas de la vida, el “resucitado” Charly García le dedicó “Rezo por vos” en su recital de junio del año pasado en Córdoba. A su vez, Andrés Calamaro lo homenajeaba en Paraguay ante unas 5.000 personas que corearon el nombre del ex líder de Soda. “Lo queremos volver a ver cantando”, dijo Andrés y se ganó una justificada ovación. Por su parte, Fito Páez suele evocar a Cerati con su personal versión de “Puente”, bellísima balada que tocaron juntos en vivo en un par de ocasiones.
En la presentación de su disco “Simetría de Moebius”, el cantante de Catupecu Machu, Fernando Ruiz Díaz, cantó a capella un tema propio mezclado con “Persiana americana” y cerró el emotivo mix con un “¡Fuerza Gustavo!” que quedó resonando en el mítico Luna Park. León Gieco aprovechó su set en los festejos del Bicentenario en el Obelisco para dedicarle unas sentidas palabras al autor de “Signos”.
Ajenos al “palo” del rock, fueron significativos los homenajes de artistas tan dispares como Shakira y Peteco Carabajal. La colombiana (con quien Gustavo compuso algunos temas), le dedicó “Sale el sol”, el primer corte de su último disco. “Gustavo, después de la tormenta, sale el sol”, dijo emocionada la cantante en un concierto en Madrid. Mientras que el reconocido guitarrista y violinista santiagueño incorporó su versión de “Corazón delator” en un CD/DVD próximo a salir.
Para no hacer más extensa la lista, digamos que hubo dedicatorias y tributos en shows de Divididos, Las Pelotas, Miguel Mateos, Auténticos Decadentes, Kapanga y Juanes, entre muchos más.
Fuera de los escenarios, fueron numerosos los colegas que lo visitaron en el lugar de internación, tal el caso del ex soda Charly Alberti, Leo García, Fito Páez, León Gieco, Fernando Ruiz Díaz, Ricardo Mollo, Alejandro Sanz y Cristian Castro, en una lista cada día más extensa y heterogénea. Los mexicanos de Maná, apenas pisaron Argentina, deslizaron sus ganas de visitarlo y comentaron que fue “un shock” cuando se enteraron de lo que le había sucedido al músico argentino. Hasta Bono, líder de U2 y portador de cuanta causa solidaria flote en el planeta, pidió "no olviden a Cerati". Lo hizo en la primera de las tres actuaciones que la banda irlandesa ofreció en el estadio único de La Plata.
En este año con Cerati en off, los reconocimientos no se redujeron sólo al cariño y valoración de sus pares y fanáticos. En febrero la Academia Latina de la Grabación le otorgó tres premios Grammy por su disco “Fuerza natural” y recientemente fue galardonado con el Premio Binacional Chile-Argentina de las Artes y la Cultura, distinción que recibió su madre, Lilian Clark.

(En suplemento Estilo, Diario Los Andes, 15 de mayo de 2011)
En su libro “La comprensión de los medios como extensiones del hombre” (1964), Marshall McLuhan apuntaba: “El hombre, recolector de alimento, reaparece incongruentemente como recolector de información. En este rol, el hombre electrónico es no menos nómade que sus ancestros paleolíticos”. Pero esa información, vaya novedad, suele perderse por caminos misteriosos, atajos que pocos saben dilucidar. Por las venas abiertas de la aldea global, todo el tiempo fluyen, como imprevisibles botellas al mar, mensajes que pueden cambiar una vida, una ciudad, un mundo. Mensajes simples como los de un pájaro carpintero o complejos como un expediente X. La clave, ayer u hoy, está en que la paloma del emisor -o el punto y la raya o la señal de humo o el láser...- llegue a manos del receptor.
El anillo salvador. La rumana Herta Müller, Nobel 2009, muestra a través de la non fiction cómo la creatividad (o la desesperación) es la mejor llave para que un mensaje arribe a buen puerto. En su libro “Hoy hubiera preferido no encontrarme a mí misma”, una joven operaria que trabaja en una fábrica de ropa durante la dictadura de Ceaucescu es sometida a un duro interrogatorio. ¿Su delito?: haber cosido una nota, la misma nota, en los forros de los trajes de hombre que luego habrán de venderse en las tiendas de Italia. Cual mantra, el suplicante mensaje siempre es el mismo: “Cásate conmigo” (por supuesto, incluyendo su nombre y su dirección). Con tal de huir del país, ella está dispuesta a todo. Un hombre, un superhéroe de carne y hueso, como salvoconducto hacia la libertad.
No me asusta el acertijo. A Ricky McCornick lo mataron en 1999 y con él se llevó a la tumba la clave para descifrar una carta oculta en su campera. Desde entonces, el FBI trató por todos los medios de resolver el código con resultado negativo. Tan negativo que ahora, como si se tratara de un juego de Julián Weich, el Buró Federal de Investigación pide ayuda a gente “común y corriente” para descifrarlo. Ni siquiera especializados cultores de la criptología (krypto: oculto, escondido; logos: estudio) han podido sortear el misterio del malogrado McCornick. Según la web del FBI, son dos páginas con letras, números y símbolos tal vez escritos poco antes de que su cadáver de 41 años fuera encontrado en un maizal de Misuri. Quienes acepten el desafío deben ingresar en http://1.usa.gov/evCb2i. Amantes de crucigramas, enigmas y problemas de ingenio, si quieren ir practicando, aquí va una de las tantas líneas a descifrar: “Alponte glse - se erte”. Suerte! (Xpiopp!).
P@lom@, p@lom@. Aunque ambas sean parte de la transmisión de un mensaje, poco pareciera haber en común entre una paloma y la banda ancha. Sin embargo, el año pasado en la zona rural de Gran Bretaña se propusieron un singular desafío: determinar quién de ellas era más veloz. Una pulseada entre pasado y presente en tiempo real.
La crónica de entonces lo cuenta así: “Diez palomas portadoras de dispositivos de memoria USB emprendieron vuelo desde una granja en el condado de Yorkshire, en el mismo instante en que comenzó la descarga de un video de cinco minutos de duración. Una hora y cuarto más tarde, las palomas habían alcanzado su destino en Skegness, a unos 120 kilómetros, pero sólo el 24% del archivo de 300 MB había sido descargado”. Más que ratificar la velocidad y confiabilidad de las aves admiradas por Sarmiento, la experiencia puso en evidencia la lentitud de internet en esa olvidada zona. Y de paso, arrojaba un merecido palo para el rancho de los proveedores.

(En suplemento Cultura, Diario Los Andes, 14 de mayo de 2011)
En el país de Cristian U. podés hacer las cosas como corresponden e irte mal, muy mal. Podés, por ejemplo, vender un auto haciendo todos y cada uno de los pasos legales y un año después, exactamente un año después, “saltar” que entre Rentas y el Registro del Automotor hubo un eslabón roto y de golpe vos debás un año de patente de un auto que ya no es tuyo (¡!).
En el país de Cristian U. a un conductor como vos o como yo le hacen, ponele, 30 multas viales que registran que se violó límite de velocidad, semáforos en rojo, doble línea amarilla, no uso del cinturón de seguridad, luces apagadas... Un día cualquiera el infractor serial es intimado hasta por su suegra y debe ir con el montoncito de infracciones en la mano a levantar el muerto.
A su paso irrumpe un “carancho” (abogado non sancto, apto para todo tipo de trapisondas ilegales) que le ofrece al angustiado hombre del volante un imperdible salvoconducto.
Tributándole un diezmo (15% del monto a pagar), la deuda final habrá de achicarse milagrosamente gracias a un sospechoso kit de retoques y contactos. Al rato, el señor de las x multas es llamado por ventanilla y, oh sorpresa, comprueba que mágicamente lo que debe es una miseria, una bicoca; casi hasta da ganas de decirle, cual si fuera un mozo, “déjese el vuelto”.
En el país de Cristian U. se paga todos los meses el asfalto esperado por largos años aunque sea una capita de no más de cinco centímetros. El mismo que al poco tiempo estrena una fuga de agua a la que hay que contemplar resignadamente durante tres semanas hasta que la aggiornada Aguas Mendocinas le ponga un cartel avisando lo obvio. Una semana más tarde regresará a arreglar el escape y tapar el agujero, prescindiendo del detalle de colocarle cemento. El asfalto, el casi nuevo, está roto y así quedará. Los vecinos, igual pagan.
En el país de Cristian U. se puede ser cualquier cosa menos viejo. Si la burocracia y sus molestas derivaciones son aptas para todo público, en el caso de la tercera edad las mismas malas artes serán mucho más lentas, amañadas y hasta crueles. Total, tiempo es lo que les sobra “a nuestros queridos viejos”. El único pasaporte será contar con un amigo/a en la oficina pública en cuestión o a mano un hijo que disponga de unas cuantas horas y otro tanto de paciencia para ir de arriba abajo con el necesitado señor o señora de las siete (o más) décadas.
En el país de Cristian U. todo queda justificado en el plural, en ese raro sentido de pertenencia que siempre nos iguala pero hacia abajo. “Bueno, lo que pasa es que los argentinos somos así, es una cuestión cultural, es parte de nuestra idiosincrasia”, sueltan livianamente los sociólogos ad hoc. No ser parte de este equipo, rechazar ser convocado a esta selección de Maradonas truchos, no significa jugar con los buenos de la película pero tampoco ser de los que aplauden a ciegas al rey que va desnudo.
Ah, ¿qué quién es Cristian U.? Es un tipo de unos 30 años que hace unos días ganó ese reality donde, por no hacer nada (literalmente), te premian con 400 mil pesos, un viaje al Caribe y un contrato de trabajo. Trofeo que obtuvo mostrando las mil y una variantes de ese argentino piola (canchero, ventajista, pícaro, etc) que todo el mundo denosta cuando la víctima es uno pero que en cambio celebra, como en este caso, si el que desarrolla tal arsenal de viveza es uno que aparece en la tele.

(En Diario Los Andes, 9 de mayo de 2011)