Pocos disparadores más efectivos del ingenio que la crisis. Cualquier crisis. Y vaya si sabremos de esto los argentinos. Tanto sabemos que hasta podemos jactarnos de “exportar” algunas de nuestras creaciones y no hablo aquí sólo del remanido trío tango-colectivo-dulce de leche.
España, madre patria que nutrió de inmigrantes el suelo argentino durante años y que ahora recibe -casi tanto como expulsa- hombres y mujeres del país natal de Messi, es uno de los que “importó” un fenómeno con el sello argento en su orillo: el trueque.
Está bien, se podrá decir que ya en la Alemania post Segunda Guerra Mundial existían los clubes de intercambio, pero el caso Argentino superó todo antecedente a escala planetaria, como certifican irrefutables estudiosos y economistas.
El trueque, ese mismo que fue una verdadera soga de salvación en aquellos durísimos años del derrumbe delarruista, cuando todo nos acercaba al abismo, ahora es para muchos españoles lo más parecido a un bote mientras el Titanic de los años de bonanza se va a pique indefectiblemente.
Se les debe reconocer, no obstante, que lo están haciendo a su modo, aprovechando las ventajas que ofrece la tecnología. Más precisamente, a través de internet. El mentor de “Truekenet”, Juan Martínez, ha reconocido públicamente que su mayor inspiración no fue otra que la Red Global de Trueque de Argentina.
Cada vez son más los sitios destinados a que los internautas intercambien productos y servicios con el claro objetivo de que les den los números y puedan llegar a fin de mes lo más dignamente posible. En nuestro país ya existe la permuta virtual pero, vale decirlo, esta vez con un contexto económico no tan agobiante como aquel de 2001-2002.
En tiempos del nefasto corralito, esta alternativa social y económica era vista desde Europa casi como un brutal regreso a las fuentes (por decirlo educadamente), un intercambio de básica sobrevivencia con bastante de primitivismo. Lo que era un “salvarse entre todos”, un recurso basado en la necesidad y, por qué no, en la solidaridad, no parecía ser un ejemplo a imitar por los parientes ricos.
Sin embargo, aquí sirvió para que millones de argentinos resistieran desde los crecientes clubes de “prosumidores” hasta que la economía reencontrara su cauce. Se estima que en 2002 funcionaron unos 5.000 clubes en todo el país y que más de 2.500.000 argentinos participaron de la permuta más variada e insólita.
Que el trueque todavía no sea masivo en las comarcas de Rodríguez Zapatero se debe en gran medida a que, según explica el creador de “Truekenet”, a la mayoría todavía le cuesta aceptarlo como otra manera de comerciar. En cambio, los que entraron en esa dinámica de desprenderse de algo que no necesitan a cambio de algo que sí necesitan, ven en esta opción un camino alternativo hasta poder retornar a la ruta cuando el temporal de la crisis amaine.

(Publicado en Diario Los Andes, 16 de setiembre de 2010)
“Nadie acabará con los libros”, juran, sostienen, desafían Umberto Eco y Jean-Claude Carriere en su reciente trabajo a dúo publicado por Lumen. Pero si de alguien podemos estar seguros de que no hará nada contra ese “conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”, ése es Matías Serra Bradford.
Este escritor, traductor y crítico nacido en Buenos Aires en el 69 del siglo pasado, es de los que ven en una biblioteca el paraíso perdido al que no alcanzará una vida o dos para reconquistar.
Su intento, acaso su utopía, de dar un orden al caos de la lectura apasionada, se titula “La biblioteca ideal” (La Bestia Equilátera, 2009). Novela fragmentaria que se asienta en cuatro lectores (Silvio, Bruno, Theo, Lucio) que buscan dar forma a esa imposible biblioteca perfecta, tan caprichosa como borgeana en el devenir de su azarosa arquitectura.
Pasen y lean. Sus estantes son numerosos y variados. Las librerías en su más amplio y generoso menú: especializadas, de viejo y “comerciales”. Los libreros, esos otros personajes: los sabios, los ignorantes, los mezquinos, los generosos, los escribas frustrados. Los ámbitos de lectura: a la cabeza, los cafés (por mística y confort). Pero también los trenes y los parques y la playa y la pieza y … Los lectores, disparadores y razón de todo círculo vicioso: el adicto, el ansioso, el obsesivo, el egoísta, el generoso. Lecturas: de viaje, de vacaciones, de infancia, de ocasión. El clima y el entorno: la escenografía para toda entrega.
Serra Bradford no deja perfil del lector sin apuntar. Pareciera que nada se le escapa en su afán por registrar cada detalle de la amorosa relación con el objeto libro.
Dada la estructura símil diario personal, toda “La biblioteca ideal” es una invitación al lápiz o el resaltador. Algunas líneas para compartir o subrayar: “Lo suyo con los libros es una enfermedad como cualquier otra”; “La clase de huella que Silvio no quisiera dejar. Ni muchos subrayados, porque obstruyen la lectura, ni pocos, porque se volverían falsamente significativos”; “No tiene con qué comparar su adicción a los libros porque no tuvo otra”; “Quería ser otro y tuvo que ir a buscarlo a los libros”; “No importa cuántas afinidades haya entre un lector y otro, siempre, en lo mismo, van a estar buscando distintas cosas”.
La maravilla -o el peligro- de vivir tantas vidas como libros caigan en sus manos lleva al autor de “Manos verdes” o a su otro yo a escribir: “Tiene todos los libros que quiere tener, le falta su historia”. Lector y personaje serían aquí uno solo; ese mismo que merecería perderse en una isla para resignarse indefectiblemente a ese único libro que habrá de acompañarlo hasta el fin de sus días.
Un consuelo para aquellos que logren zafar de la isla pero no de los ¿sobrevaluados? e-books: “El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor”, asegura el italiano de “El nombre de la rosa” en ese libro que Serra Bradford seguramente ya leyó, subrayó, disfrutó y cuestionó. No podemos menos que hacernos eco de Umberto.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 12 de setiembre de 2010)
Alcanzado cierto punto de popularidad, hay nombres del mundo del deporte y del espectáculo, sobre todo, que se convierten en productos altamente redituables en el terreno de los negocios. Y, como todo producto, para ganar clientes y mercados requiere de una marca. Esa marca, en estos casos, no es otra que el propio nombre en un primerísimo primer plano.
Así, Shakira puede ser, además de una cantante internacional, un perfume; Susana Giménez una carismática conductora con revista propia; Karina Rabolini una ex modelo que diseña ropa interior; y Valeria Lynch valerse de su poderosa y experimentada voz para liderar una escuela de canto.
En Hollywood, territorio propicio si los hay para sacarle el jugo a la fama, los casos se multiplican. Paris Hilton está presente en perfumes, zapatos, ropa, relojes de lujo y gafas de sol; Jennifer López tiene su marca “J.Lo” con la cual vende ropa, accesorios y zapatos; Thalía hace lo suyo con productos que van desde chocolates hasta lentes; las hermanas Penélope y Mónica Cruz, al igual que las Oreiro, se inclinan por el diseño de ropa; y Chuck Norris es, además de un duro del cine, una bebida energética.
Sin dudas, el “filón” comercial más transitado -por directo y efectivo- es el de los perfumes: Antonio Banderas, Jennifer Aniston, Beyoncé, Christina Aguilera, David Beckham y hasta nuestros Gabriela Sabatini, Gino Bogani, Valeria Mazza, Osvaldo Laport y el inefable Ricardo Fort han bautizado fragancias con sus mediáticos nombres.
Aunque en primer lugar estén los negocios, muchos de estos emprendimientos conllevan una gran cuota de narcisismo, una necesidad de alimentar aún más el ya bien nutrido ego de los famosos.
Son numerosos los casos de celebridades que se dieron el gusto de comprar una bodega para producir sus propios vinos y no siempre poniendo su nombre como imán.
Entre los más cercanos está la experiencia de Gustavo Santaolalla, músico y productor exitoso, quien además de cosechar aplausos, elogios y dos Oscar, ahora cosecha su propia uva en Lunlunta para un vino que toma el nombre de su hijo: “Don Juan Nahuel”. El catalán Joan Manuel Serrat es otro de los que tiene vino personal, elaborado por Mas Perineo y comercializado en Argentina por la bodega mendocina Familia Zuccardi.
En California, la empresa “Celebrity Cellars” es la encargada de embotellar vinos para famosos de la talla de Madonna, Barbra Streisand, Kiss y Celine Dion. Se aclara a los fans del resto del mundo: sólo se venden dentro de Estados Unidos.
Más ambicioso, el ex Police, Sting, compró 350 hectáreas con viñedos y olivos al sur de Florencia, donde produce aceite de oliva y miel que vende únicamente en el Harrods londinense; en tanto que sus vinos artesanales se comercializan en la región ya que su producción es escasa.
El nombre -en realidad, el nombre famoso- es la llave tanto para el emprendimiento sensato como para el capricho mejor intencionado. Por caso, Guillermo Vilas se dio el gusto de grabar un disco y editar libros de poemas; Fito Páez de dirigir películas y la Mole Moli de bailar en el programa de Tinelli. Es cierto, el nombre abre puertas, muchas puertas, pero también deja en claro que no siempre es sinónimo ni garantía de calidad.

(Publicado en Diario Los Andes, 1 de setiembre de 2010)
Con Fogwill, mejor dicho ante la poesía de Fogwill, siempre tuve una sensación similar a la Raymond Carver cuando decía: “No me interesa lo que podría denominarse el 'poema bien hecho'. Al verlo, la reacción que más me tienta es la de exclamar: ‘¡Pero eso no es más que poesía!’. Yo busco algo distinto, algo más que un buen poema”. Seguramente nuestro poeta iconoclasta hubiera adherido a ese “algo más” que uno espera del poema. Por eso no extraña que en su “Llamado a los malos poetas” proponga “que en ellos viva la poesía,/ la innecesaria, la fútil, la sutil / poesía imprescindible. / O la inversa: la poesía necesaria,/ la prescindible para vivir”.
Un Fogwill auténtico: desmitificador y a la vez clamando por poner en el centro lo esencial, aquello que la literatura en su devenir va dejando obscenamente al margen para poner en foco la figura del autor o su potencial talento comercial. “Tu palabra refleja lo que hay detrás”, es su negro sobre blanco en “Sentimiento de sí”.
Seducir e irritar, dos caras de Fogwill presentes tanto en su obra como en una entrevista cualquiera. El humor, lo lúdico, la experimentación, caminos y atajos de una poética sumamente personal como “el roce ínfimo/ del ala inexistente/ de la verdad”.
Publicó cinco libros de poemas que compiló en el reeditado “Partes del todo”. Allí se reúne y resume buena parte de la obra poética de este escritor, sociólogo y publicista que, si bien ganó visibilidad y reconocimiento con su narrativa, siempre dejó en claro que su primer (y último) amor era la poesía.
Será por eso que “su música vuelve con un errar de pasos en la memoria” y en su nombre ahora, con la muerte habiendo hecho todo el trabajo, leamos: “Padre nuestro que estás en el curso de la palabra: ¿Dónde estás? ¿Dónde estaré?”.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 29 de agosto de 2010)