“En esa mancha yo tuve todo cuanto quise: descubrí las Islas de Coral, encontré el perfil de Barba Azul y el rostro anguloso de Abraham Lincoln, libertador de esclavos; tuve el collar de lágrimas de Arminda, el caballo de Blanca Flor y la gallina que pone los huevos de oro; vi el tricornio de Napoleón, la cabra que amamantó a Desdichado de Brabante y montañas echando humo, de las pipas de cristal que fuman sus gigantes o sus enanos. Todo lo que oía o adivinaba, cobraba vida en mi mancha de humedad y me daba su tumulto o sus líneas”. (“La mancha de humedad”, 1944).
A la uruguaya Juana de Ibarbourou (1892-1979) le bastaba una simple mancha de humedad para crear todo un mundo. Algo similar podría decirse que le ocurrió al dibujante todo terreno Diego Bianki, pero en su caso el disparador de la “conciencia imaginante” (como nos enseñaron alguna vez en Comunicación Visual) fueron las nubes. De ahí que el nombre de su proyecto no podía ser más directo y preciso: “Con la cabeza en las nubes”.
Publicado por su propia editorial Pequeño Editor, el libro de Bianki (La Plata, 1963) es una bella obra artesanal que nació, como suele pasar con las buenas ideas, de casualidad: panza arriba en la playa, viendo pasar las nubes y jugando a buscarles una forma reconocible.
Ahí, dice el también ilustrador de la revista Ñ, “vio” el libro al que luego sumaría artistas y fotógrafos invitados. Ral Veroni, Maitena, Elenio Pico, Isol, M. Delia Lozupone, Gusti y Cristian Turdera fueron algunos de los convocados para “intervenir” las imágenes captadas en el inagotable cielo.
Camarita en mano, Bianki arrancó y lo que fue una simpática idea se transformó en obsesión: hoy cuenta con unas 4.000 instantáneas y va por más.
Una niña dormida, un muñeco de nieve, pájaros, elefantes e insectos son algunas de las cincuenta nubes “encontradas” e incluidas en el libro objeto de este diseñador y dibujante que, entre sus múltiples facetas, acredita la de autor de libros para niños y jóvenes, además de haber fundado la recordada revista de arte cómix “Lápiz Japonés”.
En una suerte de obra en -permanente- construcción, el proyecto de Bianki lejos de terminar en la publicación deja abierta la puerta para sumar imaginantes a su causa. En el blog www.libroconlacabezaenlasnubes.blogspot.com la invitación es más que tentadora: “Subí tu foto de nube dibujada o bajate una nube en blanco de este blog, dibujala y luego subila”. Lo que sigue es mucho más simple: dejar volar la imaginación.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 15 de agosto de 2010)

Como si se tratara de un animal en extinción, el tiempo debería considerarse un valor a proteger. Un recurso no renovable al que, con algo de sabiduría, tendríamos que poder sacarle el mayor provecho posible. Finitos como somos, cada minuto, cada hora, cada día cuenta significativamente. Una preocupación común, desde que el mundo es mundo, tanto para el filósofo, el poeta y el hombre de a pie.
Pero mientras nuestros ancestros reflexionaban acerca de cómo “pasar el tiempo” o llenarlo de contenido ya que vivían sin la apremiante velocidad que nos signa hoy, actualmente se nos impone el desafío de sacarle el jugo, aprovecharlo al máximo, en una carrera contra reloj con uno mismo y los demás.
Sin embargo, al pasado y al presente los une la certeza de que no es otro que el inasible tiempo el que marca la medida de nuestro paso por la tierra. Bajo su sombra esquiva no hacemos otra cosa que intentar ganarle la pulseada, perdiendo de vista que la eternidad siempre nos será ajena e inalcanzable.
Tiempo que, se preguntará el lector, por qué debería perder leyendo una columna de diario. Y estará en lo cierto, pero el noble objetivo de la misma bien podría redimir a este escriba: hacer desde aquí un llamado a la solidaridad a ese ejército de desaprensivos que diariamente parecieran estar confabulados para hacernos perder el tiempo. Nuestro valioso tiempo.
Ejemplos sobran. Veamos algunos rigurosamente basados en hechos reales.
1) Facturas telefónicas mal confeccionadas que, a pesar de ser claramente un error de la empresa, implican tener que hacer largas colas hasta llegar a un mostrador donde se nos dará la razón pero, una vez más, poniendo estaba la gansa. “Usted pague y después lo arreglamos”, sería -palabras más palabras menos- ese acuerdo con el que estaremos en desacuerdo pero al cual deberemos acatar mascullando por lo bajo.
2) Jubilado que debe retirar unos estudios médicos. Llega al laboratorio indicado el día y la hora acordados, pero no están listos. Nada de tener el “gesto” de hacer un llamado previo para evitar que el hombre mayor se haga un viaje, gaste un pasaje en colectivo o un oneroso taxi.
Habrá que volver. Total, si hay algo que al anciano le sobra es tiempo. ¡Todo lo contrario!
3) Llamadas telefónicas que nos ofrecen lo que no pedimos, lo que no nos interesa, lo que no nos hace falta. Invasivas voces de impostada simpatía que sólo quieren hacerse oír pero no escucharnos cuando les pedimos, les rogamos, que no nos vuelvan a llamar. La insistencia, se sabe, es parte del negocio. De plomos gratuitos como estos, no nos salva el Chapulín Colorado ni Prodelco.
4) Un clásico. Esperar el micro, sobre todo en días polares en que no tendríamos nada que envidiarle al frizado Walt Disney, es uno de motivos que encabezan el ránking de minutos desperdiciados. Las Red Bus deberían registrar, además de los pasajes, la insufrible espera. Un pasito para atrás… y andá a quejarte al control.
Reivindicar el valor de nuestro tiempo no significa pasarnos de rosca al punto de caer en las garras del estrés, esa enfermedad tan a la medida de este siglo cada vez más acelerado. La consigna es muy simple: “tener” tiempo, “ganar” tiempo, pero para decidir nosotros qué hacer con él, no los demás.

(Publicado en Diario Los Andes, 11 de agosto de 2010)
Apenas se abre el humeante muñequitachocadora (El Suri Porfiado) un verso, como primer tajo de los tantos que vendrán, lo advierte: “Tengo una espinaincrustada en la palabra/ que durará algún tiempo". Y al final, como todo poeta que intuye que su oficio es predestinación -nunca una opción- deja aún más abierto el signo de pregunta: “El cuento no termina cuando yo decido”.
Con su primer libro, la mujer de la espina, Eliana Drajer (San Martín, Mendoza, 1979), sienta las bases de una poética propia, con indudables ecos pizarnikianos, pero con la suficiente personalidad como para sortear tamaño influjo y dejar escuchar su voz. La misma que le dice a Lamás Médula lo que sigue.
La musa antes de la musa.
“Estaba sin trabajar por motivos de salud y ‘muñequitachocadora’ estaba en mi cabeza ya hacía mucho tiempo. Entonces, aproveché ese ‘desocupamiento laboral’ para poner toda mi energía en algo que siempre me salva, como lo es la poesía. Así fue que comencé a trabajar los textos y surgió la parte de los relatos, o sea la otra voz del libro. Allí sentí que estaba poniendo las palabras en el mejor lugar”.
Lo autobiográfico, ese tatuaje.
“Creo que todos somos sujetos sociales, enmarcados y atravesados por el contexto en el cual nos movemos. Uno a veces no lo hace conscientemente pero sí, yo soy de las que dice ‘el sujeto es su historia’. El autor de cualquier disciplina artística está atravesado por lo que es, lo que fue y lo que hace, en todos los sentidos”.
Discursos paralelos.
“Las dos voces fueron encontradas en tiempos distintos. El discurso narrativo apareció después de que el ‘original’ estaba cerrado. Como no me convencía, no dejaba de corregirlo - nunca dejé de corregir; ¡lo sigo haciendo ahora que está impreso!-. Sentía que algo faltaba allí y eso se transformó en otra voz; una voz más inocente que intenta guiar la historia de muñequita. Salió así, fantasmagóricamente”.
Lo lúdico, ¿un tono? ¿una poética?
“En la cotidianidad soy una persona muy pesimista. Creo que encontré en la ironía un tono para poder ‘decir’. Jugué con eso y me sentí cómoda hablando desde ese lugar. Se dice de mí… que soy una poeta ‘social’. No me gusta etiquetar y tampoco que me etiqueten a mí. Si los críticos o los mismos escritores buscan sectorizar mi discurso, no me molesta que digan que mi poesía es social. Con ‘muñequitachocadora’ necesité el juego para poder ficcionalizar algunos hechos que están dentro de la obra y que me sucedieron o me relataron. Ese ‘descanso’ me ayudó a completar el relato y sacarlo a la luz. Sin lo lúdico hubiera sido imposible publicarlo”.
El post parto.
“No cambia nada tras editar. El compromiso quizás es mayor, pero siempre estuvo. Uno se siente escritora o escritor en un determinado momento de su vida y, luego, más allá de publicaciones, premios y concursos, seguís siendo la misma persona. El día después de la presentación del libro, amanecí igual. Creo que el momento más emocionante de la publicación fue cuando Carlos (Aldazábal, el editor de El Suri Porfiado) me avisó que habían llegado los ejemplares, fui a buscarlos y cuando llegué a casa, tomé una tijera y abrí la caja. Todavía no he sido madre, pero fue una emoción muy grande. Lo asocié con el nacimiento de un hijo. Fue todo un embarazo llegar hasta esta instancia, pero después del parto fui feliz y ese sentimiento es muy delgado en mi vida”.
La (bella e implacable) mochila de Alejandra.
“El editor me propuso sacar la cita de Pizarnik porque ya es figurita repetida en el ámbito literario. Pero no quise. Poner sus palabras fue como rendirle un homenaje. Antes de leer por primera vez a Alejandra varios escritores amigos me decían que me parecía a ella (salvando las enormes distancias, por supuesto). Como muchos me lo marcaban, fui a ella. Me compré sus obras completas de poesía y prosa y encontré el sentido a muchas palabras. Ahora no la leo nunca. Leo casi todo narrativa hasta para alejarme del género; aunque éste es mí genero y la poesía morirá conmigo”.
Huellas, sellos, manchas del tigre: léase impronta.
“No sé si reconozco autores imprescindibles, pero sí algunos que me han marcado como lectora primero y escritora después. ‘Palabras’ (Prévert), ‘Mi planta naranja lima’ (Vasconcelos), ‘El diario de Ana Frank’ (Ana Frank), ‘Mantra’ (Fresán), ‘La náusea’ (Sartre), ‘Fahrenheit 451’ (Bradbury), ‘Solos y solas’ (Kamenszain), ‘Los pibes del fondo’ (Patricia Rojas), ‘Pedagogía del oprimido’ (Paulo Freire), ‘Pájaros en la boca’ (Samanta Schweblin), ‘La Hybris’ (Alicia Genovese). También Cortázar, Girondo, Di Giorgio, Ferlinghetti, Juarroz y más cerca en el tiempo, Fabián Casas y Juan López”.
Definir lo indefinible.
“Creo que sintetizaría mi emoción por la poesía en esta frase mía: ‘Este dolor tiene dos gargantas’. No podría decir ‘la poesía es mi aire, mi agua, mi tierra y mi locura’. Hay días en que la realidad me supera de tal forma que si no vuelco eso en un papel, teclado o pared… bueno, a ese sentimiento lo han tenido que resolver psiquiatras y psicólogos por mí”.
A otra con ese canto de sirenas. “A través de la tecnología he compartido y conocido muchos poetas, libros y demás. Pero el olor del papel, el timbre y el cartero que grita ‘Caaaaaaaaaaaaaaaartero’, nunca podrá ser reemplazado. Quizás esté fuera de moda, pero no me importa. Hubo un tiempo en que escribí cartas de amor (anónimas) hace muuuuuuuuuuuuuchos años, pero fue algo mágico. También intenté sostener relaciones por e-mail y fue un fracaso total. De eso, mejor no hablar. No puedo restarle valor a todo lo que lo tecnológico engendra, pero tampoco soy su fan. Prefiero tomar unos mates con mis amigas que chatear con ellas. Eso no lo soporto”.
Para ir a por ella, o mejor dicho a sus poemas, valga la invitación en boca de Alicia Genovese: "... El mundo que enfoca muñequitachocadora es sin anestesia. Pasen y vean, un primer libro compacto, como pocos; desafiante, no pide permiso”.


Poemas de muñequitachocadora
Primera infancia
/batita rosa y vainillas con Nesquik/


1
Soy un juguete
creado en trapo

papel o cartón
da lo mismo

Tengo una espinaincrustada en la palabra
que durará algún tiempo

Por ahora
es temprano pronosticar un final nuevo
o escalar a otras voces

El cuento no termina cuando yo decido.

Esta es la historia de muñequitachocadora. Muñequita pelirroja sola perdida. Parece que fuera gris. Pero es roja. Muymuyroja. Prefiere la noche. Las de luna llena son su perdición. En estas noches mira fijo el cristal y lo vacía tirándole piedras negras. Su rito siempre le funciona.

11
En esta roja cacerola
fornican 29 damascos
Quizás
apague lentamente el ritual
y me rinda

o cocine muñecasrabiosas
con una cuchara perfecta
amaestrada
y musical

para destinar las horas
batiendo el record
del chef más despiadado.

Muñequitachocadora cumple años en tres días. Yo quería regalarle algo especial. No sé. Pensé en una ñoquerita porque le encanta cocinar. Su mami casi nunca puede prepararle la comida. Pero ahora recuerdo que los ñoquis no le gustan mucho. Dice que le hacen acordar a los domingosenfamilia. No sé por qué tiene malos recuerdos. Están buenos mis domingos con la familia.

12
Mi cuerpo rebana ositos de madera

Ahora dame
una navaja de peluche.

Con muñequitachocadora aprendí a jugar al elástico. Como éramos siempre dos, casi siempre me tocaba sostener una punta del elástico a mí y la otra la atábamos a un árbol. Le encantaba ese juego. A mí no porque nunca podía saltar. Cuando le pedía que me dejara saltar lloraba como una loca. Así que terminaba saltando siempre ella. Una tarde, muñe saltaba saltaba y saltaba y se cayó. Rompió su vestidito negro. El día después su mami no la dejó salir a jugar. A los dos días la encontré con un ojo morado.

Segunda intención
/autitochocador y quitavida acuático/

1
Comienza la función

Abro las piernas
y forcejeo por dentro
hasta cansarlo

Algún día aprenderá que
el dominio
es consuelo de tontos.

Lorenzo está enamorado de muñequitachocadora. Ella no lo mira nunca. Se hace la que no le interesa pero cuando jugamos a la escondida siempre se van juntos. Yo creo que hacen cosas cochinas mientras están ocultos. Una noche, mientras jugábamos con los demás chicos del barrio, muñequita y Lorenzo desaparecieron hasta el otro día. Yo le conté a mami y me dijo que no jugara más a la escondida con los chicos. O que si tenía que jugar, que eligiera a una nena como yo para esconderme.

3
Apoyo mi espalda en la tierra
y miro hacia el cielo

No hay postura
más cercana
al desequilibrio.

A muñequitachocadora le han recetado unos medicamentos. Creo que fue por un problema que tuvo en el cole con la seño de matemática. Cuando la paso a buscar para que juguemos al elástico sale su abuelita y me dice que no puede, que está en cama. No sé qué tiene muñequita. La extraño. Más allá de las diferencias que tenemos ceo que nos entendemos mucho. Quizás sea por los contrastes.

(Publicado en el periódico literario Lamás Médula, Buenos Aires, Año 3 Nº2)

Junto a Raymond Carver y Richard Ford, Tobias Wolf integró algo así como la delantera más efectiva, profunda y habilidosa del malinterpretado “realismo sucio” o “minimalismo” norteamericano.
El equívoco, aclararon y siguen aclarando hasta el hartazgo los señalados, viene de ese tipo de simplificaciones en que suelen caer algunos periodistas y críticos literarios cuando encontrar una etiqueta efectista exime de dar mayores precisiones.
A Bill Buford, piloto editorial de la revista “Granta”, le debemos tal rótulo por titular “Dirty realism” (realismo sucio) al número 8 de la publicación de la Universidad de Cambridge. En esa edición que haría historia estaban, entre otros, los nombres de Carver, Wolf y Ford. Los críticos neoyorquinos se entusiasmaron con este incipiente “dream team” de minimalistas y de ahí a la comodidad de encontrar un nuevo quiosco estilístico hubo un solo paso.
Carver, autor de “Catedral”, decía por entonces: “Es posible escribir sobre cosas comunes usando un lenguaje común pero preciso, para llenar a esas cosas comunes de un poder inmenso, sorprendente”. Eso y nada más que eso es lo que antes y después harían sus compañero de campo Tobias Wolf y el Ford de “El periodista deportivo”.
Wolf (Alabama, 1945) ocupa hoy el indiscutible sitial de maestro de la narrativa de EE.UU. Avalan sus laureles una obra de gran solidez, conformada por novelas como “Vieja escuela”, “Vida de este chico”, “En el ejército del faraón” y “Ladrón de cuarteles” y libros de cuentos como “Cazadores en la nieve”, “De regreso al mundo” y “La noche en cuestión”.
Para quien aún no tuvo el placer de toparse con sus páginas, ya está en castellano el imprescindible “Aquí comienza nuestra historia”, una selección personal que recopila 21 cuentos ya editados más diez que permanecían inéditos.
Cuentos que suelen girar en torno de dilemas morales aunque, como bien aclaraba su amigo Raymond, “sus historias no son didácticas ni cautelares. Algunas de ellas son divertidas, otras escalofriantes. Todas hablan de la condición humana de una u otra manera”. Wolf cuenta, y a la vez filosofa, sin impostar la voz porque tiene la gracia (nunca más precisa la palabra) de saber contar una historia. Una buena historia. Tan simple y tan complejo como eso.
“Todo el mundo dice siempre que es estupendo que los seres humanos sean tan adaptables pero no sé. En Estambul un amigo mío vio a un hombre andando por la calle con un piano de cola sobre la espalda. Todos se limitaban a evitarle y seguían su marcha. Es horrible a los que nos acostumbramos”, leemos en “La casa de al lado”. Más, mucho más de sus respuestas sin preguntas, en las restantes 460 páginas.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 1 de agosto de 2010)