Al final, una solución, por pequeña que fuese, existía para desenmascarar a los corruptos. Bastó un GPS (ese aparatito que nos permite fijar a escala mundial la posición de un objeto, persona o vehículo, con precisión casi milimétrica), para que un programa de tevé -Caiga Quien Caiga- pusiera al descubierto a un concejal que se quedó con una donación destinada a los afectados por el alud de Tartagal.
La trampa fue simple y efectiva: se colocó el GPS a un aparato de aire acondicionado portátil y, al cabo de unos meses, se lo rastreó por satélite. Clarito apareció en la pantalla de seguimiento que tal dispositivo estaba en la casa del (ir)responsable de distribuir las donaciones para los damnificados. Hugo Torina, tal su nombre, había mordido cándidamente el anzuelo de Gonzalito y los suyos.
No es la primera vez que algo así ocurre y seguramente no será la última, pero en estos días en que se hace más sostenido el pedido de donaciones de todo tipo para los hermanos chilenos, uno quisiera que cada paquete que cruza la frontera incluyera su correspondiente GPS para saber que efectivamente llegó a sus destinatarios.
Habrá quienes tomen estas palabras como una invitación a desconfiar porque sí o a dudar de plano y no colaborar, cuando en realidad buscan todo lo contrario: hacer que toda esa genuina solidaridad no se limite al gesto humanitario y pueda efectivizarse en una ayuda concreta, real.
Desentendernos de seguir el tranco a la cadena que comienza en quien tuvo la voluntad de donar y que debería terminar en quien necesita ese litro de leche, esa agua, ese abrigo, haría que todas estas acciones bien intencionadas quedaran reducidas apenas a tranquilizar nuestras conciencias y no mucho más.
Casos como el denunciado por CQC muestran cuán necesario es que los medios cumplan en ciertas ocasiones el rol de fiscales para garantizar la transparencia. El concejal Torina, quien cabizbajo admitió en cámara su “error”, debió renunciar y el mayor castigo que cosechó fue el escarnio público. Quedó, aunque más no sea en este caso, la agradable sensación de que la impunidad perdió un round.
Es cierto, quedan muchos aún y lamentablemente no contamos con una versión ciudadana de la “Mole” Moli como para nockear (judicialmente) a tantos Torina que andan por la vida jodiendo al prójimo. Ahora, al menos, además de las cámaras ocultas, los amigos de lo ajeno deberán cuidarse del implacable GPS.
¿Será muy alocada la idea de incluir en los futuros presupuestos municipales y provinciales una partida para adquirir GPS anticorruptos? Aunque pensándolo bien, esto acarrearía otro problema: ¿quién nos garantiza que no habrá tongo en la licitación?

(Publicado en Diario Los Andes, 26 de marzo de 2010)
Luis Benítez: breve antología poética. Selección de Elizabeth Auster. Rosario, Ediciones Juglaría, 2008. 112 páginas.

Con selección e introducción de Elizabeth Auster, este libro de poemas sintetiza con singular precisión la prolífica obra del autor nacido en Buenos Aires en 1956.
La muerte, la vida impredecible, el amor, la historia como un cruce permanente y las referencias culturales son algunos de los tópicos presentes en la primera etapa del creador de Poemas de la tierra y la memoria y Mitologías/La balada de la mujer perdida.
En trabajos posteriores, destaca Auster, se hará más evidente el empleo de una continua alusión, logrando un efecto de ilusión fantasmática donde el lector completará lo que poeta deja abierto.
La sombra, el aliento de Dylan Thomas campea en sus poemas de versos extensos, dejando al poema al borde de la prosa o el relato breve. Bocanadas de imágenes que construyen o reconstruyen un mundo saturado de colores, de efectos, de artilugios.
Poemas donde más de una vez se sufre el sindrome de la vidriera llena. Lo cual no debe importar porque el lector es parte de esa “tribu que puede cruzar sobre una hoja de afeitar/ tomándose su tiempo”. Su antologista lo dice mejor: “Benítez ofrece la llave de una puerta que se abre, más que a nuevos mundos, a nuevas formas de mirarlos desde esta poesía entrañablemente humana y sensitiva”.

(Publicado en Diario UNO)
Sobre la espalda del cielo, de Mónica Tracey. Buenos Aires, Ediciones Último Reino, 2007. 124 páginas.

Periodista y poeta nacida en Junín (provincia de Buenos Aires), Mónica Tracey fue una de las fundadoras de la ya mítica editorial Último Reino, y creadora también del grupo de poesía El sonido y La Furia.
Esta obra, que obtuvo el tercer premio de poesía del Fondo Nacional de las Artes en 2006, está dividida en cuatro partes pero unida en el eje común de la mirada.
Desde allí, Tracey se abre al mundo exterior para rumiarlo y devolverlo en pequeños bosquejos que denotan la imposibilidad de atesorar todo lo visto o vivido. “Como en un espejo/ entro en el paisaje / que se mete en mi sangre”, apunta para luego revelar(se) que las “palabras como maleza/ transforman el poema”.
La memoria, propia o ajena, es un engranaje que echa a andar –sin pudores– los sutiles mecanismos del corazón. “Duele el deseo/ como una herida/ que toca/ otra herida”, le hace decir a su cuerpo dolido. En esas cicatrices no cerradas se intuye una insatisfacción a la que no le alcanza un libro para drenarla.
“Si pudiera descansar con el pensamiento/ si pudiera descansar en el pensamiento/ si pudiera”, cavila, pero para entonces ya es demasiado tarde.

(Publicado en Diario UNO)

El periodista y escritor Reynado Sietecase se basó en crímenes reales para volcar en los diez cuentos de "Pendejos" una durísima síntesis de un país signado por la inseguridad. “Cuando un chico mata, lo primero que mata es su infancia”, asegura el rosarino.

Desde su lugar de periodista, pero también como ciudadano argentino que en cualquier momento puede ser noticia por la inseguridad, Reynaldo Sietecase convive a diario con la violencia. Si a esto le agregamos que es un apasionado lector de novelas policiales, no debería extrañarnos que esa combinación decantara en los diez poderosos cuentos de Pendejos.
“Los crímenes narrados en este libro tienen correspondencia con hechos reales. Sin embargo, todos los personajes, escenas, fechas y lugares pertenecen al mundo de la ficción”, advierte el coequiper de Jorge Lanata en la radio (y en su mítico Día D televisivo) y conductor de El lado salvaje por América 24.
De allí que cada cuento remita indefectiblemente a esos casos resonantes que tuvieron por un tiempo la pantalla caliente, pero que rápidamente son reemplazados por más violencia, más dolor y más sangre.
Aunque poeta de larga data, en Pendejos Sietecase llama las cosas por su nombre. Historias contadas con el cuchillo entre los dientes, sin ningún tipo de estetización ni metáforas. Al grano.
En un alto de su febril tarea periodística, el autor de Un crimen argentino habla de la cocina de Pendejos, ese espejo que duele.
-No es casual que desde tu lugar de periodista te nutrieras para escribir ficción, pero ¿cuál fue el hecho puntual que detonó el concepto del libro?
-Sobre el final de 2005 visitó el programa de radio de Jorge Lanata, donde trabajo, una especialista en seguridad. Entre otras cosas contó que en Argentina se había condenado a reclusión perpetua a una decena de menores de 18 años y que esto era una clara violación de la Convención de los Derechos del Niño. La idea era perturbadora: “Pibes condenados a prisión perpetua”, por lo que me decidí a buscar más información. Pensaba que podía hacer una serie de notas contando las historias de estos chicos, pero cuando me acerqué al tema comprendí que el formato no era la narración periodística, sino la ficción.
-Sabido tu amor por el género policial, ¿hubo algún autor o texto que te sirvió de modelo, directa o indirectamente, a la hora de escribir Pendejos?
-Desconozco si hay algún trabajo similar a Pendejos. El tema de los menores asesinos fue abordado por Fernando Vallejos en su gran novela La Virgen de los Sicarios y sé que hay varios libros de brasileños que hablan de lo mismo. Yo encuentro alguna referencia en Babel, una película que vi después de que el libro se publicó. Allí hay un cruce muy interesante entre la violencia y los niños.
-Hablame de cómo surgió el título del libro. Es interesante porque dice y no dice demasiado. Más bien, sugiere.
-Según su origen latino, pectiniculus, remite a los pelos que nacen en el pubis. Pero además es una palabra polisémica. En el reciente Congreso de la Lengua Española fue elegida por los escritores como una de las palabras que hay que “rescatar”. A algunos amigos les sonaba despectivo. A otros les parecía un riesgo innecesario porque podría prestarse a confusión. Para mí era un título perfecto para estos cuentos. Un pendejo es algo pequeño, insignificante, un pelito que nace en un lugar que habitualmente ocultamos. Mis relatos hablan de pendejos que matan, roban y se drogan. De pendejos que son víctimas y victimarios. Hablan de los pendejos que no queremos ver.
-Uno de los aspectos más logrados del libro es no haber caído en una mirada apologética de los pibes violentos, pero tampoco en una condenatoria. ¿Cómo hiciste para narrar sin tomar partido?
-Cuando decidí escribir Pendejos me impuse dos desafíos: primero, como artefacto literario no debía imponer mi visión personal sobre el tema. No quería moralizar. La intención del libro, como en toda buena literatura, es entretener. Y mis narraciones por más crueles que sean, buscan lo mismo: atrapar al lector bajo la premisa de cualquier policial; obligarlo a llegar hasta el final. Después de la lectura, si el libro moviliza el debate sobre qué hace esta sociedad con los chicos que cometen hechos violentos, bienvenido sea. Y además, me impuse un desafío literario, que cada cuento fuese diferente. Por eso cada relato tiene distintos narradores.
-Cada caso, cada historia que contás, habla de alguna manera de lo que es este país. ¿Se puede decir que la violencia es la metáfora que mejor define a la Argentina, no sólo a la actual?
-Argentina es un país violento y la literatura lo refleja. No es casual que nuestro libro fundacional sea El Matadero. Por mi parte, no me canso de afirmar que una sociedad también puede definirse por sus crímenes. En mi novela Un crimen argentino un delincuente secuestraba a un empresario y después de asesinarlo, hacía desaparecer el cuerpo disolviéndolo en ácido sulfúrico. La desaparición de los cuerpos marca la historia de este país desde la época de la colonia hasta los crímenes de la última dictadura. En cuanto a la literatura soy un adicto a las historias policiales, como lector primero y como autor después. El policial es un género que funciona como una caja china y por eso me interesa particularmente. La novela negra norteamericana, la inglesa de enigma, el nuevo policial europeo y los relatos argentinos sin detectives cuentan una historia central y, a la vez, revelan los claroscuros de una comunidad determinada. Cómo funciona la Policía, qué pasa con la Justicia y cómo opera el poder económico, por ejemplo. Siempre hay más de un nivel de lectura.
-¿No percibís en los medios, especialmente en la TV, como una banalización de la violencia; casi un hecho estético al que se vacía de contenido?
-Se banaliza por la reiteración sensacionalista. Hay montajes, puestas en escena, teatralizaciones. La inseguridad existe y es una preocupación legítima de la sociedad. Pero también existe la utilización de la violencia y el miedo al servicio del rating y, en otras ocasiones, con motivos políticos. La lucha contra la inseguridad debería ser una cuestión preideológica. La sufren por igual ciudadanos de derecha o de izquierda, pero hay quienes logran manipularla en función de sus intereses.
-Quien conoce tu poesía sabe que tenés mucho humor. ¿La narrativa vendría a mostrar ese lado oscuro que todos tenemos?
-No lo sé. Es como si convivieran en mí la bella y la bestia. Escribo poesía desde los catorce años; tengo seis libros publicados. El policial siempre fue una de mis lecturas preferidas, en especial la novela negra norteamericana. Tal vez por mi oficio de periodista, también como escritor elegí el policial. La violencia está en el centro de mi interés literario.
-De toda experiencia periodística, literaria, o de la vida misma, uno aprende, saca conclusiones. ¿Qué lección te dejó tu incursión por el salvaje mundo de los pibes violentos?
-Comprendí que la violencia tiene orígenes diversos. De los diez relatos de mi libro, hay cuatro que narran crímenes cometidos por chicos de clase media o alta. Lo que sí es innegable es que existe una conexión directa entre pobreza y delito. De los 2.500 menores que el Estado acepta como detenidos, el ciento por ciento son pibes marginales. También terminé de confirmar la injusticia del sistema penal argentino. Si un chico de clase media o alta delinque, con buenos abogados y asistencia casi nunca va preso. Seguro es declarado inimputable y termina con tratamiento psiquiátrico. Los pobres terminan encerrados o muertos. Es clave que el Congreso apruebe alguno de los muchos proyectos que tienen cajoneados sobre la creación de un sistema penal para menores.
-El diagnóstico de que la juventud es violenta es claro. Pero como periodista, ¿qué creés que está fallando en los organismos estatales que trabajan con ellos y en la sociedad misma, que vive aterrorizada por la falta de seguridad?
-Cuando un chico mata, lo primero que ha muerto es su infancia. Un chico con un arma ya no es un chico. Cuando un chico mata es que falló el Estado, la sociedad y la familia. Los que piden mano dura deberían comprender que esto aporta muy poco para la solución de la inseguridad. En el caso de los menores que cometen delitos hay que avanzar sobre las causas. Sólo en Buenos Aires hay un millón de menores de 21 años que no estudian ni trabajan. Algunos barrios, gracias a la droga y a la complicidad policial, son fábricas de delincuentes. Para muchos la única solución es encerrar a los pibes o eliminarlos. Un sociedad desigual no puede ser una sociedad segura. Y esto no implica que los menores que delinquen no sean castigados. El tema es cómo.
-Por las características de Pendejos, perfectamente da para continuar una saga. ¿Lo tenés previsto?
-No, incluso podría haber escrito seis cuentos más pero me parecía demasiado. Siento, como decía Borges, que este tema me eligió a mí y no al revés. Ahora ya está.

(Publicado en suplemento Señales, Diario UNO, y en suplemento Debates, La Mañana de Córdoba, abril de 2007)
Tras su lectura, Diario de un mal año deja una sensación de cierta extrañeza. El nobel 2003 J.M. Coetzee continúa, sobre todo en sus últimos trabajos, vampirizando a sus personajes para reflejar su desencanto ante un mundo que se ensaña con los animales, que cuestiona la moral de lo que no entiende y que no se preocupa en escudriñar las relaciones humanas desde un lugar más profundo, más sabio. Por eso la voz del narrador siempre es un ojo que mira más allá, que se hunde en el pozo ciego de los personajes, en un tono, a veces, molestamente esclarecido.
En Diario de un mal año, un reconocido escritor australiano es convocado para hacer su aporte en Opiniones contundentes, un volumen de ensayos que le abren la puerta a Coetzee para abordar un abanico de temas tan amplio que va desde Al Qaeda, la figura de Maquiavelo, las universidades, la izquierda y la derecha, la música, el diseño inteligente, las disculpas, la razzia, Harold Pinter, hasta la gripe aviar (¡!).
Este trabajo por encargo le sirve de excusa al maduro autor de la novela (obvio alter ego del autor de Foe) para contratar los servicios de Anya, una bella joven que le dispara tantas reflexiones sobre el amor, las relaciones humanas y el cuerpo-imán como emociones que hábilmente irá camuflando en sus distintos textos.
En el medio, parte fundamental de un triángulo que no es tal, aparecerá Alan, el novio de Anya, quien también opinará de todo y de todos. Tal vez aquí es donde la novela de Coetzee pierde fuerza y empatía con el lector debido al exceso de visiones, teorías y opiniones.
Cada personaje más que vivir una vida como cualquier otra pareciera entregado a la reflexión constante sobre sus pasos y obligado a dejar tras de sí una enseñanza para la posteridad. Algo que si bien estaba presente en Elizabeth Costello no dejaba esa pesada sensación de que todos somos filósofos en potencia o su triste contracara: meros observadores de cómo fluye la existencia propia o ajena.
Se extraña aquí al Coetzee de Desgracia, Infancia o La edad de hierro, la hondura de las historias, la fuerza de una buena trama.
Aunque la contratapa sostenga pomposamente que el escritor sudafricano "construye un atlas de las miserias (pero también de la dignidad) del alma humana", en las páginas el cerebro les gana claramente la pulseada a las emociones por lo inabarcable del objetivo.
El campo que pretende abordar Coetzee es tan vasto como la vida misma y para eso, se sabe, no alcanza ni una, ni dos, ni mil novelas.

(Publicado en suplemento Escenario,
Diario UNO, 16 de marzo de 2008)
Sin ostentar todo el tiempo la genialidad y la acidez del famosísimo “Dr. House”, “Nurse Jackie” muestra el otro lado del mostrador de la salud. La serie que ya aterrizó en la televisión argentina (domingos, a las 21, por Studio Universal) es protagonizada por Edie Falco, la inolvidable Carmela de “Los Sopranos”.
Esta singular enfermera conoce como pocos los intríngulis del sistema sanitario, especialmente sus carencias, miserias, y eso que creíamos tan argentino: tapar todo el tiempo los baches del sistema para salir del paso; sobre todo, cuando una vida corre peligro. Tan humana es esta cuarentona de armas tomar que a escondidas sostiene su cuerpo y su mundo laboral con todo tipo de tranquilizantes. Además, mantiene una doble vida que incluye un marido, dos hijas y un amante (que no es otro que el farmacéutico del hospital que le provee con amor incondicional sus paraísos artificiales).
Al margen de esta complicada dualidad amorosa y sus tentempié químicos, lo importante es que Jackie muestra una inquebrantable vocación de servicio que, en más de una oportunidad, pone en evidencia la desidia de los médicos, la irregular conducción del “citado nosocomio” y los excesos de los familiares de los enfermos que, por lo general, ocasionan más dolores de cabeza que los propios pacientes. El “timing” de la experimentada Jackie es el que le permite sortear los suficientes obstáculos como para tornarse en una pieza imprescindible.
Y si hablamos de piezas imprescindibles, éstas no sólo no abundan en Estados Unidos sino tampoco en la Mendoza del XXI. Según un sondeo de la Asociación de Trabajadores de la Sanidad Argentina, en la provincia faltan unos 1.700 enfermeros. Panorama desalentador que, como ya registró Los Andes en su edición del 7 de marzo último, se agravará sobremanera cuando en un futuro no muy lejano se concrete la apertura de tres nuevos hospitales: el Universitario (ex Ferroviario), el materno-infantil en Las Heras y el que construye el gremio de los camioneros en Guaymallén.
Y la razón de esta preocupante carencia de “Jackies” la sintetiza con conocimiento de causa Carlos Pacheco, del Instituto de Docencia, Investigación y Capacitación Laboral de la Sanidad: “Lo que más afecta a esta situación es la falta de incentivo que tiene la carrera de enfermería.
Es un trabajo muy difícil de realizar, muy estresante y necesita ser reconocido”. Diagnóstico que podrían suscribir, sin cambiar una coma, en Buenos Aires, La Rioja o Tierra del Fuego.
Edie Falco, la enfermera de la ficción, admite que al principio su personaje la asustó por ser “demasiado oscuro”. Tan oscuro, podría decirse, como convivir todo el tiempo con enfermedades, dolores, gemidos, llantos y situaciones extremas, lo que hace más evidente que la de enfermero no es una profesión para cualquiera. Hoy uno de estos trabajadores tiene bajo su órbita entre 20 y 25 camas (lo ideal sería no más de 15). Una locura. La proporción actual marca que hay un enfermero cada ocho médicos, cuando lo correcto sería entre dos y cuatro por galeno. Los conocedores del paño advierten que la brecha se ampliará.
De ser así, hasta el misógino Gregory House lo lamentaría, como cuando le recrimina a su jefa, la doctora Cuddy: “La enfermera siempre me arropaba. ¿Tú te preocuparías por mí?”.

(Publicado en Diario Los Andes, 20 de marzo de 2010)
Entre otros tantos efectos colaterales, la literatura suele generar amores extraños, odios asordinados, asociaciones lícitas o ilícitas, a punto tal de no quedarse aferrada sólo a los libros y así multiplicarse como los conejos de Tim Burton. La música, como siempre, se prende al juego de ver quién vampiriza a quién. Lo que sigue son tres ejemplos o tres estantes de una misma biblioteca sometida a un proceso de contaminación. Discos para leer o libros para escuchar, poco importa la diferencia. Vamos al play.
Remedio para melancólicos. Superando a insuperables nombres de bandas como “De qué vive Melero” o “Gay por Johnny Deep”, “Shh… This Is A Librery” (Silencio, Esto Es Una Biblioteca) es música atmosférica de la buena, un mix minimalista con dosis de lo-fi e indie-folk, ideal para cuando uno está frente a la computadora o lee un libro tirado en la cama. “Seabirds” o “Skyfish”, por caso, son de esos tracks ideales para dejarse ir con la misma impunidad con que volaríamos en un libro de Bradbury o William Gibson. Creado, conducido y ejecutado por un solo músico, Shh… es todo lo mucho que pueden dar la voz y las manos de Brent Wolczynski, auténtico hombre-orquesta de Nueva Jersey, del que seguro algún día leeremos algo -siempre callados, claro- en papel o en el sobrevaluado kindle. Mientras tanto, dejémonos encantar por esta música susurrada como un secreto.
Saudades de invierno
. Library Tapes es la traducción musical del sueco David Wenngren, un exquisito luthier sonoro que trabaja con esos ruidos (gotas, chispas, monedas, viento, crujidos, vinilos) que la música convencional rara vez se permite introducir, so pena de perder impacto comercial o no sonar lo suficientemente normal. A Sting, por caso, le llevó todo su último disco -”If On A Winter's Night”- para hacernos sentir los rigores del invierno. En cambio, cualquier tema de Library Tapes basta para añorar bufanda, estufa, café humeando, whisky espirituoso, la tibieza de otro cuerpo al lado. Miniaturas del campo y la ciudad con ecos de Erik Satie, cualquier fragmento de sus cuatro trabajos hasta la fecha (“A Summer Beneath The Trees”, “Höstluft”, “Feelings For Something Lost”, “Fragment”) nos sumergen en un hipnótico paisaje, donde la melancolía es sugerida en acordes mínimos, insistentes, que crean un clima propio de ese libro al que no queremos dejar de leer. La cámara lenta de la mano dando vuelta la página.
La rockola interior
. Con -buena- música de fondo, volvemos a la otra biblioteca. Sacamos “31 canciones”, del inglés Nick Hornby. El autor de “Alta fidelidad” habla de las páginas musicales que marcaron la banda sonora de su vida y de cómo el rock y el pop pueden conmovernos tan intensamente como en otros lejanos tiempos lo hicieran los Bach, los Beethoven, los Verdi. Canciones que sacan a la superficie los recuerdos de días luminosos y también aquellos de supurar penas de amor. El listado de Hornby lleva entre otras firmas las de Patti Smith, Bob Dylan, Teenage Fanclub, Van Morrison, Ian Dury, Led Zeppelin y Bruce Springsteen, cuyo tema “Thunder Road” le hizo pensar al volado Nick que algún día podría ser escritor. Canciones excelentes, buenas, malas, mediocres, entre las arbitrarias 31. Todas indiscutiblemente personales, como aquellas que cada lector lleva grabadas en su propio disco rígido emocional.

(Publicado en Diario Los Andes, 14 de marzo de 2010)
Sensación agridulce la que vivimos por estos días en los medios. Por un lado, casi el piloto automático de seguir paso a paso las distintas alternativas de nuestra inefable Fiesta de la Vendimia, con su siempre equilibrada cuota de frivolidad y tradición.
Por el otro, reflejar minuciosamente el drama de Chile, con la sensación de que todo el tiempo huelgan las palabras porque lo que dicen las fotos son de una elocuencia tal que uno no puede menos que lamentarlo de corazón y después agradecer que de este lado del Aconcagua todo haya quedado en un susto. Grande, pero susto al fin.
No hay mejor palabra para definir lo que muchos mendocinos sienten en este momento que empatía, ese “sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra” (Real Academia dixit).
Ser capaz de ponerse en la situación de los demás es, sobre todo en este caso, algo bastante entendible: también vivimos a la vera de la cordillera de los Andes y más de una vez hemos padecido terremotos fatales. Sabemos lo que es perder vidas y hogares en un segundo. Lo que es esa intransferible sensación que nos invade cuando la tierra se mueve bajo los pies y no sabemos en qué desembocará en apenas un pestañeo.
Está en nuestra naturaleza que ante catástrofes como el terremoto que padeció Chile hace unos días, lo mejor y lo peor del ser humano salgan a flote como caras de una misma moneda. Imágenes de saqueos, donde el que busca leche para sus hijos se atropella con el que corre con un LCD que no tendrá dónde enchufar, se superponen con aviones de varios países (entre ellos, Argentina) que pisan suelo trasandino atiborrados de agua potable, alimentos y ropa, o contingentes de bomberos y rescatistas que van al epicentro del desastre dispuestos a hacer el peor trabajo sin medir riesgos con tal de colaborar para que la vida vuelva a transitar dificultosamente los carriles de la normalidad.
Mientras, acá nomás, las reinas -nuestras soberanas sin alcurnia- deben calzarse su mejor sonrisa y poner un poco de alegría a tanto drama, a tanto ping pong Cristina-Oposición, a tanta chicana eleccionaria en Capital, a tanto malhumorado conductor quejándose por las calles cortadas.
Sin quererlo, por cierto sin buscarlo, todo lo que genera el fenómeno vendimial este año cuenta con un componente extra: ser una suerte de contracara de lo que está pasando en los pagos de Neruda.
Algo así como la vida -el show- debe continuar. Lo paradójico es que muchos mendocinos, muchos de los que estarán en la Vía Blanca, el Carrusel o disfrutando en el Frank Romero Day, son los mismos que donaron agua o ropa, depositaron algún peso o dedicaron una simple oración por tantos hermanos caídos. Las dos caras. La comedia y el drama apenas separados por la imponente montaña.

(Publicado en Diario Los Andes, 4 de marzo de 2010)
Suerte de rompecabezas de una de las épocas más violentas de la Argentina, la historia de “La mujer en cuestión” es la de un país que aún busca respuestas a tantas preguntas. En esa línea, su autora, la cordobesa María Teresa Andruetto, sostiene que si alguna utilidad tiene la literatura es hacer que nos preguntemos acerca de nosotros mismos.

Mientras a los historiadores argentinos les ocupa numerosos tomos intentar explicar este país inexplicable, a la narradora y poeta cordobesa María Teresa Andruetto le alcanza con "La mujer en cuestión" para sumergirse en los bajofondos de la última dictadura y "asediar un enigma" (Martín Kohan dixit), el de una tal Eva Mondino Freiberg.
A través del intento de armar el puzzle de su historia irá tomando forma -indefinida- una Argentina tan castigada y silenciada como su protagonista.
Típica joven de clase media, Eva cae presa en el emblemático 1976 y su vida, como es de esperar, quedará sellada para el resto de sus días. Mucho tiempo después, cuando Eva ya ronda los 50, alguien ("el mandante") se valdrá de un informante para realizar una exhaustiva investigación sobre su persona.
Así, rearmar la biografía de esta mujer de ojos "color mate cocido" dependerá en gran medida de testigos con mayor o menor protagonismo en su castigada existencia (familiares, amigas, vecinos, conocidos, funcionarios).
El hacer memoria, todo un "tour de force" para los satélites afectivos de Eva, lleva inevitablemente a pintar un cuadro de época y a concluir, a pesar de la imposibilidad de dar algo por concluido en la vida de esta ex presa política, que estamos en presencia de una mujer difícil de ignorar.
Desde su lugar en el mundo, las sierras cordobesas, María Teresa habla con Los Andes acerca de ese enigma llamado Eva y de su convicción de que "mientras siga existiendo un estado de interrogación seguirá habiendo memoria en construcción".
-Un libro que se reedita (la primera edición es de 2003) posibilita el contacto con nuevos lectores pero también garantiza un renovado grado de visibilidad. ¿Le interesa especialmente con este libro poner blanco sobre negro los "años de plomo", algo que todavía es casi una materia pendiente de la literatura argentina?

-Me interesó en su momento y me interesa hoy con otras escrituras que están en marcha, interrogarme sobre esos años de nuestra vida social y de mi vida personal; años que fueron también los de mi juventud y mi formación como persona. Pero no diría que con eso quiero poner "blanco sobre negro" esos años, sino más bien explorar las zonas grises (las más complejas de comprender y al mismo tiempo las más interesantes para la escritura) y sobre todo volver esas interrogaciones hacia nosotros, hacia el cuerpo social y hacia mí misma, para ver qué y cuánto y de qué modo hemos sostenido y en algunas ocasiones resistido el horror. Porque a esos años tremendos, como a otras etapas y circunstancias de nuestra historia, los hemos construido entre todos.
-¿La mujer en cuestión surgió por la necesidad de contar "esa" historia o a partir de esa historia darle carnadura literaria a una de las etapas más duras de este país?

-La mujer en cuestión no nació como un libro que quería narrar la dictadura, sino como la historia de una mujer desde el fragmentado punto de vista de los otros. Llevaba ya unas páginas escritas, cuando comprendí que esa mujer tenía casi la edad que yo tenía, y entonces la planté en su tiempo y la imaginé joven, y los años de su juventud -es decir "esos" años- aparecieron de un modo inevitable, como el único tiempo posible para ella. Entonces apareció el informante y el relato se reorganizó en torno a esa figura/esa estrategia narrativa que constituye en sí misma la novela.
-¿Es un libro que en su amplia producción ocupa un lugar relevante o lo ve como una voz más dentro de las distintas voces que conforman su obra?

-Si bien en el desarrollo de mi escritura he explorado, me gusta hacerlo, distintos narradores, búsquedas de lenguaje, temas y estrategias, considero a esta novela como un punto de inflexión, justamente por la posibilidad de corrimiento de ciertas zonas más habituales en mi escritura. Se trata de un libro en el que el proceso de escritura y los resultados de esa escritura son todavía una sorpresa para mí.
-¿Por qué aún -salvo honrosas excepciones- cuesta tanto que los escritores argentinos se permitan exorcizar desde la ficción los fantasmas de la última dictadura?

-Se ha escrito mucho sobre el tema y se escribirá todavía mucho, de maneras que seguramente irán mutando sus sentidos, del mismo modo que se sigue escribiendo sobre la revolución mexicana o sobre el nazismo en Alemania. Mientras quede un resto de no comprendido, seguiremos escribiendo sobre eso, al igual que podemos preguntarnos durante una vida completa acerca de nuestra propia vida. La cuestión es de qué manera escribir -sobre eso y sobre cualquier otro tema- sin obturar, sin monumentalizar, sin clausurar, sino abriendo a más y más preguntas, poniendo y poniéndonos más y más en cuestión. La literatura, si alguna utilidad o razón tiene, es hacer que nos preguntemos acerca de nosotros mismos.
-¿Podría haber contado una historia como la de La mujer en cuestión utilizando la voz poética? ¿Cómo se imagina el resultado?

-Cada libro demanda y termina imponiendo su modo de narrar y narrando termina por delinear el modo en que pretende ser leído. La mujer en cuestión es la sumatoria y la síntesis de ciertas estrategias. De otro modo, utilizando lo que tradicionalmente podría considerarse una voz más poética, hubiera dado un libro distinto, de consecuencias y efectos distintos de lectura. De hecho, eso sucede con Lengua Madre, una novela que está al salir en Mondadori, en la que se narran también esos años, aunque desde otra perspectiva, con otros personajes, en la que lo que solemos considerar poético se hace más visible. Aunque decir que en la narrativa lo poético no reside tanto en la belleza del lenguaje sino en su potencia y efectividad.
-Es sabido que todo autor indefectiblemente termina sembrando en sus criaturas literarias características propias. ¿Qué cree que tiene de usted la por momentos inclasificable Eva Mondino Freiberg, la protagonista en cuestión?

-Muchas cosas y ninguna. Todas las grandes cosas que le suceden a Eva, como el haber estado presa en un Campo, el haber tenido y perdido un hijo, el haber perdido a su primer marido, el haber sido traicionada por el segundo marido o el vivir sola, son ficcionales. Pero hay otras cosas, pequeñas, como qué le gusta comer o algún objeto que tiene en su casa que se los he prestado, no por el deseo de contar mi vida sino porque el escritor tiene en su memoria un reservorio, una cantera, de los que puede echar mano a favor de sus personajes. Después, muchas frases que los distintos testigos dicen sobre Eva son restos de lenguaje que han quedado en mi memoria, oídos aquí y allá en el magma social, a lo largo de treinta años.
-El hilo narrativo lo desata alguien no identificado (el mandante) que solicita un informe acerca de Eva. El relato es misión de un informante que deberá ver en lo posible a todos los que conocieron y conocen a la mujer en cuestión. El profundizar sobre la vida de Eva, buscar su verdad o al menos aproximarse, ¿puede leerse como la metáfora de encontrarle una respuesta a una época tan sangrienta que supera toda lectura racional?

-No me interesaba tanto encontrar respuestas, sobre todo no me interesa encontrar una respuesta, porque creo que no la hay; hay en todo caso muchas, infinitas respuestas posibles. Me interesaba y me interesa hacerme preguntas y estimular a otros para que se las hagan; romper/ fisurar en lo posible toda certeza, generar un estado de interrogación, una puesta en cuestión.
-La estructura del libro es un rompecabezas; Eva es un rompecabezas que el informante intenta armar apelando a los testigos de su vida. La imposibilidad de armar ese puzzle tiene mucho del sino de este país. ¿Lo ve así o es más bien la característica cuasi esquizofrénica de esta Argentina?
-La fragmentación es en este caso una de las maneras, sino la única, de evitar un lenguaje y una verdad monolíticos. Mientras el lenguaje no se cierre en un relato único, tranquilizador, mientras siga existiendo un estado de interrogación, un modo de permanecer abiertos al drenaje y al cuestionamiento, seguirá habiendo memoria en construcción.
-Una observación que se le ha hecho a La mujer en cuestión es que no hay testimonios que incluyan la autocrítica con respecto a lo que pasó en esos años y el rol que tuvo cada uno.

-No supe de esa observación que menciona. A mí me parece que en La mujer en cuestión la autocrítica es algo que el lector puede construir a partir de las críticas cruzadas de personajes que piensan de maneras diversas, ya que a lo largo de la novela las palabras de los distintos personajes se relativizan unas con otras.
-Pampa Arán se pregunta en un trabajo acerca de su libro: "¿Por qué y para qué importa abrir hoy de nuevo ese capítulo de una biografía que solamente puede ser leída en clave política?". Le hago la misma pregunta.

-Me parece que se trata de un capítulo de nuestra historia que nunca se ha cerrado. Estamos en todo caso adentrándonos en nuevas capas de una herida social que permanece abierta. Es en ese permanecer abierta donde anida cierta garantía de salud para todos nosotros.

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"Sólo algunas lecturas quedan"


-¿En qué está trabajando actualmente?

-Acabo de terminar una novela, quizás publicable en una franja juvenil, se llama
La niña, el corazón y la casa, cuyos personajes son una niña y su madre en una familia un poco atípica, en un pueblo de llanura.
-Un autor infaltable en su mesa de luz.

-Varios, y varían según las épocas, pero Pavese, Montale, Circe Maia, Carver, Onetti, Mansfield, Sebald, Di Benedetto, Moyano, Duras, Rulfo, Lispector, son algunos escritores a los que regreso.

-¿Cuál fue el último libro que la conmovió?

-Me conmuevo o asombro en su momento con muchas lecturas pero luego esa conmoción e incluso su recuerdo, muchas veces pasa. Sólo algunas lecturas quedan, con su conmoción intacta, ya para siempre. Y eso, a medida que se avanza en la vida, sucede cada vez menos. Creo que las últimas conmociones perdurables fueron
La Carretera, de Corman Mc Carthy, y Carta a D. Historia de un amor, de André Gorz.
-¿Qué libro suyo salvaría de un naufragio?

-El poema
Desnuda en la tienda, que está incluido en Kodak (reeditado ahora en Pavese/Kodak, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2008).
-¿Comparte el criterio con el que se fija el canon argentino? ¿Cuán cerca o lejos se siente de él?

-Me parece que hay varios canon, mediáticos, académicos, y en cada uno de ellos, varios circuitos. Más o menos comparto el canon tradicional, aquel que tiene autores que ya no están y de los que han quedado sus mejores obras. En lo que respecta al actual, que finalmente aún no es canon, sino circulación de vidas y obras, banalidad y vanidades, no sabemos qué de todo eso quedará cuando las personas que las produjeron dejen de agitar sus banderitas. Entre los nombres que circulan en los medios y en la academia hay obras interesantes y mucha palabra vacía. También hay, lo veo diariamente en mi revisión de narradoras argentinas para mi blog, mucha obra valiosa que circula en circuitos de culto, muy pequeños.

-Estar lejos de Buenos Aires y elegir desarrollar su obra desde Córdoba, ¿le ha hecho pagar el precio de perder protagonismo en el ambiente literario; o al revés, le permite una distancia necesaria para no ceder a ciertas concesiones de la industria?

- Las dos cosas al mismo tiempo.


(Publicado en suplemento Cultura, Los Andes, 8 de agosto de 2009)
Mientras acá a la vuelta -Mendoza, Argentina- el gobierno de Celso Jaque apunta a modificar un artículo de la Constitución provincial que abra la puerta a una reforma integral, en Europa ya existe una Carta Magna íntegramente escrita por poetas.
En este caso, no es chiste fácil decir que si bien su texto es versificado, su objetivo no es ningún verso. El valor simbólico que tiene esta singular iniciativa es "llamar la atención" (sic) sobre lo poco claro del lenguaje jurídico, especialmente el de los documentos públicos.
La idea madre de este proyecto surgió el año pasado en Bruselas, tras el fracaso de la ratificación de la Constitución Europea en Holanda y en Irlanda, pero se extendió al resto del continente casi tan rápido como la temible influenza porcina.
Acerca del reclamo de mayor legibilidad, el español Xavier Queipo es quien la tiene más clara y dice: "Pensamos que un texto que define nuestros derechos, deberes e identidad debe ser fácil de entender porque incluso en verso se comprendería mejor que tal y como lo redactan los especialistas".
Tampoco, como se podría especular tratándose de reputados vates, fue cuestión de echar a volar las musas y llenar de metáforas el texto. Éste recién tomó forma tras alimentar su "inspiración" con la Constitución europea y la africana de Nelson Mandela y consultar a numerosos expertos en la materia.
Por si quedaran dudas, los poetas advirtieron que con este "experimento creativo" de cerca de 80 artículos no buscaron remplazar documentos legales sino contribuir a impulsar la unidad de los pueblos.
Los cuarenta escribas convocados representaron a los Estados miembro más importantes de la comunidad europea. Cada uno escribió su colaboración en su idioma natal. A manera de firma, en lugar de su nombre estampó uno de sus versos más representativos.
Hasta el momento, este documento ético-estético sólo se publicó en francés, flamenco e inglés, pero se apunta a reproducirlo en la mayor cantidad de idiomas posible.
Más allá de cualquier especulación electoral, en Mendoza la necesidad de una reforma constitucional es imprescindible: la Carta Magna data de 1916 y es prácticamente la única en el país que casi no ha sufrido modificaciones desde entonces.
No es de esperar que convoquen a los poetas para adaptarla a estos tiempos pero sí que no caigan en la tentación de hacer ficción con algo tan sensible. Para eso, ya tenemos demasiado con los índices del Indec, las amenazas de Néstor y las propinas de Cristina en el exterior.

(Publicado en Diario Los Andes, 8 de mayo de 2009)

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