Además de ser sinónimo de pan dulce, arbolito, aguinaldo, tarjetazo y aire acondicionado, fin de año también lo es -tal vez antes que todo lo demás- de balance. Esa línea invisible que traza una fecha, suerte de peaje para seguir el hipotético viaje, obliga (¿obliga?) a mirar hacia atrás para sentir, quizá, que la velocidad de estos tiempos tan facebook no nos hizo perder de vista lo que había de importante en la orilla del camino.
Tarea complicada ésta de confrontar el activo y el pasivo de 365 largos días, de los cuales en el mejor de los casos recordaremos un puñado. Nuestra memoria, que a veces tiene mucho que envidiarle a la del mentado elefante, suele activar una especie de instinto emocional que sólo nos hace ver la reconfortante mitad medio llena de la botella. Algo así como mentirnos en la balanza para poder seguir comiendo sin culpa.
Aun sabiendo que por estos días habrá tantos balances como personas pasándose “en limpio”, abro el fuego compartiendo el mío (en su versión periodística, claro).
Como esa supuesta película que pasa a una velocidad exasperante cuando se acerca la hora final, este subjetivo repaso no guarda orden ni lógica. En él, una sola palabra puede disparar el recuerdo y evitar sobreabundar con tediosas explicaciones o minuciosos datos que internet provee gratis en menos de lo que canta un gallo.
La memoria, entonces, aprieta el play y 2009 comienza a desandarse caprichosamente en un raconto que incluye a Sandro, Banfield, Michael Jackson, Gripe A, Negra Sosa, Maradona, Sudáfrica 2010, Spinetta & sus bandas eternas, 28 de junio, Messi Nº 1, Caso Bolognezi, Charly García, Cumbre del clima, Néstor K., Mike Amigorena & Los Pells, Mario Benedetti, Ley de Medios, Candela I, Estudiantes de La Plata, Herta Müller, dengue, Tiger Woods, Daddy Yankee, Mujica, El secreto de sus ojos, Passarella, Ardi, Obama de la Paz, Golpe en Honduras, Cotón Reveco, Ciclo Elefante, Capusotto, Avatar, Riquelme, minería sí-minería no, Vinagre & rosas, El Tomba, Evo Morales, Chile a la derecha, Arjona récord, Twitter, Félix Luna, Brasil olímpico, Pechito López y Cristina, siempre Cristina.
Hecho el arbitrario repaso, se impone el borrón y cuenta nueva para empezar una vez más el conteo regresivo y volver a comer como si se avecinara el fin del planeta, esperar a un enflaquecido Papá Noel y hacer números para las vacaciones. Pero, sobre todo, se abre la posibilidad de soñar que podemos tener el país que nos merecemos.

(Publicado en Diario Los Andes, 28 de diciembre de 2009)
Para el cuadrito. Se sabe sobradamente que Julio Cortázar amaba el jazz al punto de reconocer que le enseñó “cierto swing que está en mi estilo. Yo intento escribir mis cuentos como el músico de jazz enfrenta un take: con la misma espontaneidad de la improvisación”. Esto queda materializado con absoluta claridad en su famoso cuento “El perseguidor”, inspirado en la vida del admirado Charlie Parker. A cincuenta años de su escritura, la editorial española Libros del Zorro Rojo convocó al talentoso dibujante argentino José Muñoz para llevar “El perseguidor” al formato cómic. Una exquisitez en blanco y negro de quien trabajó en las míticas revistas Hora cero y Frontera (allí dibujó capítulos de “Ernie Pike”, de Oesterheld) y que ahora tradujo maravillosamente los claroscuros musicales y humanos de “Bird”, el saxo mayor del bebop.
Chat de palomas mensajeras. Se habrá perdido el género epistolar a manos de los mails, los SMS, el Chat y demás opciones tecnológicas, pero lo que no se perdió -por suerte- son los libros que recogen esa correspondencia que va más allá del mero ida y vuelta. Tratándose de escritores, nada es inocente en eso de hacer hablar a las palabras. Una pluma por demás pulida, guiños del oficio, secretos no tan secretos, frases filosas, son más que contraseñas viajando en esos tramposos búmerang. Ergo, literatura camuflada en simples cartas. Señales de humo sin humo (a la vista). Algunos de estos epistolarios recuperados son: “Las cartas de Samuel Beckett, 1929-1940”, “Niña errante” (ping pong entre Gabriela Mistral y su secretaria Doris Dana), “Las cartas de Emily Dickinson (1830-1886), “Pablo Neruda: Cartas a Gabriela”(correspondencia con la Mistral entre 1934 y 1955), “Cartas de posguerra” (Victoria Ocampo le escribe 83 misivas a sus hermanas desde Estados Unidos y Europa) y “A vuelta de correo. Sabina epistolar”(el cantautor español compila correspondencia, dibujos y fotos personales). Lloren, carteros, lloren.
El rock (de acá) es cultura. “Todos los libros con temática del Rock Argentino en un solo sitio. Los libros conocidos y no tan conocidos. Los buenos y los malos. Los que aún se pueden conseguir y los ya descatalogados. ¡Todos! Porque ellos guardan la historia de la que también son parte”. Así introduce Freddy Berro su blog www.loslibrosdelrockargentino.blogspot.com, una completa guía de lectura donde se pueden encontrar “incunables” como “Almendra” (Autores varios, 1971), “Ahora mismo” (Moris, 1973) o “Agarrate” (Juan Carlos Kreimer, 1970); biografías como “Pappo, el rey del blues”, “Soda Stereo, la biografía”, “Indio Solari. El hombre ilustrado” y “León Gieco. Crónica de un sueño”; hasta rarezas como “Fito Páez. Homenaje” (un libro repleto de dibujos y caricaturas del rosarino), “Guitarra negra” (el único libro de poemas publicado por Luis A. Spinetta) y la novela policial (¿?) “El día que secuestraron a Charly”. La lista es tan larga como el camino transitado en los 40 años que el movimiento lleva sonando en este país generoso.
Diríase una escultura erguida. Nacido en Entre Ríos en 1944, Manuel Benderesky es, según da fe su biografía, “nieto de gauchos judíos y de criollos de a caballo”. Por eso no extraña “reconocer” a este poeta y licenciado en periodismo en cada poema de “Cuánta sangre cabe en un caballo” (Ediciones En Danza). Libro al que hay que ver y leer como una suerte de campo abierto en el que irrumpe “la noche amplia y lisa/ el cielo corredizo de mi infancia”, donde se lanza un grito, un alarido “y el eco viaja en ésta/ y otras vidas”. Un escenario en el que la sensibilidad del autor se conmueve ante ese animal que “en algún lugar, dentro de sí, sabe/ como saben las bestias” y que “está allí para eso: levantar su bella forma y llenar el aire de relinchos”. Luego, predestinación u olfato, será quien encare la pampa “como si no tuviera fin”. Verso a verso, la libertad del poeta se va corporizando en ese símil del viento que calla con la “sabiduría de las piedras”.

(Publicado en Diario Los Andes, 20 de diciembre de 2009)
El futuro en manos del pasado. Fernando Vallejo -narrador, biólogo, cineasta- es uno de esos escritores que generan adicción, aún sin tratarse de una pluma fuera de lo común. Lo que lo hace especial a este colombiano radicado en México es que, aunque nunca deja de renegar contra su país, ha creado una obra personalísima en la que siempre vuelve a su tierra. Ese regreso conlleva una mirada ácida que, si bien todo lo cuestiona, también se resiste a cortar lazos con el pasado. “El desbarrancadero”, tal vez su mejor libro -aunque lejos de la fama de “La virgen de los sicarios”-, pone en el centro de la escena su casa paterna y desde allí, como esquirlas de un mismo fuego, se desprenden las relaciones familiares con sus pocas alegrías y sus muchas tristezas. Advertido de que “uno no es más que unos recuerdos que se comen los gusanos”, este iconoclasta que ve en la muerte una clara metáfora del desmoronamiento de su propio país ganó con este libro el premio Rómulo Gallegos en 2003. Un detalle que confirma su perfil “border”: los 100.000 dólares que obtuvo por su galardón los donó a una fundación que atiende gatos y perros callejeros en Caracas.
El señor de las teclas.
Calcula que serán unas cinco millones de palabras las que tipeó con su entrañable Olivetti Lettera 32 a lo largo de 50 años. Palabras que en buena hora fueron a parar a libros como “Meridiano de sangre”, “Todos los hermosos caballos” y “No es país para viejos”, entre otros, pero también a borradores, textos inéditos y correspondencia. Comprada en una casa de empeño de Tennessee en el otoño de 1958, la sufrida máquina de escribir de Cormac McCarthy recientemente se llamó a silencio y no le quedó otra, al reputado autor, que pasarla a retiro. Fue su amigo John Miller (un economista, cuándo no) quien vio el filón y le sugirió hacer una obra de bien: subastarla en la famosa Christie's de Nueva York y destinar lo recaudado -¡$ 254.500!- al Santa Fe Institute. Como era de esperar, no la remplazó con una netbook u otro chiche tecno por el estilo: el bueno de Miller le compró en e-bay un modelo igual de Olivetti en la módica suma de 10 dólares. Como quien dice, una auténtica bicoca.
Los libros imaginarios
. Existen. Como el fantasma de Canterville, los Buendía o la Maga. Son aquellos que creemos haber leído y no recordamos. O aquellos que recordamos pero nunca leímos. Están en cualquier biblioteca menos en la nuestra y sus títulos se nos escapan tanto como los rostros de sus autores. No se ven pero están en algún lugar preciado de nuestra memoria o en el corazón mismo del olvido. Hasta ahora el mejor método conocido para recuperarlos es escribirlos. Quedamos invitados.
El resaltador.
“Los lectores no se dan cuenta de que el pasaje que leen en una hora, en cinco minutos, se ha desarrollado fuera de la sangre del corazón del autor. La emoción que los impresiona como 'tan verdadera' la ha vivido durante noches enteras de amargas lágrimas”. (William Somerset Maugham, en “Cuadernos de un escritor”).

(Publicado en Diario Los Andes, 13 de diciembre de 2009)
En una típica casa de barrio de clase media como la mía no era usual tener libros, mucho menos una biblioteca con esos autores que nos sonaban tan lejanos como los mares de Conrad o exóticos como Bartleby o el Quijote. Puede que algún vecino sí tuviera ese preciado tesoro y eso ya lo posicionaba poco menos que como el excéntrico de la cuadra; el intelectual al que jamás se lo vería regando el jardín o lavando el auto.
Así las cosas, no fue extraño ni forzado que prácticamente mi primer contacto con los libros -y el de tantos chicos con los que compartíamos fútbol y figuritas- se produjera en una biblioteca popular.
Allí, sin brújula adulta que nos orientara para leer esto o aquello, descubrimos islas encantadas, intuimos la magia que encierra la poesía y nos dejamos maravillar por aventuras que nos llevaban de la mano. Nada volvía a ser igual una vez que atravesábamos las páginas de aquellos libros iniciáticos.
Como este caso en primera persona, conozco otros tantos muy similares; son esos mismos nostálgicos y agradecidos lectores que hoy se entristecen al leer que Mendoza perdió el 20 por ciento de sus bibliotecas populares en la última década (actualmente quedan 75).
Me dirán que en un país que ha perdido vidas, fábricas, bosques, diarios y, sobre todo, expectativas, el dato no debería sorprendernos. Es cierto, pero no podemos dejar de lamentar que estemos resignando ese imprescindible vínculo con la lectura, en el cual se suelen sentar las bases para que una persona no sólo incorpore conocimientos sino que también potencie su sensibilidad y amplíe su visión del mundo.
Pérdida que se acrecienta al recordar que no se trata sólo de un lugar para el préstamo de libros sino de un generoso espacio para que la comunidad aprenda oficios, participe de talleres de música y danza, se reúna para tratar temas de su interés, disfrute de obras de títeres, teatro y conciertos, o se organicen las más variadas actividades solidarias.
Según Leonardo Miranda, titular de la Federación Mendocina de Bibliotecas Populares, mantener una de ellas le cuesta al Estado unos 30.000 pesos por año. Bien sabemos que muchos libros que se reciben son donados, que hay colaboradores ad honorem y que mucho de lo que se hace en estos locales excede sobradamente lo que puede pagar un sueldo de bibliotecario.
Sin ser genios en las matemáticas, es fácil concluir que en el Estado se gastan cifras mayores en temas menores. Por caso, el controvertido subsidio para el recital de Los Fabulosos Cadillacs: $315.000. Pasando en limpio, esa cifra mantendría con vida a 10 bibliotecas y media durante 12 meses.
Con lo cual podemos inferir, sin ser arbitrarios, que el problema de fondo no es únicamente económico sino que, ante todo, revela la falta de una política cultural que sería injusto achacar sólo a este gobierno.
Política que, entre otras alternativas, podría -y debería- acercar a los autores mendocinos a estas bibliotecas, poniendo en evidencia que los libros que escriben están vivos y necesitan de lectores para cerrar el círculo. Se trata, como casi todo en este país, de construir más puentes para no seguir unos y otros en cada punta alimentando el crispado Boca-River de todos los días.

(Publicado en Diario Los Andes, 3 de diciembre de 2009)
El Fondo de Cultura Económica compiló los poemas que este referente de la lírica argentina escribió entre 1944 y 1980. El volumen permite descubrir a un escritor que, como pintor que también es, “enseña a mirar”.

En un año donde la poesía tuvo sus 15 minutos mediáticos con la entrega del codiciado Premio Cervantes al argentino Juan Gelman, la aparición de un libro como El andariego, que reúne poemas del período 1944-1980 del poeta y artista plástico Hugo Padeletti, redondea un soplo de aire vital para un género siempre marginal pero igualmente hiperactivo.
La obra de este santafesino nacido en 1928 se ha ido (se va) gestando desde el silencio, sin urgencias, con una paciente y sabia maceración aun convencido de que “nada que pudiera decirse colmaría el vacío”.

La influencia de la tierra

La tierra natal es una piedra de toque en sus poemas. El haber vivido en el campo hasta los 12 años le permitió –certifica él– vivenciar sus primeras “experiencias estéticas”, las que luego impregnarían profusamente sus poemas y pinturas.
“El cebo del futuro es el pasado” desliza en una de las estaciones-páginas este andariego incansable. Padeletti se considera a sí mismo un “buscador”. De ahí quizás provengan sus íntimos sondeos por el esoterismo, la teología, el hinduismo, los escritos de los místicos y el budismo zen.
Viajes –por la tierra y la mente– que al decir de Juan José Saer constituyen una poética “reflexiva y coloquial… que se obstina en la pasión delicada aunque firme de lo real, el enigma sereno de la cosas, la irrupción clara del presente que al mismo tiempo aterra, deslumbra y apacigua”.

Juegos verbales

Conforme a esa figura de buscador, Padeletti ha ordenado su extensa producción en diecinueve estaciones poéticas donde conviven los juegos verbales, el uso de refranes, las referencias a los clásicos latinos y la constante presencia de un yo más testigo que hacedor.
Nadie más certero a la hora de definirlo que su prologuista, el crítico Jorge Monteleone, quien sostiene que lo que sustenta tanto la poesía como la obra plástica del creador de Apuntamientos en el Ashram es “una metafísica del ojo ejercida con atención”.

La búsqueda de la palabra

Aún reconociendo que “la paciencia/es un arte difícil”, Padeletti demuestra –frente a la histérica urgencia del mundo editorial– que una obra genuina e imperecedera se debe gestar con la paciencia de un fruto, a un ritmo que confirma que “cualquier hora es ahora” para cumplir su misión irrenunciable: “(…) buscar una palabra/porque en cada palabra voy desandándome hacia mí”.

(Publicado en Diario UNO)
El polifacético músico y productor le suma a su discográfica, Surco, el capítulo gráfico para sacar a luz exquisitos libros de la cultura latina.

Todo lo que hace Gustavo Santaolalla parece estar signado por los sentidos. Así lo prueban su olfato para detectar proyectos que serán un éxito, su gusto para desarrollar exquisitas bandas sonoras que ya le valieron dos Oscar, su fino oído para captar la música que viene y su ojo clínico para lo que merece llegar al disco, al libro o a cualquier otro soporte de cuanta idea artística lo ronde. “Me siento completo cuando puedo hacer un poco de todo”, reconoce el ex Arco Iris, a manera de fórmula de trabajo o norma de vida.
Parte de ese agitado puzzle creativo lo viene a completar su editorial Retina, proyecto que codirige desde hace un par de años junto a Fernando Vázquez Mazzini. “Con Retina pretendo hacer el mismo trabajo que realizamos cuando creamos el sello discográfico Surco. Esto me mantiene en permanente viaje entre Los Ángeles (donde reside) y Argentina”, describe el multipremiado Santaolalla.
Retina, según se presenta en su sitio www.retinaeditores.com, “es una editorial argentina especializada en la publicación de obras sobre música, fotografía, arte, estilos y cultura latina. Con especial énfasis en lo visual, nuestra misión es producir obras únicas en el mercado, de gran calidad, concebidas para llegar al público de todo el mundo”.
Así, Retina se propone como una marca autóctona con proyección internacional y un referente para aquellos que deseen involucrarse en la cultura y el arte latinoamericanos.

En los estantes

El debut de la editorial fue nada más y nada menos que el registro fotográfico de la mítica gira De Ushuaia a La Quiaca, que llevó a León Gieco, Gustavo Santaolalla y un equipo de 20 personas a recorrer todo el país para grabar los tesoros musicales de cada provincia.
De ese largo periplo que se extendió por dos años (1985/1986) surgieron tres discos, 40 horas de filmación, y 8.000 fotos. En su formato libro, a las imágenes de Alejandra Palacios la complementan textos de Gieco, el propio Santaolalla y Claudio Kleiman.
El proyecto Café de los Maestros, que incluye un seleccionado de los grandes de la época de oro del tango, también tuvo su capítulo gráfico. Los textos pertenecen a Irene Amuchástegui y las fotos a Nora Lezano, Sebastián Arpesella y Florencia Reina.
Otro hito estético clave es Sangre, de Diego Livy, un ensayo fotográfico que reúne imágenes de violencia urbana en las ciudades de Buenos Aires, Medellín, Río de Janeiro y México. “Como los grandes exponentes de la novela o el cine policial negro, Sangre retrata el crimen y la muerte que hoy cruzan brutalmente la vida en las grandes ciudades latinoamericanas”, se puede leer en un catálogo. Livy, quien ha trabajado en Clarín y TXT, entre otros medios, recibió hace unos años un premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, presidida por Gabriel García Márquez.
Entre lo más reciente de Retina se cuentan Potrero, del fotógrafo Gustavo Di Mario. Con prólogo de Diego Maradona, este libro muestra el universo del fútbol amateur a través de imágenes tomadas en el Interior.
En tanto que lo último de la factoría Santaolalla que llegó a las librerías es Poesía diaria. Porque el silencio es mortal, una selección de recordatorios publicados en Página/12 por familiares de detenidos–desaparecidos víctimas del terrorismo de Estado en Argentina. La compilación estuvo a cargo de Virginia Giannoni.

Más galardones
A la larga serie de laureles que viene recogiendo Santaolalla desde hace unos años se le suman los premios para los trabajos de Café de los Maestros y Sangre. El primero ganó el premio a “Mejor libro impreso y editado en la Argentina” en las categorías general y ensayo, mientras que el segundo fue elegido en el X Festival Internacional de Fotografía y Artes Visuales como uno de los mejores libros de fotografía editado en el mundo en el 2006.
Dos galardones que no hacen más que confirmar que todo lo que pasa por las manos del creador de Mañana campestre es sinónimo de calidad.

(Publicado en suplemento Señales, Diario UNO, 23 de setiembre de 2007)

Jorge Lanata, que algo sabe del tema, asegura que los diarios deberían salir cuando hay algo para decir. Nobleza obliga, los periodistas rara vez nos detenemos a pensar si realmente tenemos ese “algo” para compartir con los lectores. La maquinaria de la información, se sabe, suele tener más hambre que el Chavo. Y darle de comer es tanto una obligación como un karma vocacional.
Hay un pacto establecido desde años ha de que todos los días debemos llegar a nuestro distinguido público con un considerable cúmulo de información, como si se tratara de un mero pedido a domicilio del súper o la farmacia. Sin embargo, buena parte del material que ofrece la góndola gráfica está dando vueltas las 24 horas por todos los medios. Un incómoda sensación de déjà vu que sustenta una arbitraria paradoja: mientras más nos informamos, menos nos informamos.
El valor diferencial, en todos los casos, pareciera ser mínimo pero a la vez es lo que fideliza a un lector con un medio. Ese plus, ese rasgo distintivo, es en el que debería concentrarse cada periodista, cada diseñador, cada fotógrafo, para justificar tal fidelidad informativa. Algo así como jugar para que los otros festejen el gol y agradezcan llevar “esa” camiseta.
Tanta oferta, tantas opciones, han terminado por abrumarnos y, vale reconocerlo, no todos pueden, quieren o saben, cómo filtrar todo esa bola de nieve noticiosa que no se detiene ni un solo momento a lo largo del día.
Frente a esa bulimia comunicacional se abre el desafío histórico de que los medios –aunque suene un tanto demagógico– se hagan entre todos, así como en su momento el visionario conde de Lautréamont postuló que “la poesía debe ser hecha por todos, no por uno”.
Cambiar los roles de emisor y receptor –como gustan precisar los manuales de comunicación– es lo que ya están poniendo en práctica los diarios digitales subidos al imparable tren de la democratización informática que propone la web 2.0.
Igual desafío les espera a los medios gráficos que, por ahora, tímidamente empiezan a recoger ese esquizofrénico búmeran que durante años arrojaron sin esperar su regreso.

(Publicado en Diario UNO, 17 de marzo de 2008)
La sombra nos alarga los pantalones. No debe haber tesoro más tentador que hallar textos inéditos de grandes escritores y volverlos “a la vida” compartiéndolos con los lectores. Éste fue el premio que obtuvo la investigadora Laurie-Anne Laget al encontrar en la Universidad de Pittsburgh numerosas cajas con manuscritos y apuntes del español Ramón Gómez de la Serna. Entre las joyas detectadas aparecieron greguerías inéditas que ahora editorial La Fábrica publica bajo el inequívoco título de “Nuevas greguerías”. A esta suerte de aforismos encantadores, el escritor (que vivió en Buenos Aires huyendo de la Guerra Civil) los definía como “la suma de humorismo y metáfora”. Para ir picando hasta que lleguen a nuestras librerías, aquí va un puñado de las gemas rescatadas: “Los cactus quieren ser las letras capitulares del paisaje” / “Cuando se duerme la pareja se convierten en vecinos lejanos”/ “Las palabras son el esqueleto de las cosas”/ “Abrió la banana como un libro y se la comió como un erudito”/ “En el diccionario todas las palabras juegan al escondite con uno”.
Cuando todo era nada (y viceversa). Si hay alguien que puede dar fe de cómo vino la mano para que el rock nacional viera la luz allá por la convulsionada década del '60, ése es sin dudas el periodista, escritor, ensayista y, ante todo, pensador lúcido, Miguel Grinberg (72). Su libro “Cómo vino la mano” no sólo fue uno de los primeros en registrar los hitos del género sino que también se convirtió en fuente de consulta obligada. En esta cuarta edición hay un plus que justifica volver a sus páginas: a los manifiestos escritos por Luis A. Spinetta (“Música dura, la suicidada por la sociedad”) y Claudio Gabis (“Carta a los músicos de 1980”) se le suman ahora “Asesinato del rock”, de Pablo Dacal, cantautor de la nueva camada de esta música que se disparó con aquel grito primal de “Rebelde”, en la voz de Moris (Los Beatniks). Completa esta enriquecida edición una serie de artículos de Grinberg publicados entre 1968 y 1977 en Prensario, La Bella Gente y Panorama.
Eugenia de cerca. A clásicos de la estatura y el peso de Honoré de Balzac (1799-1850) más que gastar palabras en presentarlos (ahí están Wikipedia o Google para bucear sus biografías) es preferible recomendarlos, especialmente a través de aquellos libros que han caído en el ingrato olvido. “Eugenia Grandet” refleja una trilogía habitual en los temas del autor de “Las ilusiones perdidas”: el placer, el dinero y la ambición. Amo y señor de un pueblo de provincia, la obsesión por lo monetario marcará cada paso del señor Grandet, un acaudalado tonelero que con su avaricia sellará el destino de su sumisa hija Eugenia. Enamorada de su primo Carlos, un rico caballero parisino caído en desgracia, le ofrecerá sus ahorros para viajar a la India y hacer fortuna. Ella sueña que vuelva para casarse, comer perdices y mirar la luna juntos. Como podrán intuir, el sátrapa de Carlos tiene otros planes. Más sufrida que “Rosa de lejos”, la pobre Eugenia llorará mares mientras su padre amarroca oro y se transforma en el hombre más poderoso de la comarca. Una historia “de las de antes” que, se sabe, son y serán “las de siempre”.
Cadena evolutiva. “Todo escritor es, en realidad, un lector. No salimos de repollos sino de otros escritores”. (Hugo Burel, escritor uruguayo, autor de “El corredor nocturno”).


(Publicado en Diario Los Andes, 6 de diciembre de 2009)
“Fontanarrosa, con F de fútbol” reúne en
un blog el trabajo de 200 dibujantes de Argentina, Chile, Brasil, España, Uruguay, Alemania y Rumania que le rinden un conmovedor tributo al popular dibujante y escritor rosarino.


Ante tantos homenajes, halagos y flores a diestra y siniestra, no sería difícil imaginar al Negro Roberto Fontanarrosa con su proverbial humildad hacerse eco de Andrés Calamaro cuando canta “hay honores que nunca voy a llevar tranquilo”. Tantos mimos a su ego seguramente no dejan de perturbarlo, sobre todo para alguien que antes que un Nobel de Literatura dice preferir a un lector que le diga “me cagué de risa con tu libro”.
La campaña, que se podría titular arbitrariamente “Al maestro con cariño” o “Hagamos justicia con el Negro antes de que lo perdamos”, incluye hasta hoy los reconocimientos del Senado de la Nación, de Rosario Central (club de sus amores), de la Biblioteca nacional y de las ferias del libro de Guadalajara y Colombia. A éstos se les suma ahora “Fontanarrosa, con F de Fútbol”, un megahomenaje que se empezó a gestar durante el 2006 y que involucra a unos 200 dibujantes de Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, España, Panamá, Rumania, Canadá y Alemania, quienes aportan sus trabajos a un blog (http://homenajealnegro.blogspot.com) que diariamente “cuelga” tres creaciones de talentosas plumas locales e internacionales.
Entre sus pares argentinos aparecen los nombres de Mandrafina, Sabat, Meiji, Sendra, Liniers, O’Kif, Maicas, Cilencio, Nik, en una amplísima lista que congrega a distintas generaciones con un objetivo en común: agasajar al autor de El mundo ha vivido equivocado.
La idea y la posterior convocatoria surgió del Museo de la Caricatura Severo Vaccaro y el Museo Itinerante de Humoristas Gráficos, que contaron con el respaldo nacional de la Asociación de Dibujantes de Rosario y el Museo del Dibujo Oscar Blotta, y el “aguante” externo de la Asociación Cultural Humoralia, de España, el Museo del Fumetto Franco Fossati, de Italia, y la Fundación General de la Universidad de Alcalá.

Sólo la mano claudicó
El eslabón final de esta emotiva cadena será la edición de un libro con los trabajos publicados en Internet, que luego le será entregado al propio Fontanarrosa.
El Negro había dejado de dibujar en enero debido al avance de una enfermedad neurológica, por lo que el chiste diario en Clarín ahora es dibujado por su amigo Crist. “Finalmente, la mano derecha claudicó. Ya no responde, como antaño, a lo que dicta la mente”, admitió en su momento el habitual “asesor” de Les Luthiers.
El solo repaso de su amplia obra, con personajes memorables como Inodoro Pereyra y Boogie El aceitoso, y libros como Uno nunca sabe, La mesa de los galanes, Nada del otro mundo, El área 18 y El mayor de mis defectos, entre una larga y caprichosa lista, amerita honras de toda laya. Pero ante todo, el agradecimiento. Habernos dibujado -en el sentido más amplio- una sonrisa justifica que este rosarino del ’44 ya se dé por bien pagado.


(Publicado en mayo de 2007 en suplemento Señales, Diario UNO, y Diario La Mañana, Córdoba)

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