Se sabe, no es noticia de último momento ni motivo de sorpresa, muchos políticos y dirigentes suelen nutrirse de los diarios a la hora de pergeñar algún proyecto o entrar en acción en un tema de esos que luego reditúan en la opinión pública. Mal que nos pese a los periodistas, habría que recomendarles que además –y sobre todo– busquen inspiración en otras “musas”: los espacios del lector, las opiniones on line, las líneas públicas. La calle misma. En esos territorios políticamente incorrectos late con fuerza el pulso ciudadano. A veces con trazo grueso, otras con los puños llenos de verdades, se hace su lugar sin necesidad de someterse al formato periodístico que impone la maleable "realidad".
A ellos, gratuitos voceros de sí mismos, sí que les sale fácil eso de llamar pan al pan y vino al vino. Unos al borde del exabrupto, otros con ínfulas de barrabravas, y nos pocos con el tacto necesario para facilitar la llegada del mensaje, lo cierto es que el ciudadano común expresa apasionadamente lo que piensa o siente sin medir a quién le pisa un callo o le toca el bolsillo. De allí su credibilidad.
Ese sentido común que, por lo general, va implícito en la necesidad de hacerse oír, es un material muy rico para nuestros gobernantes, siempre incómodos en su rol de pilotos de tormentas. Tal caudal de propuestas, quejas, opiniones, e incluso intuiciones, no es habitual que emane de sondeos, encuestas o ingeniosos focus group. Y no surge sencillamente porque en esos espacios no hay demasiado margen para la espontaneidad. El lector o el oyente que reacciona al ver cómo se tira la fruta en las rutas para protestar por el precio, expresa en caliente su descontento y va por más: ofrece una alternativa. Sugiere, por ejemplo, donarla a un comedor, ofrecerla a un centro de jubilados para que hagan dulce, o repartirla donde haya alguien con hambre. No se queda en el mero pataleo. Pero si así fuera, el gesto es igualmente positivo. Un político o dirigente con buen oído sabría capitalizar la “vox populi” para mejorar su puntería y dar más seguido en el blanco.
Lo que reflejan los medios, lo que expresan los codiciados votantes y lo que planifican los gobernantes son partes de un todo que, de no mediar las mezquindades propias de cada sector, facilitarían el camino para una sociedad más justa. Al menos esa debería ser la lección que nos dejan estos 25 años de democracia ininterrumpida.

(Publicado en Diario Los Andes, 12 de diciembre de 2008)